La vida se resume toda en un punto decía “Lai”, como lo llamaban a Alberto Laiseca los asistentes a sus míticos talleres literarios. Aunque para su padre reprimir era la mejor manera de hacer crecer a un niño huérfano de madre en el pueblo cordobés Camilo Aldao, donde pasó su infancia y adolescencia, una noche descubrió que su hijo estaba leyendo unas historietas a escondidas y en vez de castigarlo, porque no dejaba pasar actos de desobediencia, le entregó un ejemplar de El fantasma de la ópera, de Gaston Leroux, un libro fundacional en su travesía como lector. El hombre que más lo dañó fue también quien lo estimuló a leer. Y la lectura le salvó la vida. Laiseca, el maestro (Random House) es un retrato íntimo del escritor más excéntrico de la literatura argentina, una biografía caleidoscópica escrita por Chanchín --mote cariñoso que usaba el autor de Los sorias para referirse a sus discípulas y discípulos--, un colectivo integrado por Selva Almada, Rusi Millán Pastori, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli y Natalia Rodríguez Simón.
¿Cómo contar la vida de un escritor que tempranamente, a los 20 años, había terminado Tecnocracia, el primer manuscrito de lo que en el futuro sería esa novela monumental, Los sorias, pero que decidió quemarlo porque estaba convencido de que tenía que vivir más para escribir más? El colectivo Chanchín esquiva el camino más fácil, que sería cumplir al pie de la letra con una suerte de línea cronológica, para optar por alternar los tiempos, los espacios, las anécdotas, las zonas más luminosas, pero también las más lúgubres, para componer un perfil más plástico y a la vez coral. “Lai”, que fue “un niño soviético” en Camilo Aldao, se metió en la carrera de Ingeniería sabiendo que lo único que quería era ser escritor. Trabajó como jornalero en Mendoza, en la cosecha de uva. Después de dos años de levantar cosecha, decidió probar suerte en Buenos Aires. Mientras sobrevivía trabajando como peón de limpieza en oficinas de la ciudad, escribía en servilletas, en cualquier papel que tuviera a mano.
El humo de los cigarrillos de “Lai” no eclipsaba sus bigotes manchados de nicotina. Si “solo una autobiografía de adentro para fuera tiene importancia”, como se advierte en el epígrafe del libro, que cita una frase de la novela Sindicalia, el colectivo Chanchín reconstruye minuciosamente la importancia que tuvo un “afuera”, el bar Moderno, que el escritor frecuentaba con el afán de vincularse con otros artistas. “Lai”, con pinta de loco medieval, leía y gesticulaba encerrado en sí mismo y era tan extremo que nadie lo soportaba mucho. En el Moderno se cruzó con el escritor de culto Marcelo Fox, que marcó la obra de “Lai”, especialmente en El jardín de las máquinas parlantes. Fox y "Lai" tuvieron como mentor esotérico-espiritual a Ithacar Jalí, seudónimo de Enrique César Lerena de la Serna, que era primo segundo del Che Guevara.
Hay hallazgos preciosos que condensan cierta inocencia, frescura o ingenuidad, según como se lo mire. Cuando la guerra de Vietnam estaba en boca de todos, descubrió que el miedo lo paralizaba, lo mataba por dentro. Entonces razonó que entrar en el conflicto y someterse a una muerte casi segura era la manera “más efectiva” de perder ese miedo. Le envió una carta a Lyndon Johnson, presidente de Estados Unidos, en la que daba cuenta de sus intenciones de formar parte de su ejército. Nunca le contestaron. Por conocidos y amigos del bar Moderno, empezó a ir a las tertulias que la poeta Tamara Kamenszain realizaba en su casa. Seguía viviendo en pensiones, pero trabajaba en Entel, un “escalafón” más alto, en comparación con los trabajos que había tenido. Subía a los postes telefónicos que tenía que reparar y desde ahí la llamaba a Tamara para leerle fragmentos de lo que estaba escribiendo. En una cadena de recomendaciones que va de Tamara, pasando por Tomás Eloy Martínez y Osvaldo Soriano, “Lai” llegó a publicar Su turno para morir, su primera novela, en Corregidor en marzo de 1976.
Fogwill y Ricardo Piglia fueron grandes mecenas culturales de la obra de Laiseca. En el cuento “Help a él”, Fogwill incluyó a un personaje de nombre Laiseca; en El jardín de las máquinas parlantes, a “Lai” se le ocurrió hacer de Fogwill un personaje para retribuirle el gesto. En uno de los volúmenes de su diario, después de un encuentro con Laiseca, Piglia anota: “Un raro tipo, versión sajona de la cara de David Viñas, pero construyendo una obra mitológica, ciencia ficción y delirio, quiere irse a vivir a Estados Unidos, escribir en inglés, ser como Pynchon o como Philip K.Dick o Vonnegut. Pero es muy pobre, un pobre que cuenta los fósforos y no ya los cigarrillos, desde luego que no sabe una palabra de inglés (…) lo que escribe es muy bueno, tiene un estilo arisco y muy fluido, por momentos casi un idiolecto. Vive siempre amenazado (como muchos de nosotros en esta época). No puede ganarse la vida, en esto también se parece a muchos de nosotros, pero en él es una incapacidad casi majestuosa”. La amistad se quebró por motivos relacionados con la polémica generada en torno al Premio Planeta, que Piglia ganó en 1997. “Lai” no quiso firmar una solicitada a favor del autor de Plata quemada, que lo había ayudado muchísimas veces prestándole plata.
Después del éxito del ciclo de los Cuentos de terror, el programa en I-Sat que lo volvió tan popular, y su participación en la película El artista, llegó el “Consultorio sentimental del Maestro Lai”, que formaba parte del reality Cupido. En el anecdotario existencial brilla un momento desopilante. Un productor del programa se encargaba de imprimir las preguntas y llevárselas a su casa unos días antes de filmar las respuestas del Maestro "Lai". Una consulta lo desconcertó, una mexicana le contaba que su esposo quería que ella y él se convirtieran en swingers, pero ella le aclaraba que no lo podía permitir y agregaba: ¿Me queda algo por hacer? “Lai” llamó a uno de sus discípulos y le dejó un mensaje: “¡Yo no sé qué carajos es swinger! ¿Me podés llamar?”.
Las manos de Julieta estaban enlazadas con las manos del padre ese 22 de diciembre de 2016 cuando “Lai” entró en paro. Su hija no quiso salir de la habitación del hospital Británico. Ya habían desconectado las máquinas. Todo estaba en silencio. El silencio que confirma la muerte de lo que estuvo vivo hasta hace unos instantes. “Yo te ayudo a pasar –le dijo a su padre, apretando bien fuerte su mano--.Yo te ayudo, andá tranquilo”. Un mes y medio después, el 11 de febrero, el primer cumpleaños de “Lai” sin “Lai”, Julieta se reunió con algunos discípulos del escritor en el puerto de Tigre para cumplir la última voluntad de su padre: que sus cenizas fueran esparcidas en el río Carapachay. “Lo que quedaba del cuerpo del Maestro --relata esa voz tan “éxtima”, tan interior sin dejar de ser exterior-- empezaba a formar parte del agua”.