El segundo acto 7 puntos
Le deuxième acte, Francia, 2024
Dirección, guion y fotografía: Quentin Dupieux
Duración: 80 minutos
Intérpretes: Léa Seydoux, Vincent Lindon, Louis Garrel, Raphaël Quenard, Manuel Guillot, Valérie Vogt, Hélene Alexandridis
Estreno en salas.
Quentin Dupieux es el nuevo niño terrible del cine francés. Amante de la comedia y cultor de lo fantástico, se trata del último exponente del surrealismo, nacido en la misma tierra donde este movimiento surgió hace un siglo. Si hubiera que trazar una comparación rápida para orientar a los que no vieron sus películas, podría decirse que Dupieux es el César Aira del cine. Ambos son igual de prolíficos, los dos hacen de la brevedad un rasgo que identifica a sus obras y suelen trabajar en la frontera entre la realidad y otra cosa, que algunos llamarán fantasía, ciencia ficción, delirio, nonsense o lisa y llana estupidez, dependiendo del grado de empatía que se logre establecer con sus libros o películas.
Todo eso vuelve a formar parte del décimocuarto largo del francés, El segundo acto, que ofrece un complejo entramado metacinematográfico para volver a hablar de uno de los temas que lo obsesionan: la realidad. A tal extremo llega ese interés, que una de sus películas lleva exactamente ese título: Réalité (2014). En El segundo acto, Dupieux imagina un juego de cine dentro del cine de varias capas y dos de las primeras y muy largas escenas de la película lo dejan bien claro.
En la primera, David le explica a su amigo Willy que necesita que seduzca a Florence, una chica que está enamorada de él pero a la que ya no aguanta más. Willy cree que hay gato encerrado: que Florence es fea o discapacitada o una mujer trans. En ese momento, mirando a cámara David le dice a Willy que no puede decir esas cosas, porque los están filmando y los pueden cancelar. En la segunda, Florence y su padre van en auto a encontrarse con David y Willy, pero en un momento el actor que hace de padre se harta, detiene la escena y sale del auto. Dice que no puede seguir actuando en películas malas con todas las cosas terribles que pasan en el mundo. En ambas escenas la realidad irrumpe en la ficción, como si se tratara de universos condenados a chocar de frente a 200 km/h.
A lo largo de la película, Dupieux usa la ironía y el sarcasmo para hacer que otros temas urgentes se cuelen en la trama. La influencia de la inteligencia artificial no solo en la vida cotidiana, sino en el orden laboral; la lógica del capitalismo como presencia ominosa; la sensibilidad exacerbada por el auge de la corrección política y la matriz woke. Todo eso dentro de una estructura narrativa en la que la realidad acabará saliendo por arriba del laberinto de la ficción, no una, sino varias veces.
Varias vueltas de tuerca después, cada una más cómica e ingeniosa, David se lo explica a Florence a partir de un razonamiento que mezcla Matrix con Descartes. “Lo que creés que es real, el aquí y ahora, todo es ficticio. Mientras que las películas, la música, los sueños, las historias que nos contamos, las fantasías, eso es lo real. Lo entendimos mal desde el principio, la gente se dijo que la realidad es lo que ve con los ojos y eso no es normal. Todo está al revés”. Esos conceptos retóricos tendrán un correlato dramático, haciendo que el climax de la película se repita (el segundo acto en cuestión), en un giro que bien podría ser el final de un loop a punto de reiniciarse.
Dupieux tiene la virtud de exponer ideas filosóficas complejas a partir de estructuras narrativas atractivas y desafiantes. No es extraño que para expresarlas en El segundo acto eligiera el recurso formal del diálogo peripatético, la herramienta aristotélica de reflexión en movimiento, que tiene un equivalente cinematográfico en el uso del travelling y el plano secuencia. Como no podía ser de otra manera, el largo plano final revela la existencia de los medios técnicos utilizados para lograr dicha construcción. El metacine al extremo.