Un libro con dos finales. Un alegato por la separación entre Iglesia y Estado. Un experimento editorial. Una historieta iconoclasta. Son formas de definir Perro, el último trabajo de Renzo Podestá, publicado recientemente por Szama Ediciones. Perro es, efectivamente, todo eso. Pero además es una obra logradísima, un trabajo gráfico excepcional de narrativa pristina y clima oscuro, una historieta muda repleta de cosas para decir. Es una obra en la que, además, se ve al autor como en pocas otras. Podestá está ahí: rabiando (y dejando todo) en el tablero, poniendo en el papel sus ideas de punk iconoclasta (uno de los pocos punks genuinos del circuito).
Lo primero que llama la atención es la edición del libro. O mejor dicho, de los libros. Otra editorial que hubiera aceptado publicar dos finales los hubiera incluido en el mismo tomo. Así, darle a cada final su propio ejemplar parece un acto de osadía rayano en la locura. Sin embargo, el experimento parece haber funcionado para Szama Ediciones, un poco gracias al entusiasmo coleccionista de los seguidores de Podestá, otro poco porque además genera una dinámica de “intercambio de finales” entre muchos lectores.
Aún así, quizás todo el párrafo anterior no alcanza para expresar cuán logrado es este trabajo de Podestá. Perro sigue los pasos de un asesino por encargo que termina metiéndose con los poderosos de su mundo. Un universo en el que una religión sadomasoquista (los “Cristos” encuerados levantarían urticarias a más de un opus) tiene control de los resortes gubernamentales de toda índole y que recurre a la tortura física y psicológica para intervenir sobra la vida pública y privada de las personas. Aquí aparece uno de los primeros grandes méritos de este trabajo: construye un mundo consistente en 120 páginas, una realidad que en ningún momento se deshace. Una realidad que, además, permite contar varias historias. Al punto que el autor propone dos finales posibles para la vida de su protagonista... y cada conclusión se publica en un libro distinto, indistinguible a primera vista del primero. Ninguno de los dos es mejor que el otro. Son, sencillamente, enfoques distintos sobre el poder omnímodo del Estado cuando ejerce el fascismo (entendiéndolo como el “obligar a pensar”, pero también a sentir y vivir, que proponen algunos filósofos).
Lo notable es que Podestá plantea todo esto sin usar una sola palabra. Perro es una historieta muda de principio a fin. En general las historietas mudas son cortas. ¿Cómo se sostiene está por 120 páginas? ¿Y dos veces, encima? Con una narrativa depuradísima. En cada viñeta queda clarísimo qué está sucediendo, más allá de la complejidad de la situación. Acá el autor deja la tinta rabiosa de trabajos previos (El aneurisma del chico punk vol.1, Warpaint) y en cambio hace gala de un control preciso del dibujo. En el (los) libro(s) hay secuencias de gran nivel. De todas ellas, aquí se destacarán secuencias alegóricas de los esqueletos de los perros corriendo. En la calidad de su resolución queda patente el nivel como dibujante de Podestá y su compromiso con la obra que tiene delante. Podría resolver esas viñetas disimulando las dificultades y nadie le reprocharía nada. Pero no, se vuelca ahí por entero, se demuestra –como definirían sus colegas más experimentados– como un “animal de tablero”. Un perro desatado que no puede esperar para volver a ladrar más historietas.