Hay que saborear con tiempo La fábula de la razón y otras realidades posibles, mega exhibición en el Palacio Libertad (ex CCK) que se despliega en cinco salas y que incluye obras de grandes referentes de la escena del arte contemporáneo argentino, con curaduría de Andrea Wain. El foco es alentador: superar los binomios antagónicos que construyen y sustentan el pensamiento moderno occidental. Y la muestra lo hace explorando los límites entre conceptos como naturaleza y cultura, hombre y máquina, realidad y ficción. Es decir, las obras exhibidas desnaturalizan los modos de percibir, sentir y aprender que, a partir de imaginarios dominantes y categorías excluyentes, limitan nuestra forma de habitar el mundo. A la vez, tensionan los alcances de supuestas verdades inamovibles e invitan a repensar –y poner en cuestión– la rígida frontera que disuelve complejidades amparándose en lógicas binarias.

“El pensamiento occidental sobre el que se funda nuestra cultura se ha constituido como un molde para percibir, sentir y aprender a partir de imaginarios dominantes cuya influencia heredamos del paradigma modernista. Se configura así, una lógica de pensamiento binario con opuestos extremos: ‘objetivo-subjetivo’; ‘civilización-barbarie’; ‘animal-humano’; ‘realidad-ficción’; ‘naturaleza-cultura’; ‘cuerpo-alma’ y otras categorizaciones condicionan nuestra relación con todo aquello que nos rodea”, señala la curadora. Y añade: “Como un ensayo filosófico ilustrado, La fábula de la razón señala el lente que limita nuestro modo de habitar el mundo a través de categorías excluyentes, impidiendo de este modo vislumbrar toda la complejidad de lo que se nos presenta. Las otras realidades posibles son las que, a partir de las obras de los artistas, invitan a nuestra imaginación a superar esos conceptos binarios, fundiéndolos para construir realidades alternativas y la idea de una pluralidad de mundos”.

Obra de Alfredo Dufour. Foto: Archivo.

FIGURAS MODERNAS

La primera sala está vinculada a la modernidad. Impacta la escultura de Abril Barrado, quien explora desde su obra la fascinación por la morfología animal, en este caso la equina. Con foco en la hibridación con la anatomía humana, profundiza en los alcances de las especies. En el centro de la sala, “Barahúnda”, de Barrado, es una instalación de la que cuesta despegarse. Una gran figura antropomorfa lidera una tropilla. Su cabeza de impala –una clase de antílope– se fusiona con el cuerpo humano creando una especie singular. Hay en esas figuras que encarnan tanto lo humano como lo animal una potencia inusitada, donde conviven alienación y tragedia.

En las obras de Gisela Banzer, los animales devienen personajes claves. Humanizados, la artista los incluye en distintas escenas como una forma de reivindicarlos del maltrato y la depredación que sufrieron. Esas figuras apacibles, humanoides respetados –que integran especies autóctonas y también de otros sitios– resultan cautivantes. De la artista, también se expone en otra sala “La capitana, María Remedios del Valle”, mujer afrodescendiente designada en su cargo por Manuel Belgrano, reconocida por los soldados de la Independencia como madre de la patria. La artista plasma el rostro de una mujer que permaneció oculto por mucho tiempo en la historiografía oficial. Su imagen ahora figura, junto con Belgrano, en el billete de 10 mil pesos. Sin embargo, por su género y su condición de afrodescendencia, su imagen no se incluyó entre los retratos patrióticos. Banzer investigó como eran sus rasgos y su fisonomía para crear este retrato reparador.

Del artista Pablo La Padula se puede ver un gabinete que retoma la tradición de los gabinetes de curiosidades renacentistas, donde subyace la idea imposible de racionalizarlo todo. Doctor en Ciencias Biológicas con especialidad en Fisiología y artista, La Padula indaga sobre las formas y las relaciones que la humanidad estableció con la naturaleza a lo largo de la historia. A través de “Gabinete vertebral”, repone la esencia de los gabinetes de curiosidades renacentistas, donde la exhibición de los hallazgos de rarezas traídas desde rincones del mundo por los viajeros europeos resultaban dignos de reunir, coleccionar y exhibir. Así constituían enciclopédicos espacios objetuales donde la acumulación y la clasificación ampliaban el horizonte del saber. Hay también en este sector obras de Adriana Bustos y Tamara Stuby.

"Nicola y su doble", de Nicola Costantino. Foto: Archivo.

