Fue la gota que rebasó el vaso. Después de más de un año de desguazar las políticas de prevención de la violencia de género, de recortar la entrega de medicamentos a jubilados y a personas con VIH/sida y de comida a centros comunitarios, de suprimir programas clave para la prevención del embarazo no intencional en adolescentes, de dejar de comprar y distribuir anticonceptivos y tratamientos para abortar y promover y avalar feroces ataques en redes sociales contra los feminismos y la agenda de la diversidad, las declaraciones del presidente Javier Milei en el Foro Económico de Davos, donde asoció a la homosexualidad con la pedofilia, prendieron la mecha que hacía falta para salir de una inercia paralizante.

Las calles saben de resistencia y de construcción colectiva.

En las calles, una multitud inimaginada gritó más fuerte que nunca Ni Una Menos, en junio de 2015, y la problemática de la violencia machista y su expresión más extrema, los femicidios, empezaron a entrar en las políticas públicas y en la agenda judicial. En 2017, miles de personas llenaron la Plaza de Mayo en contra del beneficio del 2x1 para delitos de lesa humanidad dictado por la Corte Suprema. La presión popular logró que se derogara luego la ley. La marea verde fue fundamental para que el Congreso votara la Ley de IVE. Más recientemente, la defensa de la universidad pública nos volvió a unir en las calles. Apenas algunas de las movilizaciones más emblemáticas de los últimos años. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo nos enseñaron la importancia de la persistencia para reclamar y pelear por causas justas.

El plan antigénero que viene implementando Milei sigue al pie de la letra el llamado Proyecto 2025, un manual de estrategia elaborado para Donald Trump por la Heritage Foundation –-un think tank ultraconservador-- y colaboraciones de más de un centenar de grupos de la extrema derecha religiosa y decenas de exfuncionarios del por segunda vez presidente norteamericano.

El primer día de gobierno, Trump sostuvo que solo hay dos géneros y son los asignados al nacer. Y luego ordenó el cierre de todas las oficinas de Estado federales que se dediquen a diversidad e inclusión. Esta semana prohibió los tratamientos médicos para menores de edad trans, entre una avalancha de medidas y anuncios antiderechos.

Milei se exhibe como el mejor alumno de la escuela de la ultraderecha conservadora. Habla de respetar el proyecto de vida del prójimo como un lema infranqueable pero junto a su horda de replicadores libertarios incentiva, con falsedades, el odio contra la comunidad LGBT+.

La convocatoria de este sábado --en distintas ciudades argentinas y en otros países-- a la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista expresó con una potencia conmovedora un claro mensaje al Gobierno: no vamos a permitir que se imponga una narrativa que avale la persecución hacia las personas LGBT+. Ni que se arrase con la ampliación de derechos para mujeres y diversidades. No han sido privilegios, apenas la búsqueda de equilibrar una balanza que en una sociedad patriarcal históricamente estuvo --y aún persiste-- desequilibrada. Fue una dosis energizante, un sentir que vale la pena volver a salir a las calles. Toda la fuerza de esta movilización debe ser el puntapié con un norte bien claro: que no haya otros cuatro años más de Milei. En Estados Unidos pensaron que Trump no iba a regresar y volvió.