Es 1999, y la década termina en una especie de estupor triste que, dos años después, revelaría su violencia soterrada. A escala local, el estallido de 2001; en el mundo, el ataque a las Torres Gemelas con sus tremendas consecuencias, y la llegada al poder de Vladimir Putin. Un fin de siglo con la paranoia del Y2K y la sensación de que nadie estaba a la altura.
Mientras tanto, a escala mínima, en Nebraska, un adolescente que ya había editado un disco de canciones desde su habitación –mal recibido por la prensa indie– lanzaba Letting Off The Happiness en el sello Saddle Creek, propiedad de su hermano Justin, con el nombre de Bright Eyes. Era un proyecto casi solista de Conor Oberst que, a los 19, resultaba casi un veterano, con cuatro bandas en su espalda y compañeros de ruta como Neutral Milk Hotel y Of Montreal.
El disco fue la primera patada de una era donde el lo-fi de Bright Eyes y su estética de grabación casera marcarían una época, la de la intimidad y la introspección extrema frente a un mundo indescifrable. La otra marca era su estilo vocal tembloroso, al borde de las lágrimas, como un Robert Smith desafinado, más crudo y menos “bello”. Bright Eyes podía ir desde el folk sensible y sencillo hasta el rock con trazos de americana y punk o incluso algunos experimentos digitales –y siempre guitarras–, pero su particularidad era muy clara: las melodías menores, los estallidos de luz en la oscuridad, las letras melancólicas en esa voz quebrada, la sensación de comunidad. Lorde lo definió así: “Aniñado y feroz, honesto e intenso: está desafiando a la gente a enfrentarse a sentimientos que no quieren admitir”. La canción emblema de ese disco era “Padraic My Prince”, un folk-punk sobre una tragedia familiar: “Tuve un hermano que se ahogó en una bañera/ Antes de que aprendiera a caminar/ Y nunca supe su nombre/ Pero mi madre si lo sabe/ La escuché decir/ Padraic, mi príncipe”. El hermano ahogado no existía: Conor comparaba esa muerte desolada con su propia desdicha, una analogía desaforada. Se lo llamó el símbolo de la “nueva sinceridad” aunque, para muchos, resultaba teatral y exagerado, todo lo contrario a “sincero”. En cualquier caso, Bright Eyes ganó fans y el respeto de sus pares gracias a que Oberst es un gran compositor. Sus canciones son únicas: pocos llegan tan lejos en imágenes vívidas sobre vínculos y angustia, un imaginario que parece al alcance de la mano, pero que él lo sintonizó con la facilidad de su enorme talento. Saddle Creek también creció, lanzando a artistas como Azure Ray, Rilo Kiley, Cursive, Big Thief, Adrienne Lenker o Indigo De Souza.
Bright Eyes se separó en 2011 y tuvo un regreso fallido en 2020. Por eso, este nuevo disco no parece un acontecimiento. Sin embargo, Five Dice, All Threes, lanzado a fines del año pasado, recupera el espíritu de los aquellos discos de los ‘00: fue grabado en Omaha, con la formación (casi) original del productor y guitarrista Mike Mogis y el baterista Nate Walcott. Y parece un reseteo, una intención de empezar de nuevo homenajeando a los inicios. Como siempre, los invitados son importantes: en este caso el central es Alex Orange Drink, de los punks neoyorquinos The So So Glo’s, amigo íntimo de Conor. Podría ser personaje de una de sus canciones. Nació con homocistinuria, una enfermedad genética que, sin tratamiento, es terminal. Con tratamiento, la vida es complicada. Cuando estaba trabajando en el disco de Bright Eyes, le diagnosticaron cáncer relacionado con esa enfermedad de base. Se recuperó, pero la enfermedad marcó la génesis del disco. Alex y Conor escribieron juntos siete canciones: en el adn de Bright Eyes está darle lugar a músicos en su radar, es parte de su identidad de colectivo. Entre los invitados están Cat Power y Matt Berninger de The National, lo que marca el estatus de la banda, es decir, íconos con un dedo del pie en la masividad.
