El secreto mejor guardado de la literatura argentina vive en El Bolsón. Tuvo una niñez campesina en el corazón del monte en Entre Ríos. No conoció el hambre, pero pasó necesidades. Diego Angelino, que sabe que las heridas de la pobreza son incorruptibles, trabajó como bibliotecario, ujier de la justicia, gerente de un cine y mientras empezó a garabatear algunas historias abrió junto a su mujer un vivero llamado “Tierra baldía”, en homenaje al poema de T. S. Eliot. “Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche”, el primer relato que escribió, impresionó tanto a Victoria Ocampo, que le escribió una carta en la que destaca que le gusta “cierta simplicidad directa y la manera de contar” y le sugiere a esa joven promesa que “siga escribiendo”. 

En 1974, ganó el premio La Nación con su libro de relatos Antes de que amanezca (editado como Con otro sol), con un jurado integrado por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Alicia Jurado y Eduardo Mallea. En el hipnótico y lúgubre universo de Angelino, un territorio mítico bautizado como Campo del Banco, algunos personajes como Viejo Pancho descubren que “la memoria es como un caballo mal amansado que da un salto o dobla cuando se le antoja”. Sus Cuentos completos, publicados por Eterna Cadencia con prólogo de Martín Kohan, tienen una potencia que surge del arte de registrar lo común y corriente anudado a lo extraordinario, como si fuera un minucioso narrador que sabe enhebrar las voces de los extraviados y desesperados en el preciso instante en que están por hundirse en la neblina del olvido.

Narrar la espera

En el prólogo del libro, que reúne veinte cuentos escritos entre los años 70 y 2010, Kohan observa que el tiempo “largo y lento” que Angelino sabe desprender de los espacios acerca su literatura a la verdad esencial de las esperas. “No son cuentos en los que nada pasa: pasan cosas, y a menudo terribles; ni son cuentos de personajes apagados de apatía: incluso en el apocamiento, algo tienen de desaforados”. Angelino “sabe narrar lo más difícil de narrar: las esperas”, subraya Kohan. Y concluye: “Narrar huellas, narrar inminencias, narrar restos, narrar olvidos: lo que está por pasar o lo que acaba de pasar, lo que parece haber acontecido apenas, lo que se diría que desaparece incluso mientras está sucediendo. Es un arte de narradores eximios. Y Diego Angelino es sin dudas uno de ellos”. 

El escritor patagónico por opción confirma que Kohan tiene razón al decir que “soy un narrador de la espera”. “Casi me halaga", aclara. "Y resalto que Zama -para mí de lejos la mejor novela escrita en la Argentina- está dedicada a ‘las víctimas de la espera’. A propósito de Antonio Di Benedetto, cuando los deleznables poderosos lo sueltan de la cárcel y él se va a España, me manda unas líneas que comienzan legibles, pero que terminan casi en un indescifrable temblor. Curiosamente, o a propósito, justo había temblado Mendoza, ‘donde todavía tengo mis afectos’, terminaba diciéndome”.

“Se escribe mejor sobre lo que está olvidado”, le dijo Bioy Casares cuando Angelino recibió el premio La Nación. En cambio, a Borges le llamó la atención que el joven escritor premiado escribiera sobre el campo “desde adentro”, no con la mirada de los dueños de las estancias, sino con la de un hijo o nieto de inmigrantes. La primera novela de Angelino permanece inédita. Al sur del sur fue recomendada en el premio América Latina, organizado en 1973 por el diario La Opinión y la editorial Sudamericana, con Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh como jurados; pero el autor decidió no publicarla. 

“Cumplió su cometido; era lo primero que yo sometía a juicio y tuvo su reconocimiento. El jurado, o al menos alguno de ellos, la había ponderado. Con eso me di por bien pagao. Y para un escritor darse cuenta de que un cuento o una novela no debe publicarse es lo mejor que le puede pasar”, reconoce y precisa que para un escritor no es fácil ser su propio crítico. “Como quiera que sea, su intención o su espíritu probablemente estaría insuflando trabajos posteriores”.

Su novela Sobre la tierra, una especie de ampliación del cuento en el que aparece la inolvidable Baronesa, “Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche”, fue editada en Barcelona en 1979 y llevada al cine por Nicolás Sarquís en 1998, con un elenco encabezado por Graciela Borges, Germán Palacios y Lito Cruz como protagonistas. El escritor ha construido un camino y una obra tan sólida como original, a espaldas de una Buenos Aires que siempre ha pretendido monopolizar la producción literaria argentina. En la década del 80 se produjo un cambio de geografía, aunque los “temas”, sus obsesiones narrativas, continuaran siendo los mismos de siempre: la ausencia, lo que no está es “el manantial que no cesa”. 

