Emma mira su pasado con ternura, sonríe recordando que “en la infancia fueron sensaciones y secretos, en la adolescencia, como un juego. Después, bueno…” y su risa, entonces, cambia.

Su ciudad, 25 de Mayo, podía ser muy chica para sus aspiraciones, y aún para vivir siendo quien es, pero “yo siempre fui así y nunca arrugué. Por ejemplo, me gusta mucho andar en bicicleta desde siempre, y de chica, como a los doce o trece años, los chicos que se juntaban en la esquina de mi casa me gritaban de todo. Yo nunca esquivé esa esquina. Confrontaba. Sentía que eso era lo que tenía que hacer: existir”. Y la seriedad le gana cuando recuerda que entre todo lo que le decían, lo que más le resuena todavía hoy, era la frase lapidaria: “hacéte hombre”. Y el silencio se apodera un minuto de la charla. Es el tiempo que necesita para perdonarlos y quizá, entenderlos.

“La marcha estuvo monumental. Claro que no pensábamos que se iba a convertir en lo que se convirtió, aunque tiene sentido porque este gobierno no tiene nada para mostrar, mas que desfinanciamientos y tirar para atrás las conquistas y los derechos. Prometió terminar con la casta, prometió dolarización, prometió de todo y no cumplió nada, por eso le habla a ese núcleo chico y durísimo. Le habla a los suyos, pero la gente no es tonta. Todo el mundo sabe que estamos peor. Mirá lo que pasa con los jubilados, con los remedios”.

Emma Serna no puede -ni quiere- dejar de mezclar su historia con la del país, especialmente “con la vergüenza que sentí cuando Milei dio el discurso de Davos. Un espanto. Y después viene acá a seguir insultándonos. Ahí fue cuando dijimos basta, ahora es el momento, porque todo tiene un límite. Ellos vienen por todo, nosotros y nosotras por la defensa de todo. Así están las cosas”.

Pasada la marcha y a días del carnaval en 25 de Mayo, “que es el mas grande de la Provincia de Buenos Aires”, le urgen los preparativos porque “es mucho trabajo. Hay que producir y producirse” y un gesto de diva abarca el total del momento. Después de todo es pasista de la comparsa Así-así y sabe que cuando desfila, aquellos que la espían por el rabillo del ojo casi clandestinamente, pueden mirarla sin disimular. Y entonces es otro de sus momentos.

Hija de una mamá profesora, directora de una unidad académica. Un papá artista, cantante de tango. Unos abuelos y dos hermanas. Una de ellas “estudió teatro y dejó, entonces empecé yo y nunca mas me bajé de ahí”. El año 2010 la encontró en la fundación de arte, Arte Trans, una cooperativa de trabajo artístico, luego llegó a hacer teatro con Pacho O’ Donnell y Daniel Marcove. Ya había incursionado en la comedia con Pepe Cibrián, pero sigue pasando en bicicleta por la esquina de la peña Silvio Marzolini, y aún por la esquina de “hacéte hombre” por donde pasaba también camino a la escuela católica que le sirvió para saber que “tengo formación religiosa. Hice toda mi escuela en colegio católico, pero no voy a la iglesia. Creo en un cristo real, nacido de una pareja no casada, dispares en edad. Un hombre defensor de prostitutas. Un hombre que nació en la más absoluta pobreza y sufrió persecución, exilio, muerte con crueldad, por la sola razón de proponer una vida dedicada al prójimo con amor. Desde ese lugar me considero católica”. O sea que la podrán mirar entrando al Teatro Español, pero no la verán cruzar la puerta de roble macizo y con vitrales de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, ni será observada por los doce apóstoles que desde atrás del púlpito miran admonitoriamente a los fieles, y aún a los infieles.

“Estuvo muy fuerte la marcha. Vine antes de la marcha a agitar, pero mi marcha es en 25 de Mayo, la visibilización tiene que ser en todo el país” y se asombra del asombro de “alguna gente que se sorprende de que tengamos posiciones políticas y sociales. Y hay todavía mucho de eso, como si los del colectivo LGBT no fuéramos trabajadoras y trabajadores, como si no fuéramos actores sociales y políticos. Parece que solo contara lo sexual, es muy loco eso”. Y claro que hay quienes los y las miran como si ni siquiera fueran sujetos de derecho. Y sí, todavía hay de eso, pero “mirá, yo quiero verme siempre bien, militando con mis compañeras y compañeros, dando la pelea donde haya que darla, en 25 o en capital, pero militar como se debe: cabeza erguida, frente en alto, anteojos negros y en bicicleta ¡como toda una estrella!” y la carcajada relámpago coincide con la sacudida del mechón rubio Barbie hacia atrás.

Emma no guarda falsas poses. Sabe que no las necesita. Pone las frases que, aunque muy pensadas, las suelta crudas, y cuando va a bajar línea junta las manos. Es el aviso de que algo viene, y claro, sucede: “mirá, a mí, a nosotras, que vivimos agredidas no nos van a correr con el miedo. Es imposible. El segundo intento es negarnos, porque los desafiamos transformándonos, entonces siempre digo que no pierdan el tiempo, que les tengo una noticia: la vida es transformación. El mundo, aunque no te guste, es transformación. Cualquier cosa puede transformarse. Cualquiera puede transformarse. Y si no me creés, miráme a los ojos”.