Five Dice, All Threes tiene canciones pop épicas y juguetonas como “Bells and Whistles” –con xilofón y silbidos–, aires mexicanos que recuerdan a Calexico en “El Capitán”, piano y guitarra en la balada desolada “Tiny Suicides”. “All Threes”, con Cat Power, es sensual y triste, y “The Time I Have Left” es una tragedia y podría ser una parodia, teniendo en cuenta que es un dúo con Matt Berninger y su voz de barítono, pero funciona gracias a cierta ironía, como el efecto de scratch en la voz solemne del cantante de The National. Todo el disco tiene un ánimo de levedad: las emociones de la mediana edad son intensas de una manera diferente. Conor Oberst tiene 44 años y ya no es el perpetuo joven prodigio. “Las canciones son pegadizas y cortas”, explicó en una entrevista con The Fader. “Uno de nuestros modelos fue The Replacements, y ser menos psicóticos”. Energía y nostalgia, la textura de canciones en vivo, un disco sin pretensiones. Cuando canta sobre sí mismo, Oberst está perplejo: “Nunca pensé que llegaría a los 45 años, ¿cómo es que aún estoy vivo?”. No se refiere solo a vivir rápido, morir joven, sino a la longevidad artística, y qué hacer con ella.
EL ORIGEN DE LA TRISTEZA
El primer año del siglo XXI vio nacer a Bright Eyes como potencia. Lanzaron Fevers and Mirrors, un disco misterioso, con un diseño muy bonito –un papel plateado fingía el espejo de la tapa-- y canciones que parecían escritas por el fantasma de un suicida. En “A Spindle, A Darkness, A Fever, And A Necklace”, una balada de guitarra sobre una grabación tenebrosa con la voz de una niña, Oberst canta, al borde del llanto: “Y había chicas trayendo agua, como un sueño/ Vinieron a calmar la fiebre de mi cerebro y aliviar mi garganta ardiente/ Y me hicieron un collar, colgando cuentas de sudor en una cadena/ Y lo colocaron alrededor de mi cuello y estaban cantando/ No hagas lo que has querido hacer/ No te destruyas como hacen esos cobardes”.
A esta altura resulta obvio que Bright Eyes era una banda que exigía seguidores intensos y que, al mismo tiempo, no era para todo el mundo. Para 2002, Mogis y Oberst tenían la idea de un disco épico. No querían canciones que fuesen lamentos para chicos tristes, sino lograr la explosión de toda esa ansiedad. Y grabaron Lifted, or the Story Is in the Soil, Keep Your Ear to the Ground, un disco-ensayo, quizá uno de los mejores de las últimas décadas. Fue un éxito: Conor se convirtió en sex symbol, llegaron la exposición y las burlas y los late night shows. En Lifted... hay pequeñas obras maestras como “Waste of Paint”, una guitarra solitaria que comenzaba con la línea “tengo un amigo que está, sobre todo, hecho de dolor” o “Laura Laurent”, una balada country magnífica, punto de quiebre en diálogo con Uncle Tupelo y el alt-country. Transcribir las letras sería redundante, y pero la de “Nothing’s Gets Crossed Out resume el espíritu general: “Tim, escuché tu álbum y es mejor que bueno/ Cuando termines la gira, deberíamos pasar el rato y darnos vuelta juntos/ Porque me siento sentimental acerca del pasado/ Todos esos veranos cantando, bebiendo, riendo, perdiendo el tiempo/ ¿Recuerdas todas esas canciones y la forma en que sonreíamos, en esos sótanos hechos de música?/ Pero ahora tengo que gatear/ Para llegar a cualquier parte”.
