Sudáfrica es el país con la mayor tasa de desempleo del mundo. Según los últimos datos, el 33% de la población activa está sin trabajo, pero si se desglosa por raza, la brecha es abrumadora: el desempleo en la población blanca ronda apenas del 7%, mientras que en la población negra se acerca al 40%. En el caso de los jóvenes, el panorama es aún peor, con una tasa que supera el 60%.
Al mismo tiempo, Sudáfrica es una de las economías más ricas en recursos naturales. Produce el 70% del platino mundial, el 40% del paladio, el 80% del manganeso y es uno de los principales exportadores de oro, diamantes, cromo y carbón. Sin embargo, entre el 80 y el 90% de la riqueza está concentrada en el 10% más rico de la población, consolidando una de las desigualdades más extremas del mundo.
El índice de Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso (siendo 0 la igualdad perfecta y 1 la desigualdad absoluta), ubica a Sudáfrica con un valor cercano a 0,63, lo que lo posiciona como uno de los países más desiguales del planeta.
Desde una visión liberal, se sostiene que el problema radica en la intervención estatal, los altos impuestos y las regulaciones que "entorpecen" el crecimiento económico. Según esta perspectiva, las rigideces laborales impedirían la generación de empleo y frenarían el desarrollo. Sin embargo, la realidad sudafricana desmiente estas afirmaciones y expone los límites del liberalismo cuando se enfrenta a un país marcado por la explotación de recursos naturales sin distribución alguna de la riqueza generada.
Paradoja de la tierra
Uno de los principales problemas estructurales de Sudáfrica es el uso del suelo. A pesar de su tamaño y sus recursos, el país no produce suficientes alimentos para abastecer a su población. Aunque cuenta con tierras fértiles, la minería y la explotación extensiva del suelo han limitado el desarrollo agrícola, lo que obliga al país a importar grandes volúmenes de alimentos.
La distribución de la tierra sigue marcada por el legado del apartheid. Aunque la población blanca representa aproximadamente del 8% del total, controla la mayor parte de las tierras productivas. A esto se suma el uso extensivo del suelo para la explotación minera y para actividades agropecuarias destinadas a la exportación, dejando fuera la posibilidad de garantizar una producción interna sostenible que asegure la soberanía alimentaria.
El país enfrenta una contradicción estructural: posee vastos recursos naturales, pero millones de sudafricanos sufren inseguridad alimentaria. No solo la minería ha contaminado suelos y fuentes de agua, sino que también ha desplazado a comunidades enteras sin ofrecer alternativas viables de empleo o desarrollo.
Modelo que fracasó
La minería es el eje central de la economía sudafricana y el principal destino de las inversiones extranjeras. Sin embargo, a pesar de la relevancia en el PBI y de los regímenes de incentivos que el gobierno otorga a las grandes corporaciones del sector, el empleo no crece.
El caso sudafricano es una prueba más de lo que ocurre en otros países con modelos extractivistas parecidos a lo que intenta reproducir Argentina: los beneficios fiscales para la minería no se traducen en generación de empleo, porque la actividad es altamente capital-intensiva y demanda muy poca mano de obra en comparación con otros sectores productivos.
Desde la visión liberal, se argumenta que la llegada de inversiones es un indicador de éxito económico, pero en Sudáfrica las inversiones llegaron y no lograron reducir la pobreza ni mejorar las condiciones de vida de la población. El país que produce el 70% del platino mundial no puede garantizar agua potable a toda su población, y la contaminación de suelos y ríos por la actividad minera ha generado crisis sanitarias en distintas regiones.
Las promesas de empleo y desarrollo que acompañaron la expansión del sector minero nunca se cumplieron. Al igual que en otras economías dependientes de la explotación de recursos naturales, la riqueza generada se ha concentrado en pocas manos sin producir mejoras estructurales. La minería sin un desarrollo posterior, no industrializa ni diversifica la economía: deja territorios devastados y poblaciones excluidas.
Estabilidad y exclusión
Si se excluye del mercado formal a millones de personas, la presión sobre los precios es menor, pero el costo es la consolidación de una economía fragmentada: un país donde una minoría puede vivir en condiciones de alto nivel de consumo mientras la mayoría sobrevive en la marginalidad.
A pesar de este contexto, Sudáfrica mantiene una inflación anual relativamente baja, entre 3% y 4% y con un crecimiento positivo desde la salida de la pandemia. Para ciertos sectores, esto sería una señal de que la economía es "sólida" y que el país mantiene estabilidad macroeconómica. Pero esta estabilidad se logra dejando a gran parte de la población fuera del sistema productivo y sin acceso a bienes básicos.
*Economista, autor de Experimento Libertario.