-Ahí van los del Culto.

Le decíamos “Los ocultos”. Y no era una abstracción o juego de palabras: nadie sabía dónde vivían. Catalogados de algo siniestro la sola mención de la frase que los involucraba cultivaba en nosotros toda una gama de sobrentendidos y la imaginación volaba hacia unas inquietantes sombras chinescas proyectadas en films de terror. Simularían honrar a Dios en casas cerradas que aparentaban ser parroquias. Imaginábamos reuniones en la semioscuridad, sin el boato trascendental del oro falso, las estatuas piadosas y el incienso cargando el aire con las bujías a plena luz de nuestra Iglesia. No eran gente.

¿A que dios adorarían si no había más uno solo y era el de barba blanca y que había hecho escribir profecías? Ellos por el contrario, eran las voces escondidas de las otras razas, las oscuras, de religiones pecadoras. Demasiado teníamos ya con el enigma de Dios, Padre y Espíritu Santo. La Trinidad. El pecado original. Jesús levantándose entre los muertos. La paloma. La sangre. El temor, la culpa. Una multitud, un grupo de hormigas de gente invisible pero compacta, que solía pasar dividida en grupos pequeños a alguna hora exacta frente a nuestras casas sin hablar, anhelante en sus pasos, empeñada en ser distinta, mirando sin hablar. No saludaban, no se los veía comer en el Estoril, no compraban en los almacenes y según decíamos entre los pibes, nunca se morían. Entonces eran vampiros. “Se alimentan con insectos y sangre de gorriones”. “Y a la sangre la toman en vasos de ginebra”. “En Año Nuevo destripan bebitos”. 

Luego, el mito. Que un flaquito que vivía casa de por medio había alcanzado una claraboya y desde allí había oteado un mundo infernal, con vapores y sulfuros donde se abominaba del Niño Dios convertido en un muñeco de paja, y se desangraban animales en un altar. Otro que por tener pelota nueva y caer en el techo de uno de esos templos habíase animado a tocar timbre y dijo haber visto abrirse sola la puerta labrada, y desde dentro una voz ronca advertirle no volver a molestar más, mientras que el balón, traído vaya a saberse por qué garras, llegaba recto rodando a los pies del pasmado. Y tras eso, la puerta se cerraba con chirridos. 

Todo se simplificó una tarde. Conocimos a Tony García, cuya familia asistía al Culto, y lo interrogamos en el entretiempo de un picado. Estaba en desventaja, solitario en tierras lejanas, y no le quedaba otra que confesar. Ignoró las preguntas tales como “¿Es verdad que toman sangre? ¿Se acuestan entre ustedes? ¿Esperan el Anticristo? ¿Es cierto que es una misión del Demonio? ¿Les pagan para no hablar? ¿Comen carne como nosotros? ¿Se les permite acostarse entre hermanos? ¿Odian a Perón y a Evita? El pibe, un rechoncho fastidiado de flequillo recio, descruzandose de piernas y resoplando en una confesión inaudita tomó la pelota, la lanzó con fuerza contra el paredón y embistió: "Son unos boludos que ya me tienen podrido".

Allí se terminó la magia. No había mesones donde cocinaran niños, ni cuchillos sacerdotales, ni orgías ni blasfemias. Sólo vimos un gordito cansado de ver a su familia orando para dormirse temprano, aburrido de estarse tras los cortinados en una vida recta, con la televisión prohibida y solo los juegos con los de su misma especie en el patio de los templos. Lo contemplamos calmadamente, entendiendo la situación. ¿Qué hacía por primera vez en nuestra canchita como si nada? Le miramos los ojos; estaba triste y asustado pero determinado a dar pelea. Un fugitivo. El bolsito con sus pocas cosas lo explicaba todo. José se le acercó y empezó a preguntarle. Estaba huido desde temprano, escapando del colegio y rumbeado para acá, refugio vegetal y frondoso a salvo de las miradas, y que solo la noche lo protegería a la vez que temblaba con la sola presunción de que vendrían las sombras y no tendría dónde dormir. Ya era el atardecer y el naranja del aire se disolvería prontamente en un gris violáceo, luego en la curva de estrellas y finalmente en una luz de artificio. Fuimos hasta la bicicletería de Lelio. Icho compartía la entrada lateral del pasillo y sabía cómo entrar al taller con una llavecita pendiente de un cordón sucio que había disimulado en la tapa de la luz.

—Acá —dijo sin prender la lamparita— vas a tener dónde estar por lo menos hasta mañana. Le señalamos una manta sucia de alquitrán y uno que vivía al lado, en el almacén trajo envuelto un sánguche de milanesa.—Ahí está el baño, —señaló Icho. —Mañana vemos —dije yo sabiendo que al otro día ya sería 1964 y todo se desmoronaría bajo la aparente calma redentora. Cuando salimos, lo primero que vimos fue el reflector del Comando Radioeléctrico y después las luces del Chrysler de donde bajó la familia del gordito .Se lo llevaron de una oreja. Icho quedó retenido en el pasillo por cómplice y portación de llave ilegal, el vecino por falta de sanidad en la comida, y a mí me retuvieron un rato hasta que confesé, poniendo como sabía los ojos en blanco y tartamudeando que el Diablo y los asquerosos comunistas mediante órdenes telepáticas eran quienes nos habían conducido hasta allí para proteger a un pecador y que nosotros éramos inocentes, jurando en confesión que habríamos de purgar nuestras faltas en misa. Yo me había convertido en un delator repentino, desaforado, que mezclaba datos ciertos con presunciones de hechizos, hipnosis luciferinas, oraciones con mandatos para gobernarnos, a nosotros, niños del barrio criados para Dios.

El gordito nos miraba como un borrego al que llevan al matadero ya dentro de su cárcel en movimiento con su moflete colorado por las cachetadas. Yo seguía compenetrado recitando versículos de la Biblia con sermones exaltados, señalando a los soldados romanos que ahora descendidos del Cuartito Azul harían con nosotros lo mismo que hicieron con nuestro Señor Jesucristo: encerrarnos, crucificarnos, lancearnos en el costado. Me arrodillé ante los pies del agente.

-!Mátennos, si tienen que hacer justicia, mátennos de una buena vez!. 

El sargento me acarició la cabeza como a un monito borracho. — A éste dejénlo ir que le falta un tornillo.

El tiempo vino a reconfirmarlo. Yo hice una religión de la idea sobre mentir para evitar males mayores. Yo armé una tienda al menudeo con ropa de origen non sancto. Tony García, el gordito de la gente del Culto, con el tiempo casóse con una prostituta y abrió una armería.

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