En 2004 estuvo de gira con Bruce Springsteen, R.E.M y Neil Young en la gira Vote For Change. En un show en Omaha, y en su propia gira, Bruce lo invitó a cantar “Thunder Road”. Tuvo un romance con Winona Ryder. Al primer video de su nuevo disco, de la canción “First Day Of My Life”, lo dirigió John Cameron Mitchell, el director de Hedwig and The Angry Inch. El nuevo disco fue en realidad dos álbumes: I'm Wide Awake, It's Morning y Digital Ash in a Digital Urn, el primero inclinado hacia el folk, el segundo hacia el pop electrónico. Ambos gustaron, aunque I’m Wide Awake... se llevó el mayor reconocimiento, con invitados como Emmylou Harris, Jim James de My Morning Jacket y Gillian Welch (en Digital Ash tocó Nick Zinner, de Yeah Yeah Yeah’s). La intensa gira de presentación de ambos terminó en el vivo de Motion Sicknes, un canto del cisne. A pesar de que la banda siguió, la fatiga de crecimiento y celebridad se notó con un lanzamiento comodín, Noise Floor (Rarities: 1998–2005), una recopilación de canciones inéditas que tenía una oscurísima perla escondida, “Amy In The White Coat”, canción siniestra sobre una niña abusada sexualmente por su padre. A Cassadaga, de 2007, no le fue bien: el disco tenía unos treinta músicos, y el gigantismo no funcionó. The People’s Key en 2011 fue más modesto, y un crítico de No Ripcord apuntó: “No hay nada malo en el disco, sólo sabemos que lo pueden hacer mejor”. Entonces vino la separación sin ceremonia y el silencio de diez años. Un cambio de sello, Dead Oceans, trajo un disco en 2020 que decepcionó a todos: Down In The Weeds, Where the World Once Was El propio Oberst dice, ahora, que era “una banda gigante de catorce personas, con tres micros y un camión”. La simpleza de Five Dice, All Three parece una respuesta a esa grandilocuencia, o una manera de recalcular.
RECUPERAR EL FUEGO
Uno de los dilemas de un compositor como Conor Oberst, narrador, cronista, diarista, es encontrar qué decir y cómo. A los 44 se le abre un nuevo mundo, pero el tránsito no es fácil. La gran paradoja del artista prolífico es aquello de tanto va el cántaro a la fuente. Oberst empezó a tocar a los 13 años. Sería interminable listar sus proyectos paralelos, pero se puede nombrar la banda punk Desaparecidos, el supergrupo Monsters of Folk con Jim James, M. Ward y Mike Mogis, y Better Oblivion Community Center, con Phoebe Bridgers y Nick Zinner. Y hay más, incluida su carrera solista de varios discos y su propio sello que acaba de editar lo último de The Felice Brothers.
Lo más impactante de la pasada década, sin embargo, fueron los dramas personales, sobre todo la acusación de abuso sexual en 2013. Para muchos fans que lo veían como un hombre sensible, poner su nombre entre los artistas alcanzados por el #MeToo resultaba inaceptable. Oberst tuvo una reacción rápida: demandó a la fan que lo acusaba. Se habló mucho de desbalance de poder, pero la verdad es que llevar a juicio a quien te acusa debería ser normal, y Oberst no es Johnny Depp. La mujer se retractó, dijo que la acusación era “100% falsa” y que “mis acciones fueron equivocadas y pueden debilitar los reclamos de verdaderas víctimas de acuso sexual”. Oberst declaró que no quería ser un ejemplo ni justificar nada. Nunca se victimizó, aunque estuvo internado por ansiedad y agotamiento en 2015. Poco después, su hermano Matthew murió a los 42 años. En 2017 se separó de su esposa Corina, aunque fue un acuerdo amistoso.
En vivo, el estrés se notaba. En muchos shows, que se pueden ver en YouTube, Conor Oberst aparece seriamente intoxicado, incapaz de cantar. Y son muchos shows seguidos, no una excepción. En septiembre de 2024, Bright Eyes anunció que Oberst “perdió la voz” antes de empezar el tour para Five Dice, All Threes, y cancelaron todos los shows del año. En octubre, para tranquilizar a los seguidores, posteó un video donde se lo veía bien y aseguraba sentirse mejor. Este año, Bright Eyes retomó la gira con éxito. Los artistas de apertura para los shows en Estados Unidos son Christopher Owens, Cursive y Hurray for the Riff Raff. En el verano se van a Europa. En el podcast Broken Record, de Rick Rubin, el productor estrella le dice: “Escucharte es como escuchar a Neil Young. Todo es diferente y nada es malo. Todo tiene calidad de base. ¡Y hay tanto!”. Oberst le contestó: “No creo que mi música esté destinada a ser masiva. Vi muchas bandas de amigos volverse grandes y después desaparecer. Seguir haciendo discos a esta altura, en mis propios términos, y que tenga público, no mucho quizá, unos miles en cada show, es mi logro. Y estoy satisfecho”.