 

Cuando vivió en Comodoro Rivadavia, Alba, su pareja, le habló de Juana Sosa de Canosa, la madre de Juan Domingo Perón. Angelino dejó a un lado el escenario de Entre Ríos y eligió situarse por primera vez en la Patagonia para escribir Recordando en el viento (1983), una novela sobre la vida de la madre de Perón. Después de una pausa de 28 años, volvió al ruedo editorial con Escrituras, una antología de cuentos y relatos publicada por la editorial cordobesa Caballo Negro en 2011. El bumerang vuelve al cazador quedó seleccionada entre las once finalistas del premio Herralde de Novela y fue editada por Espacio Hudson, editorial patagónica, en 2017. Al país de las guerras, hasta ahora su última novela, la publicó la Universidad Nacional de Entre Ríos en 2019.

Aliento generoso

“Exactamente no recuerdo cuándo empecé a pergeñar algo parecido a una escritura literaria. En realidad, sospecho que todos los escritores son lectores que, a propósito -por influencias, por contagio, o si se quiere por prepotencia del alma- en algún momento de sus lecturas desbarrancan. No es un suicidio, pero es lo más parecido a un salto al vacío. Digamos que hemos sido empujados por los antepasados”, dice Angelino desde El Bolsón, donde vive. “En mi caso recuerdo sobre todo a Horacio Quiroga, a Felisberto Hernández; ya lo dijo alguien: ‘los mejores escritores argentinos son uruguayos’. Si hasta hemos querido apropiarnos de Juan Carlos Onetti”, ironiza el escritor. “Tampoco es necesario que sepamos quiénes fueron los que nos empujaron. Generalmente son muchos y variopintos”.

A la vez que confirmó “esa necesidad de desbarrancarme”, se enteró de que el Fondo Nacional de las Artes daba subsidios “para avalar esa culpa”, enfatiza el escritor, que envió el cuento “Bajo la luna, sobre la tierra, bajo la noche”, y tuvo la suerte de que lo leyera nada menos que Victoria Ocampo, quien decidió escribirle una carta al autor: “Quiero decirle que me ha gustado el tono de esas páginas. Me gusta cierta simplicidad directa y la manera de contar. Desde hace 15 años formo parte del Directorio del Fondo (no sé hasta qué día) y me llamo Victoria Ocampo. Lo saludo cordialmente. Siga escribiendo”. 

Angelino siguió la recomendación de Ocampo al pie de la letra. “Como dijo Borges ‘algo que no se nombra/ con la palabra azar/ rige esas cosas’. Yo me sentí arropado. Ese mensaje de ella -'siga escribiendo'- no era un golpecito en las espaldas: era un aliento generoso de alguien que estaba más allá del bien y del mal, que no rendía cuentas a nadie, que no lo hacía por ningún interés”, destaca el escritor. 

En ese primer cuento narra la historia de una Baronesa alemana, de la alta aristocracia, que alguna vez habló cinco idiomas. “Cuando yo la conocí, muerto el hijo en la guerra y muerto el marido en las soledades de los montes de Ibicuy, frente a las Lechiguanas, abotargada por el alcohol, y luciendo una tremebunda gordura, convivía con un amante paraguayo que disfrutaba de sus riquezas. A través del cuento, me permití rectificar la historia, reivindiqué a la mujer, le fabriqué otro destino. Y comprendí que la narrativa es una manera humilde pero poderosa de modificar la realidad. Y no es para mal de ninguno/ sino para bien de todos”, recuerda unos versos del Martín Fierro.

Infancia montaraz

Todavía no había leído a William Faulkner, ni a Onetti, ni a Juan Rulfo, cuando surgió Campo del Banco como geografía de los relatos. “Así realmente se llamaba un lugar vasto y oscuro que se ubicaba a un par de leguas de nuestra casa en Crucecitas Octava, en un enclave entre Nogoyá, Villaguay y Rosario del Tala. Digamos en el corazón de la selva de Montiel", puntualiza el escritor. "Si se quiere una tierra de nadie, un enorme campo con montes hirsutos, que pertenecía al Banco pero que en los hechos no pertenecía a nadie, con gente abandonada de la mano de Dios. Malandras y forajidos, pero a la vez, como corresponde, desbordados de humanidad, de pobres riquezas o de ricas pobrezas. Ese era el escenario al que volvía una y otra vez en mi exilio en la Patagonia. Era mi niñez cargada y recargada de esos recuerdos. No precisaba inventar demasiado. Era mi infancia montaraz, hostil, pero desmedidamente rica”, la define el escritor, que nació en Entre Ríos en 1944.

