Regresa este jueves al Teatro Sarmiento James Brown usaba ruleros, la excéntrica y polémica comedia de Yasmina Reza dirigida por Alfredo Arias que estrenó el año pasado. "Estamos con mucha alegría de volver a mostrar la obra, que tuvo muy buena respuesta. La gente la tomó muy bien. Creo que tiene que ver con el tema propuesto por Reza, que es lo suficientemente rico, más la visión desde la puesta de Alfredo, que le da un poco más de multiplicación a la anécdota", dice Marcos Montes, uno de los actores principales del espectáculo, en diálogo con Página/12.
Identidad de género, salud mental; formas de transitarlas y asumirlas. Vínculos. Autopercepción: sobre estos temas y otros transita la pieza, planteando, ante todo, "preguntas". "No cierra ninguno de los temas, los expone en algunos momentos con una determinada crudeza y los deja ahí y no es, quizás, a lo que estamos más acostumbrados", describe Montes, actor también del mundo audiovisual pero profundamente identificado con el ritual del teatro. La vida del matrimonio Hunter (Claudia Cantero y Montes) cambia cuando su hijo Jacob (Dennis Smith) anuncia que es la cantante Céline Dion. Al ser el joven internado, sus padres se preguntan por su propia normalidad. Fue Reza (Art, Un dios salvaje) quien propuso a Arias dirigir su última obra, corrida de los parámetros de la corrección política. Las funciones serán de jueves a domingos a las 20 en Avenida Sarmiento 2715. Completan el elenco Adriana Pegueroles y Juan Bautista Fernandini.
La puesta se corre del realismo. Hace 15 años que Montes trabaja con el director -creador de diversos espectáculos destacados tanto por la crítica como por el público-; lo han hecho tanto en Buenos Aires como en Francia. En 2024 hicieron dupla también en Bela Vamp, sobre la figura de Bela Lugosi. Actualmente a Montes se lo puede ver también en el unipersonal El hombre de acero (cuarta temporada, lunes a las 20 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759). Por otro lado, el próximo mes repone Mi querido señor Mozart, en el Centro Cultural Borges, dirigida por Fernanda Morello, pianista que también forma parte del espectáculo. En la segunda mitad del año el intérprete trabajará en Ricardo III, la máxima apuesta del San Martín para 2025, dirigida por Calixto Bieito y con Joaquín Furriel en el rol protagónico.
-Uno de los aspectos que se le reconoce a la puesta de James Brown... es que se sale del realismo. No es lo más común en el teatro comercial o el oficial, ¿no?
-Sí, creo que es algo que tiene que ver un poco con la influencia del cine, por lo menos en estas generaciones, y la necesidad de seguir una narración comprensible y que todo esté muy al alcance de la mano, despegándonos un poco de la metáfora o de las preguntas. Tenemos esa formación de escuchar el cuento, entender que está la introducción, el nudo, el desarrollo, el final y que luego nos quede la moraleja y así nos vamos a casa tranquilos. El desafío del teatro, justamente, es que lo deje abierto y vos salgas diciendo "bueno, a ver, esto lo tengo que cerrar, accionar a partir de acá". No sólo en el caso del teatro, sino de cualquier expresión artística. Que lance un espejo, una pregunta, una duda. Que te ponga ante eso.
-En los inicios, ¿qué te llamó la atención al ser convocado para el proyecto?
-Cuando Alfredo me mandó el texto me pareció una obra muy bien escrita. Muy críptica en algunos casos, con temas que se manejaban de una manera casi secreta y con un gran vuelo poético. Me pareció también un poco compleja pero sabía que Alfredo le iba a encontrar su manera. El es un creador; no es solamente una persona que hace puestas en escena de textos de otros. También es autor y tiene su manera de tomar los materiales y de lanzarlos al público con una pátina de algo que él le agrega de su propia lectura, no sólo del material, sino del mundo, del momento, de lo que está ocurriendo. Es un artista muy esponjoso.
-La obra toca el tema de la identidad de género en un momento de mucha tensión con respecto a eso en el país. ¿El teatro tiene una cualidad para anticiparse?
-Hasta tomando un asunto que tenga 500 años de historia, el teatro va a sentir que lo tiene que volver a exponer en un momento en el que justo la sociedad está volviendo a pasar por esa situación. Los procesos son cíclicos. Nosotros vamos pensando que vamos evolucionando... de alguna manera sí y de otras maneras volvemos a a ciclar en lo mismo. Por eso es hermoso tener siempre el auxilio del arte, del teatro, la pintura, la música, la danza, la escritura. Porque es nuestra referencia para esos destinos superiores a los que el hombre aspira. Después, bueno, tenemos que estar en un transitar cotidiano por las pequeñas minucias de la vida, pero siempre está el arte para recordarnos que hay un destino, una aspiración mayor y también un lugar, un reducto, un rincón al que podemos recurrir para tener consuelo.
-¿Qué preguntas deja la obra en torno a este tema?
-La obra no plantea solamente un tema de identidad de género. El problema de los padres es que el chico cree que es una persona que ya existe. El grave problema es cómo ayudarlo. Todos amamos a nuestros hijos, queremos lo mejor para ellos, pero qué pasa cuando aparece un profesional de la salud y te dice "hay que internarlo". Por eso los espectadores, además de ver el drama del hijo, se identifican tanto con los padres. Aún planteado con humor, música y belleza visual el caso es muy descarnado. Nos preguntamos si la sociedad está preparada para recibir las cuestiones de la autopercepción de género y pensamos que sí, pero ahora de repente parece que tampoco tanto... imaginate con alguien que está en ese nivel de abstracción. O con el otro personaje, un muchacho blanco que se cree que es negro y tiene que llevar adelante la lucha del pueblo negro.