Los historiadores del arte han tratado de establecer las condiciones de producción de una obra. Los historiadores dialécticos, como Benjamin, han buscado la forma en la que el pasado se encuentra en el presente. Tres escenarios de la sociedad actual (tres recortes arbitrarios y minúsculos) se colocan en estas líneas bajo la lupa de la literatura. Las voces activas pretenden mostrar un desplazamiento y verificar la "memoria" para construir una prospectiva literaria, más allá de la mera explicación sociológica.

 

1. Viajar (o el sótano de la calle Garay)

En El Aleph Borges, el personaje del cuento de Jorge Luis Borges, oye de boca de Carlos Argentino Daneri una vindicación del hombre moderno. Daneri está evocando al hombre en su gabinete de estudio rodeado de teléfonos, aparatos y linternas mágicas. "Para un hombre así facultado, el acto de viajar era inútil" observa Daneri. Y Borges piensa: "Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura".

El punto de partida, entonces, queda fijado en la irresponsabilidad de la literatura. Y no se detiene ahí, porque el cuento produce pocas líneas más adelante una cita velada dentro del poema que Daneri ha compuesto y que fuerza a Borges a oír. El voyage que narro es autour de ma chambre escribe el inefable Daneri en el último verso, adjudicando la alusión a un escritor saboyano. Vila Matas encuentra en la cita a Xavier De Maistre, quien, como consecuencia de cumplir una pena de reclusión de 42 días en su casa por el delito de duelo, escribió un libro extraordinario: Viaje alrededor de mi habitación en el que, al estilo de los libros de viajeros y a propósito de las cosas que encuentra en el encierro, reflexiona sobre la vida, el amor, el arte. Vila Matas hace notar también que en el librito del conde De Maistre hay un aleph, la esfera refulgente que permite ver la simultaneidad del universo.

Montaigne, que se encerró a escribir en una torre de su castillo, se refiere al viaje en el ensayo que dedica a la soledad. Considera que es vano viajar para superar una pena. "Lo malo es peor removerlo", escribe. Así, no hay peor soledad que la del viajero que no ha sabido "replegar el alma sobre sí misma" o como diría Pascal, quedarse en su casa.

Tiene razón Daneri: basta la visión que produce el aleph -soterrado y caótico- para describir el mundo. Como a través de una inmensa biblioteca.

 

2. Correr (Runner por París)

En tiempos no muy lejanos una persona que corría por la calle sólo podía ser un ladrón. O un policía (un policía corriendo a un ladrón). La carrera urbana obedecía  a una necesidad momentánea y quizá un poco vergonzante, ya que siempre se corría detrás de algo (el ómnibus que se va)  o delante (o un peligro cualquiera) del que se quiere escapar.

En el siglo XIX en París, se inventó el flâneur: el  hombre ocioso que pasea tranquilamente entre la muchedumbre de la gran ciudad con un ritmo que permite aprehender el paisaje y, con él, todo el tiempo humano adherido a las cosas. Tiempo para reponer mediante la reminiscencia y la contemplación, las obras culturales.

En octubre de 1974 George Perec se pasó 3 días seguidos anotando los detalles ordinarios de la calle frente a la plaza Saint‑Sulplice.  Registró todas las líneas de colectivos que circulaban por allí, los hombres, mujeres y niños y algún que otro perro que pasaba, pero ningún maratonista. Imagino que el impacto que esa imagen   hubiera causado en el escritor no podría menos que llevarla al libro que tituló vehementemente: Tentativa de agotar un lugar parisino. Al parecer, nuestros actuales maratonistas aún no habían tomado las calles.

Theodor Adorno dice en Mínima Moralia que en el acto de correr por la calle hay una expresión de espanto: el gesto de la víctima en su intento de sortear el peligro; la postura de la cabeza que quiere mantenerse arriba es la del que se ahoga y el rostro imita la mueca del torturado.

Los que corren hoy por la ciudad, sin saberlo, repiten el drama de una fuga en el intento de poner a salvo el cuerpo, de excederlo y ganarle tiempo a la muerte. Una actitud que en tanto individual y apenas trágica, no ofrece un posible narrativo.

 

3. Tocar (y ver Netflix)

Esta forma de desplazamiento, la más ilusoria, comienza por engañar el sentido con la ilusión  puesta en el dedo índice de la mano sobre la plataforma táctil por donde pasan datos, fotografías, diálogos, series de TV, todo con exuberancia  y desmesura. La evasión total, el  gran desplazamiento.

Byung‑Chul Han describe La sociedad de la transparencia como una sociedad sin narración, sin poetas. Un mundo desnarrativizado, sin rituales ni zonas de pasaje ni misterio.

Hace unos días, un publicista argentino escribió en su página de Facebook que invariablemente todas las escenas de conflicto de las series estadounidenses que emite Netflix, se resuelven de la misma manera: uno de los dos actores sale, la música sube a tono de drama y la cámara hace un zoom‑in sobre el que queda.

En la lógica de la serie, el disfrute es la repetición del esquema y cierta previsibilidad  preparada a la medida del espectador. Todo dura 40 minutos, hasta el próximo capítulo.

En el derrotero de las figuras apuntadas quedan de manifiesto algunas faltas: la tensión, la negatividad, el ritmo, el sentido, la conclusión. Todo aquello que se perdió o transformó con el paso del tiempo y ahora en la fugacidad del presente nos obliga a escribir sobre la ausencia.

Acaso, por haberme adentrado demasiado en estos tropos no sé cómo terminar esta página.