Luego de ocho años sin novedades editoriales, Simon Reynolds, uno de los periodistas musicales y críticos culturales más influyentes de este tiempo, ha regresado con Futuromanía, una "especie de libro hermano", una "imagen invertida en espejo", "gemelo malvado" de Retromanía, de 2011. Aquel texto, devenido clásico, había surgido como respuesta a la desaceleración de la innovación en la década del '90, a la obsesión nostálgica de la música del momento. Más optimista, Futuromanía (Caja Negra) expone una faceta constitutiva del "yo musical" del autor: su adicción a las sensaciones que provocan sorpresa y velocidad, a los sonidos que parecen anticipar el futuro.
En más de 400 páginas se plasma toda una vida de escucha de música electrónica. El libro compila, en dos partes -por tema, no por orden de aparición-, artículos que el británico escribió desde los '90 hasta el presente, para The Wire, Melody Maker, The Guardian, Pitchfork y Resident Advisor, entre otros medios. El subtítulo es Sueños electrónicos, máquinas deseantes y la música del mañana... hoy. El enfoque del autor sobre el futuro es el hilo común de los artículos, que oscilan entre el perfil, la crónica y el ensayo, con una primera persona que destella lo justo y necesario. Los puntos de partida de la reflexiva y documentada escritura de Reynolds son variados: puede ser una canción revolucionaria, una estética, una tendencia, una microescena, un género, un recurso, figuras conocidas o no reconocidas como lo merecen. Futuromanía es, también, una extraordinaria guía para escuchar mucha música. De hecho, hay un código QR para continuar la exploración en una playlist.
Junto a su amigo Mark Fisher, Reynolds había librado hace no tanto una "guerra verbal contra la cultura retro". Cuando publicó Retromanía, la adicción del pop a su propio pasado, en el contexto abundaban reediciones, retrospectivas, remakes, revivals y, desde su óptica, se había frenado la innovación. ¿Qué pasaría si los Artic Monkeys fueran teletransportados a los años '80? Reynolds sospecha que no habrían desentonado, lo cual no le parece bien. En paralelo, Fisher, otro muy destacado crítico cultural, publicaba Los fantasmas de mi vida. Los blogueros compartían la visión de la desaparición de la idea de un futuro colectivo, de la creencia y expectativa de que lo que vendría podría ser mejor o, al menos, más extraño que el presente. El ánimo de decepción abarcaba lo cultural, lo social, lo político.
En la introducción a su nuevo libro, titulada "Descancelando el futuro", Reynolds pinta un paisaje social y político "tóxico", un "caldo" que incluye autoritarismo, xenofobia, antimulticulturalismo, crisis climática y una reacción contra las ideas progresistas de género y familia. En cuanto a la cultura actual, si bien siguen activos los "síndromes analizados y criticados en Retromanía/ Fantasmas", como "el amor de la cultura hípster por lo vintage y el pastiche, la fijación archivística de la industria de las reediciones, la atemporalidad engendrada por el streaming y YouTube", hay una "onda diferente: lo retro es prominente pero no dominante, o ya no se siente tan opresivo y deprimente como se sentía a principios de la década", asegura el escritor.
La primera parte se titula "El futuro... entonces" y toma la forma de una arqueología de monumentos al futuro construidos en el pasado. El primer texto está dedicado a la canción "I Feel Love", de la mujer-máquina Donna Summer y los productores Giorgio Moroder y Pete Bellote, y la invención de la Electronic Dance Music. Hay perfiles sobre Kraftwerk, la Yellow Magic Orchestra y Ryuichi Sakamoto -el grupo japonés fue el primero en utilizar la palabra techno-, dioses del sintetizador de los '70 borrados de la historia como Wendy Carlos, y textos que versan sobre el nacimiento del acid house, el jungle, el gabber o el IDM.
En la segunda parte, "El futuro... ahora", sobresalen los textos sobre Daft Punk y Burial -exponente de lo que Fisher llamó "la tristeza secreta del siglo XXI"- y un arriesgado ensayo sobre el autotune, invento del ingeniero, matemático y flautista Andy Hildebrand, a quien alguien le había expresado, en tono de broma, el deseo de que existiera una máquina para cantar afinado. Este artículo tiene casi un tono militante en defensa del criticado recurso. Para Reynolds es "el color principal en la paleta sonora de la nueva psicodelia", "el gran sonido del siglo XXI hasta ahora", en una época en que la voz es el "ámbito principal para la aventura e innovación artística". Aunque todo comenzó un poco antes, el giro lo instaló "Believe", el famoso tema de Cher, en 1998. Reynolds destaca varias virtudes de esta herramienta, como su capacidad de supervivencia y su penetración global. Le atribuye un poder "extrañamente persistente" para emocionar a los oyentes.
"Nuestro amor por estos efectos y la repulsión que sentimos hacia ellos forman parte del mismo síndrome (...). Ansiamos lo real y lo verdadero mientras seguimos siendo seducidos por la perfección digital, y la facilidad y flexibilidad de uso que ofrece", reflexiona. "El brillo del autotune se adapta al estilo de nuestro tiempo. Cuando todo en la cultura está digitalmente maximizado, hipereditado, ¿cómo podría la voz humana permanecer indemne?", se pregunta, y habla de "almas digitales". En el artículo acerca de Daft Punk, en el que hace su retorno Moroder -cuya voz aparece en una canción de Random Access Memories que lleva su nombre-, el crítico hace otra observación precisa de la época: si el modelo de músico en los '70 era el del astronauta, el "explorador de nuevas fronteras", hoy la mayoría está "más cerca de los arqueólogos, excavando en archivos y preservando los tesoros que encuentran". El espacio es, ahora, ciberespacio.
La segunda parte dibuja, además, un mapa de microescenas y estéticas, en las que caben Aphex Twin, Oneohtrix Point Never, Geneva Jacuzzi, Grimes -la canadiense de la foto de portada del libro-, Traxman, Arca o Travis Scott; géneros como el trap, el footwork o el hyperpop; y conceptos acuñados por Reynolds como "maximalismo digital" o "conceptrónica". Al cierre hay una coda dedicada a la música de la ciencia ficción en cine y literatura.
En la introducción, Reynolds detalla que le interesan más los "qué" y los "por qué" que los "cómo". Su foco está puesto en "las asociaciones culturales que transmiten los sonidos, las sensaciones y las emociones que desencadenan, las imágenes que crean en la mente de quién escucha". Le fascina, dice, "cómo las nuevas mutaciones en el sonido abren espacios sociales y logran que las tribus subculturales se reúnan a su alrededor, las formas en que la evolución de la música es impulsada tanto por deseos individuales como por energías colectivas". Este pasaje sintetiza el gran aporte del autor, alguien capaz de escuchar mucha música y a la vez capaz de ver qué hay más allá, alrededor, de ella.