La isla de la fantasía
“Es una obra sobre el exilio”. Así es cómo el fotógrafo franco-haitiano Henry Roy explicó su última entrega, una evocadora recopilación de imágenes viajeras que repasan 40 años de su carrera. Gracias a la editorial marsellesa Loose Joints ya se puede conseguir Impossible Island, un libro que reúne fotos de personajes anónimos durmientes o en situaciones reflexivas, atardeceres ensoñados, playas y diluvios en varios lugares del mundo diferentes, pero que condensan por igual una extraña y hermosa melancolía. “La frase hace referencia a la expresión francesa ‘la posibilidad de una isla’, que sugiere la esperanza de encontrar un refugio en la realidad contemporánea. Pero mi título, que contradice esta expresión, no refleja desesperación. Nací en una isla imposible, Haití, que tuve que abandonar muy joven, y mi obra describe la imaginación de alguien desarraigado en busca de una isla perdida”, explicó el fotógrafo. Roy y su familia huyeron de Haití a mediados de los ‘60, cuando él tenía apenas tres años, y pronto se instalaron en París donde se convirtió en un fotoperiodista precoz. Gracias al oficio, recorrió lugares como Ibiza, Dakar, Camerún, Tailandia, Costa de Marfil y, por supuesto, su Haití natal: lugares donde fotografió gran parte de su repertorio reunido. En Impossible Island, la recopilación de todos esos paisajes y personajes soñadores indaga sobre la idea de ser un desplazado pero también, sobre la posibilidad de encontrar hogar en nuevos parajes. “El libro explora la conexión entre nuestros orígenes y la experiencia del mundo en general, todo percibido como un sueño”, dice el fotógrafo. Las imágenes de Roy, que también es fanático de la Nouvelle Vague, han sido usadas para publicaciones de moda como Vogue y Purple, e incluso citadas como fuente de inspiración por directores de cine, como Barry Jenkins, que lo tomó como referente para su oscarizada Moonlight.
Como robot en año nuevo
“Si no se puede bailar no es revolución” es una frase que parece cargada de un nuevo significado por estos días, porque en medio de la expansión de la IA, que ha cambiado la vida como la conocíamos, 16 robots se sumaron con toda naturalidad a los tradicionales festejos por el Año Nuevo en China. En un evento dirigido por el cineasta Zhang Yimou, director de películas como La casa de las dagas voladoras y Héroe, un cuerpo de baile de robots humanoides controlados por IA se unió a los bailarines del Instituto de Arte de Xinjiang para interpretar la danza tradicional Yangee. Es verdad que hace años sabemos que los robots pueden imitar algunos gestos humanos, el asunto es que la naturalidad con la que estas nuevas versiones mueven la cintura, lanzan patadas o revolean pañuelos sobre sus cabezas resulta tan sorprendente como inquietante. Esto, gracias a la empresa de robótica china Unitree, que publicó un nuevo conjunto de datos de código abierto que permite a sus robots moverse con mayor naturalidad, incluso bailar como humanos. Los robots pueden percibir su entorno gracias a una conciencia de profundidad panorámica de 360 grados que garantiza fluidez y coordinación, y además “entienden” estímulos como la música. El modelo fue bautizado Fuxi, en referencia a un personaje mitológico chino en composé con la festividad, y su código está publicado en la página de la empresa para uso de toda persona que quiera experimentar. Con suerte solo será usado para generar más pasos de baile.
Fiesta vikinga
El último martes de enero en la ciudad de Lerwick, Escocia, se celebra uno de los inicios de año más épicos y esmerados del mundo. El Up Helly Aa, Festival del Fuego o simplemente el año nuevo vikingo, se desarrolla durante 24 horas seguidas con una desbordada celebración invernal que festeja la historia de los isleños de Shetland. El festejo es dirigido por un comité de voluntarios que se dedica a organizarlo los 364 días anteriores y lo más llamativo es que aunque los preparativos involucran a miles de personas, gran parte se hace en el más estricto secreto. El despliegue final incluye una masiva procesión de antorchas, un desfile de miles de vikingos y otros personajes tradicionales de la mitología nórdica, y la quema de una gigante réplica de un drakkar, barco de guerra, para coronar. Además, para cada festejo se elige al Jarl, o el jefe vikingo, un imponente guerrero que se calzará el clásico casco de alas de cuervo, el hacha y el escudo. Pero claro que no es tan fácil llegar ahí, porque cada jefe se asigna 15 años antes de la celebración que le corresponde y debe pasar todo ese tiempo tanto organizando los eventos anuales para otros jefes como preparando su propio personaje en ceremonial silencio. La fiesta tiene su origen primal varios siglos atrás, inspirada en los rituales nórdicos de cremación y en las ceremonias religiosas que marcaban el regreso del sol tras el solsticio de invierno, pero tomó su forma actual, y mucho más organizada, hace unos 150 años.
Cuando pasó el temblor
Antes de dar sus primeros pasos, incluso antes de aprender a nombrarlo, un niño nacido en Chile ya habrá experimentado varias veces la ferocidad del movimiento de la tierra. En uno de los lugares con mayor actividad telúrica del planeta, la cultura sísmica también es parte de la cultura popular. Y el sismógrafo, un instrumento que mide los movimientos de la tierra, y por lo tanto los grados que alcanza un terremoto, es un artefacto estrella. De ahí el emotivo hallazgo que el sismólogo local Sergio León Ríos hizo en una vieja bodega del centro de Santiago. En el antiguo departamento de Geofísica de la Universidad de Chile, ubicado a dos kilómetros de La Moneda, León Ríos y su equipo trabajaban en un proyecto de rescate patrimonial. Ahí encontraron una serie de sismogramas con registros del 11 de septiembre de 1973, el día del golpe de Estado de Augusto Pinochet. “Eran de antes de la transición a lo digital, con la clásica aguja sobre un papel. En la ciencia como en la vida en general, a veces las cosas pasan por suerte”, dijo el sismólogo. Los registros impresos en papeles térmicos habían sobrevivido incluso a un incendio en 1985 y así fue como usando esa materia prima tan extraña –y junto a colegas científicos, artistas y bibliotecólogos– hicieron una triangulación de los picos y caídas del movimiento sísmico en Santiago con información histórica recopilada por el Museo de la Memoria en Chile, lo que permite una aproximación detallada y acaso conmovedora de lo que ocurrió aquel día. “Se ve en las señales del sismógrafo cómo la ciudad viene respirando y, de repente, todo es silencio. Se siente hasta la tensión”, dijo Ríos sobre el hallazgo que fue publicado en Seismological Research Letters y que sugiere que los registros de la energía de la tierra pueden también contar la historia política de un territorio. “Los sismógrafos son muy sensibles, como se vio durante la pandemia, cuando disminuyó el ruido sísmico en el mundo. En este caso fue igual, incluso considerando que los instrumentos de ese tiempo eran un poco más ruidosos”. Ríos asegura que los movimientos telúricos están hermanados con la cultura chilena, por eso junto a sus colegas crearon "Herencia Sísmica", un colectivo que busca contar la historia telúrica chilena desde otras disciplinas como el arte y el archivismo. Por lo pronto, está pensado que la presentación pública de este hallazgo no sea simplemente la exhibición de un papel térmico sino su interpretación contemporánea desde distintos campos.