Javier Milei produjo un efecto cultural inverso. Logró que cientos de miles de personas se movilizaran en todo el país y en todo el mundo en pleno verano y con mucho calor. Algo inédito. Milei grita ¡libertad, carajo! pero coarta la de los trabajadores, de las mujeres, de las minorías de género, de los jubilados y de los discapacitados. Y la marcha de ayer fue por lo que él declama pero restringe, fue una marcha por la libertad.

La idea de falta de libertad está representada con mucha claridad en una minoría discriminada y difamada por el discurso de Milei en Davos. Y el rechazo a los discursos de odio se potencia cuando se trata de violencia de género y femicidio, cuando el Gobierno asegura que no existen. No se trata de un problema sectorial. Cientos de miles de personas pusieron en la calle muchos años de debate, de maduración y de ejercicio democrático. No han sido en vano las luchas anteriores ni el esfuerzo y hasta el sacrificio de tantos que lucharon por sus derechos.

Muchos, adultos o jóvenes, participaron por primera vez en una marcha. No hubo hasta ahora una reacción parecida por temas que son los que siempre fueron los detonantes, como los relacionados con la economía y por los que se hubiera esperado que actuaran como disparador de la protesta. El discurso de la derecha se centró en ese aspecto y fue eficiente. Logró que se difundiera cierta expectativa. Y que mucha gente se convenciera del relato engañoso sobre la necesidad del sacrificio para recibir más adelante la recompensa. Esa gente siente pánico de que se rompa esa ilusión y prefiere quedarse quieta a pesar de todo.

Pero la protesta revienta por el eslabón más débil del discurso, aquél cuya fuerza radica nada más en que está enganchado con esa ilusión. No la sostiene, sino que se alimenta de ella. En ese punto los argumentos son débiles y su falta de veracidad es fácilmente constatable en la realidad. Además hay una comunidad que ha discutido esos temas y gracias a esa maduración, muchas familias pudieron rearmarse y las mujeres defenderse. Confundir ese proceso de ampliación de derechos con la ideología woke es ceguera, cuando no prejuicio.

El discurso de la derecha no es un conjunto de barbaridades inconexas sino que forman un sistema interrelacionado. El núcleo son las propuestas económicas, pero necesitan sostenerlo con un sistema de creencias, valores y principios éticos. Y cada fragmento de esa pieza que se rompe deshilacha al conjunto. Los que votaron a Milei y fueron a la marcha, o los que fueron por primera vez a una movilización, en ambos casos dejaron de creer en algo que en algún momento podría haberlos convocado.

Es una tontería afirmar que la única movilización verdadera es la que tiene raíces económicas y que todo lo demás no tiene importancia. Como argumento suena a un origen que desconoce el sentimiento sobre todo de las mujeres en los sectores populares sobre la violencia de género, la discriminación laboral o la subestimación de su trabajo.

Además de la relevancia de los derechos de las mujeres y de la comunidad Lgtb+, del valioso reclamo de libertad que abarca a toda la sociedad, en la movilización confluyeron todos los grupos en lucha. La marcha fue un disparador para acompañar otras luchas. Y hubo dos que se destacaron como aquellas que se visualizan con más fuerza. Una fue la lucha por la defensa de la salud pública representada en los trabajadores del Garrahan y del Bonaparte, cuyos carteles estaban allí.

Cuando se interrogaba a los manifestantes por los motivos de su participación, hablaban del discurso de Milei en Davos, pero inmediatamente incorporaban todos los demás conflictos. Por lo menos, los que recordaban.

El otro tema muy fuerte fue el de los jubilados. En la esquina de Piedras y Avenida de Mayo había un grupo de ellos con un cartel que los identificaba como “la multisectorial de jubilados”, que van todos los miércoles al Congreso. A media cuadra de allí, se formaba una aglomeración de chicos y chicas que gritaban cada vez que saludaban desde una ventana del primer piso María Becerra y Lali Espósito.

Pero antes de llegar a ese punto, los manifestantes que iban a Plaza de Mayo pasaban por esa esquina. Muchos se detenían para aplaudir a los jubilados. Una piba con el pañuelo verde les hablaba y les decía que quería hacer más con ellos, pero les pedía perdón por no acompañarlos, que no podía. Otros los aplaudían y se sacaban fotos con ellos. Fue muy fuerte y emotiva la reacción de los manifestantes con los jubilados cuya problemática, paradójicamente, no ha tenido hasta ahora la misma masividad.

Esta manifestación se repitió en forma multitudinaria y con las mismas reacciones en ciudades importantes, como Mendoza, donde Milei ganó con el 70 por ciento de los votos y también en Rosario, en Gualeguaychú o en Bariloche y en todas ellas se sumaron reclamos locales de tipo ambiental, educativo y demás. Los manifestantes decían “hay que poner un límite y decir basta a las barbaridades”. Fue mucha gente que nunca había participado en marchas y en una fecha imposible. Fue un síntoma de desgaste.