Culpa cuando ríen satisfechos
Al haber comprado sus derechos.
Culpa cuando se hacen moralistas
Y entran a correr a los artistas.

Culpa cuando a plena luz del día
Sacan a pasear su hipocresía.
Culpa de la brava, de la mía.
Culpa que se puede recitar.

No puedo ver tanta mentira organizada
Sin responder, con disculpas, “mi culpa”.

Culpa sin fusiles y sin bombas.
Culpa con los dos dedos en V.
Culpa que también es desconfianza,

Marcha de la culpa y del por qué.

“Marcha de la culpa”
Parafraseando la "Marcha de la bronca", de Pedro y Pablo.

Después de haber escuchado, visto, leído, y hasta –me animo a decir– degustado todo tipo de formatos en los que subjetividades, colectividades y grupúsculos de toda especie debaten sin debatir, discuten sin discutir, interpelan sin interpelar –y otros verbos más sin sus correspondientes infinitivos– acerca de quién, quiénes o quiénas tienen la culpa de lo que fuera o fuese, he llegado a la conclusión, tal vez apresurada o eventualmente retardataria, quizás algo timorata o eventualmente temeraria, de que lo mejor que podía hacer era asumir yo mismo la susodicha culpa, aunque no supiera y ni siquiera sospechase de qué culpa se trata.

Quizás actuando de esa manera ayudaría aunque fuera mínimamente a restablecer el orden que nunca fue, o al menos a organizar mínimamente el caos que sí rige en todo su señorial despliegue, ya que cuando “Fulanos Desenfrenados" acuse a “Menganitas de la Primera Hora”, o cuando “Fundamentalistas de la Nada Misma” acuse a “Moderados Anónimos” de “Sea lo que sea, la culpa la tenéis vosotros”, “vosotros”, o sea “ellos, les inculpades”, podrán responder: “Te íbamos a decir que la culpa la tiene El Gran Bonete, pero como las jóvenes generaciones ignoran quién era el susodicho, preferimos decir que la culpa la tiene Rudy", que sonará más creíble, aunque también ignoren quién es (soy) Rudy.

¿Y qué haré yo con tanta culpa? Simplemente, buscaré un contéiner que la contenga y que se la lleve por ahí; la veré irse sin decirle adiós ni siquiera agitando un pañuelo, y luego miraré hacia adelante y le diré a quien quiera oírme: “Ya está, no hay más culpa, ahora solo queda hacernos responsables de nuestros actos sin excusas ni lágrimas ni extensos discursos pragmáticos, tácticos, estratégicos o socioantropológicos”.

Porque, lector, yo estoy dispuesto a descargar la culpa, pero de las responsabilidades se deberá hacer cargo cada une. Si usted desconociese la diferencia entre ambas, carísimo lector, estaríamos en serios problemas. Por las dudas, incluyo las respectivas definiciones que da la Real Academia Gugl:

Culpa: Sentimiento emocional que surge cuando una persona se siente responsable de un daño o de haber transgredido normas sociales, éticas o personales.

Responsabilidad: Deber de reparar los daños causados a otros.

O sea: la responsabilidad no es “un sentimiento”, sino algo más concreto, medible, susceptible de ser juzgado (en caso de que existiera la justicia, eso sí). Por eso digo: si quieren transferirme sus sentimientos de culpa, denle nomás. Pero responsabilidad, ni ahí.

¿Y a qué viene todo esto, en la horripiloide realidad que nos rodea? A que si usted, lector, desconoce la diferencia que acabo de señalar, sepa que la ultramegagigateraderecha –o como usted quiera llamar a esos poderosos que anónima o descaradamente ejercen su poderío, siempre abusivo, sobre usted, tú y quien esto escribe– sí conoce bien esa diferencia, y la usa tooodo el tiempo. Es más, la usa para seguir burlándose de nosotres sin parar. ¿Cómo lo hace? Es tan simple que se vuelve genial: estableciendo la agenda. O sea, decidiendo ellos de qué se discute y de qué no, e imponiendo (y haciendo creer que no) que se hable de temas de los cuales, en caso de perder la discusión, podrían ser culpables pero no responsables.

Por ejemplo, si te quito un derecho que vos no tenías, y lo divulgo a viva voz, logro que te enojes y trates de “recuperar” eso que no tenías, y que si lo lográs te sientas un héroe legendario satisfecho y digno de figurar en antologías y canciones. Mientras tanto, aprovecho y te saco lo que sí tenías, disimuladamente, quizás alabándote, haciéndote sentir magnánimo ( como que “no te lo quito, vos me lo das porque sos “ de bien””), magnífico o alguna otra magnitud.

Bueno, lector, mientras usted lo piensa, voy a llamarlo al Licenciado A., así lo agarro recién llegado de vacaciones, con el inconsciente fresquito, por si alguna culpa de esas que me tiraron me cayó mal al esófago.

Sugiero al lector acompañar la columna con el video de Rudy-Sanz “Argentinos más o menos”: