Con la rabia sacudiendo las calles, veredas y balcones de decenas de ciudades argentinas (y una réplica que se sintió fuerte y por adelantado en muchas otras del mundo), la organización transversal y popular que surgió en la asamblea antifascista hizo una convocatoria récord este 1º de febrero.
El rápidamente negado discurso de Davos fue detonante (una prueba más de la desmentida psicopáta que nos gobierna), pero la urgencia por marchar y poner en común las respuestas a una gestión que tiene en el apriete y el ajuste perverso su más planificado punto de tracción, nació mucho antes, y es imposible no pensar en aquellas personas que fueron criminalizadas por marchar, disciplinadas a chorros de gas pimienta y protocolo anti piquetes, despedidas injustamente y a cuentagotas solo por formar planeles de empleo público tildado unilateralmente de ñoqui, dejadas sin tratamientos o medicamentos claves para su salud física y mental, puestas a prueba en ridículos examenes sádicos para ratificar su solvencia, y un largo etcétera que rebalsó la paciencia de un grupo demasiado robusto de existencias que lejos están de parecer minoría.
Y es que el costo de esta movida se anticipa alta para Javier Milei y sus secuaces; quienes vienen chapeando baja inflación y dólar planchado en una estrategia más vieja que las piedras: fascismo puro y duro, cientos de personas que no tienen donde vivir ni morir, más allá de la orientación sexual que tengan. La violencia ejercida por el payasesco mandatario tuvo un rebote impensado en un pueblo que tiene sobrada gimnasia en salir a la calle y que, a pesar de los golpes, viene resistiendo con organización, creatividad y muchísimo aguante.
Conmueven especialmente de este despliegue de imaginación puesta en las consignas todas aquellas que hacen referencia a la ternura ("proteger a lxs tiernxs, combatir a lxs fachxs"), al orgullo LGTBIQNB+ ("Qué orgullo ser puto, qué vergüenza ser Caputo"), a las identidades diversas que ponen en juego sus vidas cada vez que pisan la vía pública ("¿Qué soy? Postbinaria mi amor"), y a los femicidios y travesticidios ninguneados por LLA ("Adorni gusano"). Y en presencia, además del despliegue de creatividad y el abrazo colectivo, a la cantidad de viejes desafiando el calor hirviente de pleno verano para destacar que sus trayectorias no pueden ridiculizarse con recortes salvajes.
"Llamen al fascista de Milei / para que vea / que este pueblo no cambia de idea / pelea y pelea por la libertad", resume la idea de que la palabra muletilla del gobierno no puede ser robada a la narrativa popular y que la potencia de organizar una multitudinaria movilización pacífica va a ser histórica, tal vez el mazaso que necesitaba Milei para reinventar su obsecuente oratoria destructiva que se hace eco de las derechas del mundo que amenzan la vida de migrantes, indígenas, defensores/as territoriales y todo tipo de comunidades que desafían el statu quo capitalista y heteropatriarcal.
Ideas y capacidad de organización se desplegaron para defender la idea de que se lucha por vidas dignas, libres de acosos impunes como el de Orlando Alcides Lutz Fogar contra la vivienda de una pareja lesbiana y su hija en Cañuelas. Pero además por el reconocimiento de derechos básicos por los que ya no se debería estar marchando.
"Al clóset no volvemos nunca más" se hizo carne colectiva dentro de la alegría de encontrarnos, una vez más, de la mano de quien no pretende la destrucción de lxs otrxs para garantizar su quintita.