En el último día de enero, el sol rajaba la cabeza y la Municipalidad debió montar un gazebo para, debajo de él, expender gratuitamente jugo de naranja natural para las centenas de personas que estaban en esa playa al borde del sofocón. La presencia en ese páramo de arena en verano arranca por la mañana pero sigue hasta la medianoche, cuando la gente aún permanece cerca del agua para mitigar el calor. Se estima que a lo largo del primer mes de esta temporada pasaron por ahí unas 40 mil personas de distintas procedencias. Podría ser la Costa argentina, podría ser Brasil. Pero es Misiones: el balneario público El Brete, cerca del centro de Posadas, que desde hace varios años se impuso como un reducto popular para quien guste. La auténtica Bristol del Litoral como escala de su propia costanera serpenteando el Paraná, tal como hace Mar del Plata con su ribera al mar.
Como todas las playas abiertas al público, El Brete genera sus propias discusiones entre quienes la reivindican y quienes la miran de reojo, con cierto desdén. Sucede especialmente entre los posadeños que prefieren Costa Sur, otra playa pública pero más retirada, o directamente Brasil, que está más cerca de la capital misionera que la costa bonaerense (980 km a Florianópolis contra 1300 a San Clemente del Tuyú). Pero lo cierto que a El Brete van personas de otros lados. Desde Corrientes, Santa Fe incluso, gente del noroeste, algún porteño. Ahí colocan su reposera, su lonita, o simplemente ancan sus asentadores en la arenita amarilla de relleno para tomar unos mates, algún refresco o la especialidad angular de toda la zona guaranítica: el tereré.
El Brete tiene una larga historia que se remonta a la época de la colonización, cuando la zona era utilizada para cargar y descargar elementos varios que se comercializaban a través del Paraná, río que a esta altura separa lo que es hoy Argentina del Paraguay, en cuyas orillas se encuentra la localidad de Encarnación. El mercadeo fue dando lugar a un barrio popular en el bajo posadeño, dominado por tierras anegadas. Recién a mediados del siglo pasado la Municipalidad de la capital misionera transformó eso en un balneario, aunque con un piso fangoso que lejos estaba de ser lo que ahora luce arenoso. Hacia 1978 se instalaron en la zona inmigrantes de Camboya, Vietnam y Laos, estos últimos luego asentados en una populosa barriada desde la cual promueven sus comidas típicas para todo Posadas. El segundo cambio de magnitud del Brete se produjo recién en las últimas dos décadas, cuando la instalación de la Represa Yaciretá modificó bruscamente todo el entorno natural y, entre otras cosas, obligó a relocalizar a las familias que habitaban las humildes chabolas frente al Paraná.
En la actualidad, el Brete guarda de su pasado no más que el nombre y el río como límite. La playa se prolonga en un frente de arena de relleno de unos 400 metros de ancho por unos 40 de profundidad, a partir de la Avenida Teresa de Calcuta, delante de la cual intercede un playón de las mismas dimensiones en el que conviven una cervecería, una heladería, una confitería, una parrilla y tres baños públicos. El comercio gastronómico se mece entre esos locales coquetos y la venta ambulante de chipa, tortas fritas y churros. Ofertas para todos los gustos.
En esa transición entre el cemento y la arena también hay canchas de vóley, fútbol y un aro, además de fierros varios para hacer calistenia. Algunos de los tantos clubes posadeños aprovechan la gratuidad de esas instalaciones para hacer ahí sus pretemporadas, desde una escuela de básquet para chicos hasta equipos de rugby de pibas, pasando por parejas de beach voley. Cuando cae el sol, el punto de fuga sobre el Paraná ofrece un atardecer espectacular con colores que van del naranja al violeta. Y, ya impuesta la noche, la tertulia continúa acompañando la velada con algunos tragones entre parejas, familiares o amistades.
La pregunta que le surge a cualquier visitante foráneo es por qué este balneario público no tiene la promoción monumental de otras playas del turismo argentino: no hay aquí móviles periodísticos contándonos los hábitos del veraneante, tal como ocurre en Villa Gesell, Pinamar o Mar del Plata. Quizás se deba a que no hay peleas a canastazos entre churreros, trapitos exigiendo pagas delirantes por el cuidado de un auto o elefantes marinos asomándose a la costa para la sorpresa de cualquiera, tales las noticias que venimos leyendo de los destinos más populosos del país en el pasado enero. Tampoco clases de zumba a todo volumen ni parlantes bluetooth perturbando la calma del que solo busca echarse frente al agua sin más. La Bristol del Litoral seguirá siendo entonces un bonito secreto para quienes la descubran.