Desde la revolución industrial el hombre viene transformando la naturaleza en mercancía como si fuera un pozo inagotable, y ya hace planes para seguir desarrollando su costumbre en otros planetas. Trump, después de haberse retirado de los acuerdos de Paris con la intención de llenar de humo la tierra, ya tiene planes de plantar su bandera en Marte.
Venimos destruyendo el planeta de una forma u otra y ahora intentamos ponerle remedio con acuerdos de orden y de limpieza, pero francamente el litio no es energía limpia y ya se ven los resultados, los cambios ambientales y los derrames de uranio que envenenan nuestros ríos y la salud mientras nos subimos a nuestra híbrida cuatro por cuatro y nos tomamos un agua fresca saborizada.
Haga lo que haga, el hombre destruye la naturaleza no en su propio beneficio, pero nadie desde aquellos remotos años de la ciencia ha renunciado a conocerla en la convicción de que se puede conocer. Esto que parecería hoy tan obvio, la humanidad lo tuvo en debate durante siglos. ¿Realmente se puede conocer? Pongamos en mano de un niño una central computarizada de trenes eléctricos y el resultado de descarrilamientos, choques y colisiones será inevitable. Esto es lo que sucede con la naturaleza en manos de los hombres.
La posibilidad de conocer inauguró la ciencia, y aquello de Hegel, Todo lo real es racional y todo lo racional es real, pareció salvar un debate instalado durante la Ilustración. Filósofos como Kant o Schopenhauer hicieron trinchera desde el bando opuesto: no se podía conocer, y en eso, por vías racionales coincidían con las religiones. En última instancia aparecía Dios dándole sentido y coherencia a la existencia. En suma, la verdad última, la verdad en sí, era un artículo de fe.
Este debate ya se había dado en la antigüedad, aunque Platón en la voz de Sócrates haya intentado poner en ridículo a los sofistas.
¿Es así como afirmaba Hegel? Se puede conocer, todo lo real es racional y todo lo racional es real, es decir, realizable.
Desde la revolución industrial, desde la máquina a vapor, el hombre se creyó dueño del planeta con la pretensión de modelarlo a su imagen y semejanza, es decir a sus conceptos, a su lógica. Fuego, tormentas, sismos, parecen poner en duda a los silogismos de la razón.
Parménides de Elea nos planteó hace dos mil quinientos años que el ente, o sea, todo lo que es, es uno. Y razona que, si fueran dos, sería el no ente, y el no ente sería la nada.
Ahora bien, la razón tiene la costumbre, es de su esencia, dividir al ente, dividir las cosas. Todo análisis científico separa la realidad en partes. Habitualmente dividimos en nombres a nuestros amigos, las calles de la ciudad, y los órganos el cuerpo humano, clasificando la naturaleza. La razón corta con un cuchillo la realidad, en sus partes, e intenta unirlas según su lógica, su placer y necesidad. Así la realidad se destruye primero en la mente (se la separa en partes), y después se la ordena según su lógica como en cubeteras de hielo
Bien lo saben los médicos, lo han tenido al paciente durante seis meses en un hospital, interviniéndole con pastillas y bisturíes, y un día, el cuerpo dice basta y se descompensa. Y nadie sabe el porqué, porque un porqué está dividido en conceptos, en silogismos, y la naturaleza es otra cosa, es una unidad.
Todo lo que produce el hombre tiene partes. Un auto, miles de partes. Por eso cuando se descompone acudimos al mecánico y le encuentra una solución. Reemplaza una por otra. Una computadora, igual. El lenguaje binario de la cibernética, igual, encendido y apagado. Toda la cultura está hecha de partes, un aula, un texto escolar, un regimiento.
Pero ni naturaleza ni el universo están hechos de partes pues no lo hizo el hombre, porque no lo hizo la razón. La propia idea de haber tenido un creador, revela que esa idea solo pudo salir de la razón dividiendo en partes la creación, un creador, y un mundo creado.
Sí, no se le puede pedir al mosquito que deje de picar, ni al hombre que deje de pensar. Pensar significa separar la realidad en conceptos, y ni la realidad son conceptos, ni tiene partes.
Ni todo lo real es racional (el médico frente al moribundo), ni todo lo racional es realizable (cambio climático)
Son loables los esfuerzos de la humanidad para detener el cambio climático, pero reemplazar los combustibles fósiles por el litio es solo un gesto que se resume en hacer un pozo para tapar el otro.
Es propio del ser humano mirar con un solo ojo cualquiera sea su ideología o razón. No se pueden pensar dos cosas al mismo tiempo, y el hombre prefiere quedarse con una e ignorar a la otra.
Todavía recuerdo en mi niñez observar por la pantalla en blanco y negro esa propaganda que hablaba de los átomos para la paz, y pienso en la central de Zaporiyia cercada por la guerra de Ucrania. ¿Estos sabios del universo no pensaron que sembraban blancos por toda la tierra? ¿O los historiadores, los academicistas, le aseguraron que se acabarían las guerras?
¿Y los geólogos les aseguraron a los japoneses que no habría más terremotos?
¿Y los psicólogos de la Academia de Ciencias de la URSS le aseguraron que el error humano no figuraba en las estadísticas? ¿O tal vez Pávlov no admitía los lapsus?
La razón es un arma de doble filo. Le ha servido al hombre para salir de la barbarie, reproducirse y alargar su vida, pero al mismo tiempo ha cavado su propia fosa produciendo cambios en la naturaleza, la misma que le habían permitido llegar a ser lo que es.
Todo avance es un retroceso, pero preferimos ver y contentarnos con lo nuevo sin detenernos a pensar lo que hemos perdido.