Una comunidad es un grupo de personas que tienen ciertos elementos en común: el idioma, costumbres, tareas, roles y ubicación geográfica. Generalmente, en una comunidad se crea una identidad común que se articula a través de la socialización. familia y la escuela son los agentes responsables de la socialización primaria de todos los individuos. Y como tales, establecerán normas, hábitos cotidianos, lenguaje y modos de relacionarse con los demás. Esto pasa en cada región de la Argentina y en particular del Conurbano, y cuando se piensa en él es imposible no mencionar al Partido de Avellaneda, que contiene en su territorio símbolos que representan lo más oscuro de nuestro pasado reciente.
Probablemente al lector le resuenen apellidos como Etchecolatz o Camps, pero hay otros seres, que cargados con la misma oscuridad, pasaron desapercibidos casi 40 años y se constituyeron, en apariencia, como ciudadanos respetables y destacados de su comunidad. Tal es el caso de Horacio Luis Castillo, que desempeñó funciones en la Policía Bonaerense y que en 1979 fundó junto con su esposa el Colegio San Diego de la ciudad de Wilde, partido de Avellaneda. Castillo cumplió funciones en la fuerza de seguridad hasta el año 1986. Desde la fundación de la escuela, que cuenta con tres niveles educativos, hasta el año 2022 se afianzó como un miembro destacado de la comunidad.
Para algunos de los miembros de la comunidad educativa del Colegio San Diego, Castillo fue una gran persona, digna de respeto y reconocimiento. Para muchos de los que fuimos alumnos de esa institución, fue una figura que causó miedo, más que respeto, y temor, más que simpatía.
El Señor Castillo, como debíamos llamarlo, se caracterizó por su extrema rectitud corporal y el constante tintineo de sus llaves por los pasillos de la escuela.
No deja de ser llamativo: la condena judicial vino a confirmar esas sospechas que, evidentemente, no eran infundadas. De manera sospechosa, los delitos cometidos por Castillo durante la última dictadura cívico militar pasaron desapercibidos durante muchos años a aquella comunidad educativa conformada por una clase media progresista. Como bien dice León Gieco, “La Memoria estalla hasta vencer, a los Pueblos que la aplastan y no la dejan ser”.
El tribunal 1 de La Plata lo condenó por crímenes contra 605 víctimas en las Brigadas de Banfield, Quilmes, Lanús y San Justo. La condena fue a prisión perpetua. Su beneficio fue el arresto domiciliario. El juicio comprobó que a partir de marzo de 1977, había cumplido funciones en el centro clandestino de detención “El Infierno”. Allí funcionó la Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda, bajo la dependencia de la Dirección de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires. Entre 1976 y 1978 el lugar fue usado como centro clandestino de detención, tortura y exterminio y fue parte del Circuito Camps.
En esa condición, y con ese derecho constitucional, mientras cumplía condena, el domingo 2 de febrero Castillo, de forma natural, falleció a los 83 años.
Para la comunidad de Wilde y de Avellaneda, Horacio Castillo pasó de ser un miembro destacado y relevante de la sociedad que habitaba, a ser un genocida juzgado, condenado y recluido.
* Docente e investigador