Me cuesta escribir porque todo lo que pueda decir me parece obvio, trillado, evidente. Insisto, sin embargo, porque no hay que dar nada por sentado. En una época en que todo está puesto en duda, los derechos humanos más básicos incluidos, hay que persistir en la palabra pero principalmente en la búsqueda de formas distintas de enfrentar lo que, parece, vino para quedarse.

Por estos días circuló un video de la actriz estadounidense Jamie Lee Curtis diciendo que más que una película de terror lo que realmente le da miedo es "la vuelta del fascismo y el odio": "Tengo una hija trans. Hay amenazas contra su vida, sólo por existir como ser humano. Hay gente que quiere aniquilarla, a ella y a gente como ella”. "El nivel de odio es..., como si no hubiéramos aprendido del fascismo, como si no hubiéramos aprendido cuál es el resultado de eso. El exterminio de seres humanos. Eso es aterrador", dijo.

Con la asunción de Donald Trump se institucionalizó el deseo del exterminio del otro diferente con el eufemismo de restaurar la “verdad biológica”, consistente en que se van a reconocer solo los géneros masculino y femenino (aunque ya sabemos que las mujeres siempre fueron el otro), haciendo desaparecer el resto de las identidades de género. Estas políticas alimentan la ya frágil existencia de las personas que se identifican con el colectivo LGTBIQ+. Según Amnistía Internacional, en ese país la población LGBTIQ+ tiene una probabilidad nueve veces mayor que la población no LGBTIQ+ de ser víctima de delitos de odio con violencia.

Como para estar a tono, Javier Milei hizo en Davos una performance antiderechos, especialmente en contra de los feminismos, las mujeres y las personas de la diversidad sexual, grupos a los que viene castigando desde antes de su asunción.

Desconociendo los estudios de género y exhibiendo su ignorancia en relación a que efectivamente la violencia hacia las mujeres tiene componentes particulares por los cuales la mayoría de los países del mundo la condenan y trabajan en su erradicación, dijo “llegamos, incluso, al punto de normalizar que muchos países supuestamente civilizados si uno mata a la mujer se llama femicidio”. En nuestro país, recordemos, una mujer es asesinada por día por razones de género. Desde el 1º de enero al 31 de diciembre de 2024 se produjeron 283 femicidios, 3 lesbicidios, 8 trans/travesticidios y 24 femicidios vinculados de varones, según el informe anual del Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano” que dirige La Casa del Encuentro. Como consecuencia, 343 hijas/hijos quedaron sin madre.

Milei habló también de las “aberraciones” del aborto y de seguir la agenda LGBT, para luego asociar a la homosexualidad con la pedofilia.

Demás está decir que discursos de odio como estos fomentan la misoginia y también discriminación y la violencia contra mujeres y lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales. Según el último informe del Observatorio Nacional de Crímenes de odio LGBT en el año 2023 ocurrieron en Argentina 133 crímenes de odio, en los que la orientación sexual, la identidad y/o la expresión de género de todas las víctimas fueron utilizadas como pretexto discriminatorio para la vulneración de sus derechos y la violencia contra ellas.

Por estos días también circuló un video de una pareja gay que le habla al presidente. Le cuenta la historia de adopción de dos hijas, ellos le dicen “ahijar”, y lo llaman a salir de la ignorancia y acercarse a la realidad de la vida de su familia, como la de tantas otras, que no tiene nada que ver con las fantasías fascistas sobre toda orientación sexual que no encaje en el paradigma de la heterosexualidad y toda identidad de género que se corra del binomio varón/mujer cis (cuya identidad coincide con el género asignado al nacer).

El deseo de exterminar al otro, decía, tiene una larga historia (atravesada por el patriarcado). Formar parte de la genealogía del colonialismo, del nazismo, del fascismo, de las dictaduras más sangrientas, no solo no tiene nada que ver con la libertad que proclama el presidente, sino que es cruel y deshumanizante.

El video de Curtis me hizo pensar en volver a lo más básico. A pensar por qué unas vidas tienen más derecho que otras a ser vividas. En algunos trabajos, Judith Butler llama a reconocer la precariedad de la vida, definida como una condición socio ontológica que atraviesa a todas las vidas, ya que toda vida puede ser dañada. Es decir que todos, todas, todes estamos en manos de otros. No somos completamente autónomos. A la vez, todas, todos, todes somos precaries pero no de la misma manera. Entonces, siguiendo a Butler, partimos del supuesto de que para que una vida pueda ser llorada, debe haber sido considerada una vida digna de ser vivida. Y si no se considera vida, dirá la autora, su muerte tampoco será leída como pérdida.

¿Por qué este rodeo sobre la muerte? Porque eso es lo que sigue o convive con los discursos que niegan las vidas de segunda, las desigualdades, las discriminaciones.

¿Qué sabemos, qué sabe el presidente, de las personas que perdieron seres queridos en manos de femicidas o de homoodiantes? ¿Esas muertes de alguna manera ofenden e inhabilitan la vida de quienes no reconocen estas existencias? ¿asumir esas muertes que los discursos misóginos y transodiantes alimentan llevaría a asumir también las consecuencias del sistema político, social y económico que pregonan?

Uno de los hashtag que circula para la convocatoria de la Marcha Federal del Orgullo Antifascista, Antirracista LGTBIQNB+ es #lavidaenriesgo. Sí, todas las vidas están en riesgo con un orden global fascista y con un presidente autoproclamándose líder de esa cruzada a la que llama “por la libertad”. Algunas más que otras, por supuesto.

En la historia de nuestro país tenemos experiencia en las políticas del exterminio del otro. Y tenemos por supuesto mucha historia de resistencia, de movilizaciones que lograron cambiar o al menos desviar el curso de la historia reciente. La Marcha Federal del Orgullo Antifascista, Antirracista LGTBIQNB+ tiene esta historia sobre los hombros y la fuerza de quienes vienen perdiendo. “A Milei le decimos ¡Basta! en la calle!”, fue la consigna principal. Me pregunto si será suficiente, no digo que no sea importantísima y necesaria, digo que no puede ser la única y tampoco la manera unívoca de pensar y actuar el cambio. Del otro lado han sabido negar marchas, desoír reclamos, ignorar leyes nacionales y tratados internacionales, construir la propia ficción de un país “libre” con cada vez más excluidos, de los cuales muchos incluso, lo siguen convalidando.