“El camión era mi confidente”

“Diego Angelino escribe siempre como parece que ya nadie podía escribir”, afirma Alejandra Kamiya. “El tiempo y las palabras se ponen a sus pies. Leerlo es como sentir lo que sentimos cuando, cansados, encontramos un refugio que extrañamente parece haber estado esperándonos”, agrega la escritora. 

En Campo del Banco habitan criaturas complejas como los Álvarez, los Frutos, el Linye, la Viuda de Ruiz, entre otros; en algunos relatos son los protagonistas mientras que en otros son personajes “colaterales”. Hay frases de los narradores de los cuentos que se quedan tatuadas en la piel de la memoria lectora: “los desesperados no tiene paz sobre la tierra”; “caminaba y empezaba a descubrir que la noche también tiene su voz, el mismo silencio de la noche resuena y él podía oírlo y no era necesario hablar porque ya estaban hablando”; “hay que quedarse quieto para esperar la muerte”; “los ladridos parecen venir de muy lejos, a un costado del sueño”; “esa quietud del campo sobre el mediodía, cuando el sol dibuja contra el suelo la sombra exacta y prieta de los seres”.

 ¿De dónde vienen este tipo de frases: de la lectura, de la observación de los lugares donde vivió o estuvo, de escuchar a los otros? ¿Hay una especie de “yacimiento” de expresiones y observaciones marca Diego Angelino? “No surgen de ningún dicho: surgen de la sabiduría de la gente mayor, que podría haberla dicho porque la vida otorga esa sabiduría", plantea el escritor-. Eso implican los refranes: no nos pertenecen sino que son las riquezas que proveen los años. El tiempo, antiguo Dios...”.

Estuvo muchos años “frecuentando los cuentos”, revela Angelino sobre los relatos de Con otro sol y otros que aparecen en el libro editado por Eterna Cadencia. “Muchos quedaron en el camino; es un poco dificultoso, pero un autor tiene que ser el primer censor de sí mismo. Alrededor del 2010 dejé de escribir cuentos, después de cuarenta años de publicar algunos y de desechar muchos. Por entonces ya había publicado dos novelas, de manera que continué rumiando otras, que tampoco se escriben de un día para otro. Y mi económica producción literaria también se explica porque el vivero que habíamos ido construyendo para sobrevivir había ido creciendo. Yo era un recién venido en ese trabajo, y como dijo alguien ‘el mejor de los trabajos es el peor de los trabajos, porque te hipoteca la vida’. Teníamos los hijos estudiando en Buenos Aires, con todo lo que eso implica. Y un vivero es tanto o más difícil que una novela. No se trata solo de hacer las plantas: hay que salir a llevarlas a los revendedores que teníamos en la vastedad de la Patagonia. Aunque muchas veces el camión era mi confidente, mi compañero de viaje, el culpable de mis argumentos, el proveedor de ideas”.

La voz del campo

En uno de los cuentos, el narrador afirma que “el campo tiene voz, pero no tiene música”. Otra frase del yacimiento Diego Angelino. “'Noticias' es para mí un cuento entrañable. Si se quiere, un cuento casi sin argumento. Porque efectivamente el campo tiene voces, pero no tiene música. La música llegó con los colonos judíos y los colonos alemanes del Volga. La música con instrumento musical. El cuento narra la llegada de un primer músico que ‘musicaliza’ la vida de esas gentes, y que un día recibe una carta con una noticia sin duda imponderable. Ese día improvisa una suerte de Réquiem que lo despide para siempre del instrumento, de la alegría. A partir de ahí el campo volverá a tener voces, pero nunca volverá a tener música”, expresa el escritor.

 

¿Ser un narrador patagónico que rechaza el costumbrismo fue una decisión fundacional en su escritura? “El escritor que se precie no rechaza el costumbrismo sino que elude esa facilidad y esa pobreza", reflexiona Angelino. "Tampoco está mal aludir a lo que todos acostumbramos y conocemos, siempre y cuando también se mire bajo el agua. Se puede ser costumbrista en Corrientes y en Buenos Aires. Eso solo depende del escritor. Por supuesto que no por decisión sino más bien por capacidad. Quiroga escribía en Misiones mejor que muchos colegas de Buenos Aires o de Montevideo”.