Pasó la marcha antifascista, en defensa de la diversidad y los derechos. El acontecimiento fue un éxito que superó en mucho las expectativas de quienes la promovieron. Y, por cierto, nada de lo que diga y haga el gobierno y el presidente Javier Milei puede negar lo evidente. Aunque, a no dudarlo, el aparato cultural-informativo-comunicacional que se mueve detrás del oficialismo, hace todo lo posible (y hasta lo imposible) para reforzar la idea fija del mileismo: “nunca perdemos… aun perdiendo”.
Antes de la marcha del sábado había ocurrido la también multitudinaria y transversal movilización por la educación pública y, con menos eco y más represión, las protestas de los jubilados. También movilizaciones de los sindicatos. A esto hay que sumar las protestas y reclamos sectoriales -no por ello menos significativos- de los afectados por el ajuste, los despidos y el abandono del Estado. Teniendo en cuenta que en la gran mayoría de los casos cada uno lucha por lo suyo, con casi nula articulación.
Una pregunta, entre otras, es si lo sucedido el sábado llega a mover el amperímetro de la política para sacar del inmovilismo o la hipnosis a la oposición institucionalmente encuadrada en los partidos, en los sindicatos, en las organizaciones sociales. Entendiendo que, mal que nos pese, son esos espacios los que deberían estar en condiciones de articular de manera transversal la alternativa política o, cuando menos, la resistencia.
Si no ocurrió antes ¿por qué debería ocurrir ahora?
Todo teniendo en cuenta -y hablando desde este lado del mostrador- que la pregunta sigue siendo ¿cómo seguir? Al respecto vale releer con atención la excelente nota de Eduardo Aliverti en este diario (“Y ahora ¿cómo sigue?). Allí están formuladas las preguntas de manera pertinente y esbozadas algunas respuestas.
Partiendo de lo aportado por el colega vale seguir preguntándose. ¿Cuál es el argumento (entiéndase por eso también condiciones, escenario, circunstancias) para que las y los agredidos, los privados de derechos, las víctimas directas encuentren un espacio de coincidencia y de acción conjunta? También para despabilar a quienes hoy están convencidos de que todo se justifica porque vamos bien en la macro y “ese es el camino”, bajó la inflación y no hay piquetes, sin advertir lo que esto encubre y el grave riesgo que se avecina.
Dicho de otra manera: frente a la violencia y los atropellos de todo tipo (y avistando los que pueden seguir si el oficialismo continúa por este rumbo) ¿basta con la catarsis y la denuncia cuentapropista así sea valiosa e imprescindible? ¿son tantas e insalvables las diferencias del campo popular como para impedir sentarse en la misma mesa y acordar una lista de puntos básicos que, además de la declamación, permitan un plan de acción común? Ni siquiera se trata de una plataforma. Es apenas una cuestión de defensa propia, de resistencia, de salvaguarda de derechos.
Alguien podrá decir que hay demasiadas “heridas” no sanadas que vienen del pasado. Otra lectura sería admitir que gran parte de esas heridas son frutos de muchos errores cometidos por los mismos protagonistas, por todos y todas, antes y ahora.
Entonces… ¿el primer paso podría ser admitir los errores propios, aprender de la historia, bajar el nivel de soberbia que hace suponer que cada uno es perfecto, aceptar las decisiones que surjan de un debate colectivo abierto y de cara al pueblo? Y asumir, de una vez por todas y ojalá para siempre, que nadie se salva solo y es con todas y todos adentro. ¿Será tan difícil? ¿Será posible? No sirven las excusas del tipo “no es el momento” o “no hay apoyo social”. Es ahora. Porque si lo anterior no se logra, lo que hoy es grave mañana puede ser catastrófico, mucho más doloroso y tremendamente costoso de reconstruir: en recursos económicos, en la política y hasta en vidas humanas. Si lamentablemente ocurre nadie quedará exento de responsabilidades.