Hace algo más de un año, luego de las PASO, escribí una nota que titulé Desquicios. En aquel momento, preferí centrarla en los muchos conciudadanos que acompañaban con su voto una propuesta que se corría de los habituales modos de la política. Cuando se rompen las bisagras, una puerta o una ventana se salen de quicio, desprendiéndose del marco que nos había contenido durante las últimas cuatro décadas. Allí no me animé a llamarle desquiciado a quien se postulaba como presidente. No era por miedo, sino porque no quise aventurar una afirmación de la que pudiera arrepentirme tiempo después, mucho más en mi carácter de profesional de la salud mental. Pero en verdad, como coincidirán muchos de ustedes, creo que me quedé corto.

Mucho más luego del último posteo en X llamado “Nazi las pelotas”, cuyo texto claramente es una tremenda desmentida del título. Porque ahora me pregunto si no debería tenerlo. Me refiero al miedo. O al menos, si debería callarme. Pero no.

Es bastante evidente que el mundo se ha convertido en un lugar donde habita un monstruo grande que pisa fuerte. Los empresarios más poderosos del mundo se han aliado desembozadamente al gobierno de la primera potencia mundial, al menos considerando su desmesurado poder de fuego militar y comunicacional. No es la primera vez que ocurre, pero su actual dominación performativa asombra, incluso en la posibilidad de control sobre nuestros actos, pensamientos y deseos. Asimismo, en los últimos días asistimos a sus explícitos intentos de favorecer expresiones de ultraderecha en Europa y Latinoamérica. Están cebados.

Lo cierto es que hemos quedado atrapados en las redes de una supuesta pero muy cacareada libertad, emprendedoramente tecnofeudalizados, y para colmo pareciera que con poca posibilidad de reacción, porque además suponen que estamos muy felices y entretenidos con los celulares.

Y como si este combo fuera poco, quien sobreactúa esta avanzada planetaria en nuestros pagos, ahora pretende asustarnos.

¿Tendremos que tener miedo de que nos vengan a buscar hasta el último rincón del planeta?

En el último año, los trabajadores del Estado, los investigadores científicos, los docentes, los estudiantes hemos sido demonizados sistemáticamente. Ni hablar, del enorme menosprecio hacia gran parte de los hacedores de la cultura, pasando por la industria y la creación cinematográfica hasta el ensañamiento sobre diversos artistas que se pronuncian sobre diversas políticas públicas de vaciamiento o de quienes activan y trabajan (mas bien trabajaban, visto los recientes despidos generalizados) en el ámbito de los DDHH. Hasta ahora no ha habido censura directa, pero a no dudar que el amedrentamiento generalizado pretende la autocensura. Convengamos que no debe ser fácil resistir los embates del poder, ara ello simplemente habría que preguntarle Lali Espósito, Cecilia Roth y algunxs otrxs valientes.

Ahora, el gran desquiciado nos dice “zurdos hijos de puta, tiemblen”. Es muy claro que en esa denominación ideológica engloba absolutamente a todxs lxs que no piensan como él. No puedo evitar relacionarla con la frase del general Saint Jean cuando en plena dictadura dijo: "Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; después a los indiferentes y por último a los tímidos".

Por otra parte, tenemos claro “que no hay ningún atracadero donde se pueda disolver en su escondite lo que fuimos”. Aquellos que nos hemos expresado alguna vez en términos progresistas, estaremos expuestos para siempre, porque nadie resiste el archivo de las redes sociales. En fin, ya estamos jugados, no tendremos donde cobijarnos hasta que esta pesadilla termine en estos tiempos de vigilancia omnipresente en tiempo y en espacio.

Gustavo Ceratti alguna vez nos prometió que después del planeta en desilusión y del cráter desierto, cuando pasara el temblor, llegará el beso en el templo. Pero eso habría que verlo. En esa canción el malogrado músico no invitaba a rebelarse, solo nos decía: “Despiértame cuando pase el temblor”, concluía. Hoy en día, no pareciera ser la mejor opción, porque nos deja inermes, en estado de indefensión. Mucho mejor sería despertarnos para hacerle frente al miedo que pretenden inocularnos.

Acá entre nosotros, prefiero a Fito Páez, cuando nos invita a salir al sol. Al menos, ante el impacto de los rayos de Febo, ya no temblaremos. El músico rosarino profundiza: “hay que salir a pelear hay que salir a luchar”. Y la verdad, me agrada tomar ese consejo.

Porque retomando lo ya escrito en la nota mencionada: “toda puerta puede volver a enmarcarse, se puede volver a “enquiciar”. A lo maníaco habrá que ponerle una buena parte de realidad, a la fantasía desbordante de la aniquilación del otro, la posibilidad de que lo colectivo y la apuesta por la vida sea más fuerte”.

Es muy estimulante saber que en muchos lugares nuestrxs compatriotxs más activxs y despiertxs empiezan a juntarse. Sin ir más lejos, la comunidad LGTBIQ+ y los feminismos han anunciado una gran marcha antifascista y antirracista para este sábado que seguramente se replicará en todas las ciudades del país.

Todxs deberíamos sentirnos interpeladxs. Está más claro que nunca que como se ha dicho en tantas ocasiones, esta vez también todos somos zurdos o feministas o de las comunidades de la diversidad. No solamente aquellos hombres y mujeres de izquierda que creyeron en una sociedad sin clases sino también, los peronistas, los radicales y hasta conservadores que hayan apostado a la democracia. Y también aquellxs que viven su género -o su sexo, incluyendo a quienes practican el tántrico- de la manera que les plazca, porque simplemente queremos un mundo diverso y amoroso. Un mundo donde nadie, esté al lado, o cerca o más lejos deba ser considerado como un enemigo. Y esto incluye también al desquiciado.