EL DOBLE AL ACECHO

Con su magnífica fotografía “Nicola y su doble”, Nicola Costantino indaga en la idea del ser imposible de dominar, especie de sujeto alienado y siniestro a la vez. Vinculado a la categoría del doble y de lo fantasmal, las escenas que elige la artista para sus figuras son totalmente asépticas, una especie de intervención quirúrgica inquietante.

Desde sus inicios, en las obras de Costantino habita una tensión dicotómica entre belleza y tragedia. En sus piezas, el cuerpo es un territorio de debate, desde los jabones con esencia de Nicola (hechos con su propia grasa para aludir a los parámetros estéticos dominantes) hasta la violencia que se ejerce sobre el cuerpo animal.

Empezó su carrera haciendo taxidermia y momificación de animales para usarlos como moldes para sus esculturas. Momificó terneros, hizo animales embalsamados envasados al vacío y una performance en la que esos animales fueron servidos para comer. Durante una década hizo cadenas de pollo, hocicos de animales, peletería (calcos de cuerpos, tapados de piel, carteras y zapatos con símil piel humana que llamó “Peletería humana”). Para hacer sus “chancho bola”, la artista usó cerdos a los que les quitó la carne. Con el cuero, la cabeza y las patas, formó una especie de tela flexible que momificó y apretujó dentro de una esfera hueca. Así hizo el molde que daría origen a una de sus piezas escultóricas hiperrealistas e hipnóticas.

Sobre el binomio civilización-barbarie hay piezas de Tomas Espina. “Me interesó esta vinculación con el inconsciente, por eso también, puse estos trabajos al lado de Nicola, que tiene que ver con los deseos reprimidos”, señala la curadora de la exhibición. Artista, docente e investigador, Eduardo Molinari trabaja, también como Espina, con la tensión entre civilización y barbarie. Por eso su obra también está en ese sector. Molinari desarrolla un pensamiento crítico a las narrativas históricas hegemónicas. Las obras que integran la muestra pertenecen al “Archivo del caminante”, creado por el artista.

Verónica Gómez, Damián Linossi y Mauro Guzmán indagan en la frontera difusa entre realidad y ficción: crean especies que superan los límites humanos. Gómez nos lleva a un submundo perturbador donde habitan personajes que, orgullosos de su atrocidad, no se doblegan ante nada. Con exquisita economía de recursos, Guzmán crea una aberrante y frágil figura antropomorfa capaz de deglutir ojos humanos como caramelos. Con su serie “Sibilancia”, Linossi crea retratos tenebrosos: trabaja digitalmente con datos hasta crear personajes verosímiles pero despojados de vida.

FUTUROS DISTÓPICOS

En la sala 404, irrumpe el futuro con obras de Sofía Bohtlingk, con abstracciones pictóricas y reminiscencias futuristas. El colectivo Ouroboros presenta “La forma del futuro”, una experiencia inmersiva inspirada en la obra de la artista Ángeles Ceruti y Daniel Leber. El futuro promete una realidad distópica y amenazante, en la que el hombre deberá resguardarse de sus propias creaciones. “El binomio Hombre-Máquina forma parte de nuestro imaginario acerca de lo que vendrá. Las explicaciones mecanicistas desde el comienzo de la modernidad sirvieron para dar cuenta de ciertos fenómenos naturales, por ejemplo, el caso del funcionamiento del universo como una gran maquinaria. La peculiar asociación entre cuerpo y máquina constituyó una posibilidad de pensar que los cuerpos individuales puedan ser adiestrados, ejercitados y disciplinados”, se lee sobre esta obra.

Con robots que adoran al sol, Joaquín Fargas creó la instalación “Futuros especulativos”, una escena que es el preludio de un universo apocalíptico y que se acrecentará con la obra de Alfredo Dufour. “El futuro vuelve a comenzar, como si fuera como una especie de elipsis que siempre se repite: los seres toman un astro como dios y empiezan a creer en algo más allá”, dice la curadora sobre esta pieza.

Con obras de Florencia Bohtlingk, Ana Laura Cantera, Costantino, Dufour, Emiliano Guerresi, Carlos Herrera, Laura Palavecino y Cristina Schiavi, la última sala invita a pensar en qué lugar quedará el hombre en el futuro. La fábula de la razón y otras realidades posibles acaso encierre una certeza: el arte es el único capaz de subvertirlo todo, incluso las certezas que construye la razón.

La fábula de la razón y otras realidades posibles se puede ver de miércoles a domingo, de 14 a 20, en el Palacio Libertad, Sarmiento 151. Hasta el 31 de agosto. Gratis.