La transformación de Charo Bogarín en “La Charo” no solo implica una forma de diferenciar nominalmente a la cantora, compositora y multiinstrumentista de Tonolec, de ella misma pero solista. Hay un plus. O un par. Un abordaje de músicas latinoamericanas que no estaba entre las preocupaciones centrales del dúo, por caso. Por otro, una centralidad mayor en lo femenino. No es casual que las referentes que La Charo Bogarín (por nombrarla completa) menciona como sus ‘nuevas’ inspiraciones sean Chabuca Granda, Violeta Parra, Lhasa de Sela, Leda Valladares y Luzmila Carpio, mágica cantora boliviana de quien la formoseña recrea un canto en quechua (“Sumaj Pachamama”). Tampoco lo es que su obsesión por los instrumentos alcance ahora al cuatro venezolano (plus I), o la adhesión a causas sociales de género (plus II). “Para diferenciar sintéticamente un proyecto de otro, diría que La Charo es una propuesta totalmente acústica, pensada en torno a una figura femenina; mientras que Tonolec es una propuesta de a dos, que pinta nuestra propia aldea, con la mirada más hacia adentro”, refrenda ella ante PáginaI12, y con su disco solista debut entre manos.
Un trabajo homónimo (La Charo) que acaba de salir virtual y materialmente, y que consta de piezas de sangre americana, más alguna enzima afrancesada. De doce canciones total, mitad de ellas propias, y mitad “ajenas”. Entre las primeras, la cantautora prefiere plantarse en “Quiela”, canción que escribió inspirada en la pintora rusa –y mujer de Diego Rivera– Angelina Belof. “La pareja tiene un hijo que muere de bebé por una afección respiratoria. Convive quince años en Montparnasse, hasta que a Diego lo convocan para pintar murales nuevamente en México. El parte y la deja sola, sumida en la locura y el desencanto. Durante nueve meses, ella le escribe cartas pero no recibe respuestas, hasta que un día un amigo le dice ‘Quiela, olvídate de Diego... él ya está con otra’. Esta es la historia de amor que antecede a la de Diego con Frida”, cuenta Bogarín sobre esta enzima parisina hecha canción, arreglada por el Chango Spasiuk.
Entre las piezas “ajenas”, en tanto, Charo se detiene en “Dueño no tengo”, una recopilación de Leda Valladares, versionada junto a un cuarteto de cuerdas dirigido por Lucio Mantel. “Es una canción que aborda síntesis y modismos de nuestra gente del norte, con paisajes desolados e intensos, con la soledad como protagonista”. La Charo también recorta sus preferencias en “En mi voz como paloma”, donde su pluma imagina un diálogo entre su padre desaparecido y su madre. “Es un canto libertario, una idea de patria grande, igualitaria, con sentir popular”, cuenta ella, sobre otra de los temas del trabajo producido por Raúl “Tilín” Orozco, al que le destaca su parte.
“La idea de Tilín fue lograr un sonido acústico pero poderoso, un sonido clásico que resista todos los tiempos y espacios. Queremos que la gente lo escuche y no sepa si son composiciones mías o clásicos de otros países, con la voz como sonido predominante y relatos apoyados en instrumentos como el ronroco o el contrabajo. Es un disco muy hispano y tiene un fuerte acento en lo latino. A su vez, intenta ser universal en su sonido, pese a que salgo con identidad argentina a explorar el folklore latinoamericano, munida de una fuerte identidad musical, lograda tras casi dos décadas de trabajo con nuestros pueblos originarios”, refiere Bogarín, reconociendo los largos años de haceres junto a Diego Pérez en Tonolec. “Con el dúo seguimos al pie del cañón”, afirma la también actriz que, a propósito, acaba de filmar entre Los gigantes del Chocón y Aluminé una serie “con destino de película”, donde encarna la vida de la cantora mapuche Aimé Painé. “Aimé, sí... una mujer que ha sabido, en tiempos durísimos, dar a conocer la voz de su gente mapuche y tehuelche. Creo que musicalmente se me abrieron nuevos horizontes hacia estos cantos originarios y sin dudas lo volcaremos de lleno al trabajo próximo de Tonolec con mi compañero Diego”.
–¿Cómo le sentó el personaje? No debe ser fácil ponerse semejante “traje”.
–Me cayó como anillo al dedo encarnar a Aimé, de quien, tras estudiarla y escuchar sus entrevistas en vivo, me siento muy cercana. Con Aymará Rovera, la guionista, rodamos en paisajes de ensueño, rodeadas de auracarias y árboles con más de cuatrocientos años de existencia. Y nos acompañaron Juan Palomino y la cantora Marité Berbel, en el papel de una “Machi”, de quien me hice compañera y amiga, además de conocer la maravillosa obra musical de su padre Marcelo Berbel. La verdad es que, siendo norteña, conocía el canto mapuche de Beatriz Pichi Malén, el canto criollo de Luisa Calcumil, cantoras a quienes quiero y admiro, pero desconocía mucho de la música patagónica y su cancionero. Quedé impresionada.