En la década de los ochenta, el semiólogo argentino Eliseo Verón reflexionó sobre el rol de los medios masivos en la construcción de lo que las sociedades perciben como “la realidad”. En el prefacio de esta obra titulada Construir el acontecimiento aborda, entre otras cuestiones, caracterizaciones como la de industria cultural. Una explicación breve al respecto, supone hablar de la “escuela de Frankfurt” surgida a principios del siglo XX, como una corriente de pensamiento crítico y contra los totalitarismos, que buscó explicar cómo las grandes industrias mediáticas, por ejemplo el cine, ejercían poder y dominación sobre los espectadores.

Fue también a principios del siglo pasado que Harold Laswell desarrolló su célebre concepto sobre “la aguja hipodérmica”. Desde allí argumentó que los medios y la publicidad influenciaban a las personas y éstas sin grandes posibilidades críticas, aceptaban el mensaje y lo adoptaban como la verdad. Pasado el tiempo, las sociedades se complejizaron y también lo hicieron las estructuras mediáticas, los modelos de negocios y las interpretaciones que las diversas indagaciones teóricas y “modas intelectuales” -parafraseando a Verón- hicieron sobre los acontecimientos.

En la actualidad, la información circula en diversas direcciones y en complejos escenarios integrados por medios de comunicación, redes, plataformas y múltiples dispositivos. También lo hace el discurso político y la palabra de los influenciadores o líderes de opinión. En este contexto general, los usuarios acceden a datos e información, producen, comparten y, sobre todo, parecen cada vez más entrenados, ávidos de novedades y dispuestos a usar menos tiempo en cada plataforma o pantalla. No se trata de caer en un fácil determinismo tecnológico que solo responsabilice a las redes o los medios. Los avances han colaborado y en cuestión de segundos se sabe sobre la vulneración de un derecho humano en la otra parte del mundo o si esta noche lloverá y es mejor no colgar la ropa. También se asume que como en todo momento de la historia, una inversión espera una ganancia: en el caso de los gigantes tecnológicos cada vez más desmedida por lo que concentran un poder inusitado.

En los ecosistemas mediáticos han surgido nuevos modos de polarización, desinformación y descrédito hacia las instituciones y sus representantes. Si bien estos tres aspectos no son nuevos, hoy cobran mayor intensidad y difusión inmediata, por eso suponen nuevos desafíos. Cada vez más, referentes ultraconservadores ganan elecciones democráticas con discursos, en muchos casos, enraizados en el desencanto, la creación de enemigos internos y la interpelación pasional. En paralelo, sectores mayormente progresistas parecen tener dificultades para comprender el clima de época y usan lanzas para pelear contra naves espaciales.

La conformación de la verdad, históricamente en pugna, entra en un nuevo ciclo cada vez más complejo y que ciertos sectores conservadores aspiran como propia. Sin embargo, del compromiso de las grandes mayorías depende pasar del desencanto a la acción colectiva. En un clima mundial radicalizado, los esfuerzos deben orientarse a defender la libertad de expresión plural, como forma de preservar el desarrollo de la democracia en contextos más racionales. Es tiempo de dejar las lanzas: lo que se tiene adelante es mucho más fuerte.

* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), Maestrando en Periodismo (UBA).