Hace más de cincuenta años, con una ironía que ayudaba a precisar el punto, Lacan decía que si Dios nos ordenaba amar al prójimo era porque si lo hacía respecto de la prójima, eso nos llevaba al fracaso[1]. La frase podría sugerir que esa Prójima refería a las personas mujeres, según marca la anatomía de los cuerpos. Sin embargo, toda su enseñanza muestra algo mucho más amplio y comprometido. Esto es: amar la diferencia respecto de todo universal dominante. Una diferencia que, oh sorpresa, a cada Uno habita. Eso de nosotros mismos que --según los casos-- no conocemos, o más bien de lo cual nada queremos saber. Aquello que depositamos en el Otro; sea el homosexual; la lesbiana, el trans; el negro/a; la mujer; el indio/a; el o la pobre; el o la inmigrante y la larga ruta de personajes que la humanidad ha inventado para descargar en algún sector social el odio y el rechazo por ese componente que no acuerda con el narcisismo aceptado. De manera magistral, Quino lo supo decir por boca de Felipito, uno de los amiguitos de Mafalda: “¿Por qué justo a mí me tocó ser yo?”. Ese desacople entre el “a mí” y el “yo” es la marca en el orillo de todo ser hablante: Prójima.
De allí que toda comunidad se constituya a partir de la exclusión de algo/alguien. Y hasta bien podría considerarse que la salud de una democracia depende de las características de ese fracaso al que más arriba hace referencia Lacan (por algo “fracasa más, fracasa mejor”, decía Beckett). Allí donde la diferencia se tramita por medio de la palabra y el respeto por el semejante o, la lisa y llana exclusión del diferente, de la Prójima. Bien, esto último es lo que el discurso y la acción infame del actual presidente de la Nación propaga doquiera que vaya. El exterminio (exterminio, o sea) de la diferencia. Esto se llama fascismo. Hace pocos días un querido amigo me decía que ese término no correspondía a la actual situación por cuanto el fascismo comprende la exaltación del estado y los nacionalismos. En mi caso, prefiero considerar que el dato clave para hablar de fascismo consiste precisamente en ese odio demencial hacia el desacople --vaya paradoja-- que la sexualidad impone como dato originario en el ser hablante. No hay encastre perfecto. De dos no se hace Uno. Queda un resto. Es más, por eso hablamos. Y, según los casos, construimos, pensamos, tenemos hijos, hijas; hacemos arte, cultura, etc, o: matamos, esclavizamos, excluimos, etc. Luego, el odio hacia los homosexuales; la ideología de género, lo trans; lo woke; el racismo y la larga serie de atrocidades que la tragedia humana dibuja en su experiencia sobre esta tierra exangüe.
Un planeta al que hoy bien podríamos incluir como Prójima habida cuenta del brutal destrato que el fascismo le dispensa, al menos del lado occidental del erotismo humano. Hasta bien podríamos considerar que el calentamiento global se debe al mal fracaso del ser hablante para tramitar su siempre traumática sexualidad. Su calentura, bah. De hecho, resulta notable colegir que “calentura” es el término que usamos tanto para referirnos a la excitación sexual como al odio que nos habita. En definitiva, fascismo resume --en el registro social-- el odio de sí que cada sujeto porta como rasgo distintivo de su condición de cuerpo hablante. Un fascismo en el que hoy un algoritmo fuera de toda regulación impone --cual fálico mandato-- la delirante “racionalidad” desatada en este zafarrancho universal.
Luego, el ataque al vulnerable; a los enfermos; a los y las jubiladas; a los niños y niñas; y como rasgo esencial de esta posición desquiciada, el visceral rechazo a la diferencia sexual. Esa parte de mí que no tolero. Tanto que se suele definir a la singularidad como aquello que me diferencia de mí mismo y, sin embargo, me constituye.
Goce del idiota
Desde este punto de vista, un tratamiento analítico --lejos de todo objetivo de adaptación-- está dirigido a convivir de la mejor manera con… la Prójima. Y algo más, claro. ¿Qué pasa con la sexualidad de este selecto grupo de canallas multimillonarios que hoy se dedican a propagar el odio de sí a lo largo y ancho del querido Planeta Prójima? Para decirlo de una manera más directa: ¿Con qué se calientan estos tipos?
El psicoanálisis propone un término bien preciso al respecto: goce del Idiota. Un delirio que --habida cuenta del individualismo propio de nuestra época-- habita la subjetividad de buena parte del mundo. Y no tanto por el insulto que tal término hoy ocupa en el sentido común, sino por el significado que Idiota tenía en la Antigua Grecia, a saber: privado, alejado de lo público. De lo que se trata, como es evidente a partir de la absurda exacerbación masculina, es del goce fálico reducido al capricho del in-dividuo. El mismo Lacan destina una descripción muy precisa: goce del idiota[2], a saber: la masturbación. De hecho, no son pocas las oportunidades en que el actual presidente argentino, ha practicado con su brazo en público el gesto de quien se masturba. Por algo la frase “me da paja” comenzó con los adolescentes y se extendió a toda la escala etaria. Goce Fálico. Peligroso, violento, y misógino. Goce del Idiota.
De allí lo hermoso acontecido en la marcha del orgullo anti fascista y ¿por qué no?: anti Idiota. Este escriba se mantuvo largos minutos extasiado en la vereda de Avenida de Mayo. Al principio contemplando ese torrente de alegría, de celebración, disfrute, baile, encuentro, canto. Unión. La mejor unión. Unión en la diferencia. Y en el movimiento. El cuerpo hablando. Bailé, canté; me calenté, fui trans; homosexual, gay, lesbiana, indio, india, negro, negra. Fui hombre, fui mujer. Fui Prójima. Y compruebo ahora que, a la par del gigantesco desplazamiento de esa marea humana, por cuadras y cuadras, se produjo/produce también un desplazamiento de las palabras. Así como el fascismo ya no señala lo mismo que hace sesenta años, hay otros términos que estrenan una nueva significación. Por ejemplo, si hasta hace un tiempo woke hacía referencia a la puntual reivindicación de un sector marginado, hoy --batalla cultural mediante-- dicho vocablo ha alcanzado un nivel universal. Como la inmensa repercusión de esta marcha dentro y fuera del país. Como la inmensa repercusión en el adentro que cada Uno porta en el afuera que le toca vivir. Como si se tratara de querernos más para fracasar mejor. Como si se tratara de Amar a la Prójima.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1]Jacques Lacan, “La Tercera”: “La tercera” en Revista Lacaniana, EOL, Nº 18, mayo 2015, p.30.
[2] Jacques Lacan (1072-1973) El Seminario: Libro 20 “Aún”, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 99.