El pasado 22 de enero, a los 73 años, falleció Milita Molina, que venía atravesando el duro trance de haber perdido a su pareja de décadas, a mediados de 2024. También profesora universitaria (de Literatura del siglo XIX, en Filosofía y Letras de la UBA), investigadora y traductora, escribió en revistas como Xul y Babel, y fue una escritora personalísima, sin complacencias ni urgencia alguna por publicar. Anti-realista, pugnaba por una escritura donde la voz se constituyera a partir de -para decirlo con el título de su primer libro- una fina voluntad: el sutil ejercicio de la lectura, el oído y la memoria. “La mano dispuesta, pero manda el oído”, citaba además numerosas veces (sea por escrito, u oralmente) a Marina Tsvetáyeva. Así irían surgiendo diversas entonaciones, modulaciones e inflexiones en sus libros (que podían encontrarse algo risueñamente calificados como musiquitas, berretines y hasta bodrios), que, también su propia autora podía llamar -desfachatada o crudamente- “este borrón emperrado de los contornos que va haciendo mi manera de recordar”, como escribió en Trilogía.
Todo ello, no necesariamente una cortesía -para aludir a otro título suyo-: Milita Molina discurría, pudiendo intercalar citas, fragmentos, expresiones y parafraseos de nuestros clásicos como Martín Fierro y vanguardistas como Néstor Sánchez (“No me cuentes, pasame un ritmo”) y Leónidas Lamboghini (con la “mezcolanza”, la risa y la parodia, y el jugar y alterar “el modelo”), sin olvidar autores de idioma inglés como Henry James, Jack Kerouac y Malcolm Lowry, sumando además jergas y argots, paréntesis, guiones y toda clase de signos, sin dejar de lado nada del mundo contemporáneo y toda la cultura pop, sean el reguetón, Morrissey, los blogs y las redes sociales.
Su tercer libro, Los sospechados (2002), ya contiene múltiples planteos sobre los dilemas del “realismo”, desplegando categorías e incluyendo relaciones literarias: “Se lo dije todo junto (más o menos así): Leyes del género, Parodia, Padre textual, Transferencia, Diferencia, -me sigo reservando Las Vanguardias-. Y dije redes de poder, y dije flujos: no venía fácil. Pero esa tarde de primavera, joven, lluviosa y cálida, también le dije poeta a Hugo Savino. Recién ahí se rió, me mandó a la mierda y: la lluvia, la tarde, la primavera, -Todo- quedó opacadao por la realidad esplendente”. Y también, entre “arquetipos” como el “Enemigo de la Literatura”, el “Filósofo Portátil” y el “Testigo de Oficio”, frases que seguirán repitiéndose en libros futuros (“Óyeme mi oíme”), citas y planteos sobre el (no) “contar una historia”: “¡Mi Dios! ¡Cuánto escritor contando su neurosis!...”; “Acá no se inventa nada”. Y su admiración -absoluta y bien fundada- por Osvaldo Lamborghini: “el Bardo inmortal que escribiera aquello de ‘El pez nada. Pez es una sola sílaba. Una sílaba nada’”.
En Melodías argentinas (2008), escribió: “lo único que quiero decir: Nostalgia de la literatura, el único género que practico desde que un día siendo una niña -todavía se me estaba armando el inconsciente básico, digamos- me empezó a molestar el cuerpo, me bullía todo, me picaba y todo lo demás ha sido como un sueño de sobrevivencia, un changüí para la desesperación final, cuando acontezca”. Y entre “Goma” y Gombrowicz, entre Baudelaire y más arquetipos, sean propios o ajenos (“Big Muerto”, “El Poeta”, “el Pibe barulo”, “la mujer sentada y el caracol”) podía invocar desde palabras como songorocosongo (Nicolás Guillén) a un verso de Caetano Veloso: “¿A qué será que se destina?” (“Cajuína”).
Además, publicó en 2017 con la Universidad Nacional de Litoral Nicolás Rosa, breve libro donde reunió textos sobre quien fuera su maestro y amigo. Y Laura Estrin aseguró de Molina: “Es una autora-lectora de intensidad única que ha podido destilar una obra incandescente, inapropiada, sospechada de gran saber y amasada con la propia vida”.
En una entrevista para Radar Libros en 2022, a propósito de la aparición de Trilogía (Destreza del desesperado, La bola de fuego y Tierra adentro), Milita Molina explicó más sus concepciones, su visión del realismo, “como opuesto a la ‘Inventiva’ y ‘al noble cultivo de la nada” de Macedonio Fernández”. Cómo este realismo “ha copado la parada y se siguen leyendo y publicando ‘novelas que se pueden contar por teléfono’, de las cuales se pueden reseñar argumentos y especialmente legibles, que no impliquen esfuerzo para el lector y con las que pueda de un modo otro ‘identificarse’”. Justamente Germán García, que prologó Los sospechados, dijo que ese podría ser un “libro solitario”, pero que no lo sería en la “poética de la extrañeza” que “instaló entre nosotros Macedonio Fernández”. La crítica Nora Domínguez destacó que en sus libros Milita Molina “no se ocupa de cuerpos sino de voces, muchas voces que provienen y trafican con cuerpos de escrituras, textos literarios o discursos de la vida, sociales, anacrónicos, hablas populares, orilleras, sujetos a la acción de un estilete disparador que los disecciona y despedaza”. Molina, entonces, como cultora de la relectura, la repetición y la insistencia, de selectas amistades y relaciones literarias estos últimos años, donde la conversación con ella -como le consta a quien aquí escribe- exigía tanto rigor como humor.
Entre sus últimas intervenciones, había prologado el primer volumen de Teatro proletario de cámara de Osvaldo Lamborghini, publicado en 2023 por la editorial cordobesa Nudista. Destreza del desesperado, aparecido en 2024 en España (y disponible en algunas librerías de Buenos Aires), es una antología de todos sus libros, sumando un texto inédito: Los envolventes, y un prólogo de Agustina Perez y Miguel Vega Manrique.
Este año había planes con distintas editoriales (como Ediciones Chinatown) para publicar varios libros. Es deseable que más temprano que tarde estos se concreten -ya que no era intención de Milita Molina quedar encasillada como una autora “secreta”, “de escritores” o “de nicho”-, para que así pueda seguir circulando su voz.