Pensar el grotesco en términos modernos fue, tal vez, el propósito de Jacobo Langsner cuando escribió la pieza teatral Esperando la carroza en 1962. La obra se estrena en la Comedia Nacional de Montevideo y realiza varias puestas en Buenos Aires, incluida una versión televisiva hasta que se concreta la película que dirigió Alejandro Doria, presentada en los cines en 1985, a dos años de la recuperación democrática.

Fue en el formato cinematográfico donde el texto de Langsner logró su manifestación inolvidable y exitosa. El modo en que ese film permaneció como referencia y es asimilado por las generaciones más jóvenes que construyen memes con sus escenas o comparten fragmentos en las redes sociales, confirmó la idea que ese material nos seguía hablando porque había capturado una lectura de lo social en términos humorísticos que se convirtió en una estrategia para transitar las repetidas crisis de nuestro país. Hay algo de esa estética que genera una identificación inmediata, más allá de que la vida en un barrio ha cambiado de una manera tan contundente que los personajes, por el contrario, nos pueden resultar un poco más distantes o menos desalmados que en el momento de su estreno cinematográfico.

Pero decidirse a realizar una nueva versión teatral de esta obra era demasiado arriesgado. Justamente por la permanencia de ese material, por el interés y conocimiento de cada una de sus escenas, por la cantidad de veces que la película fue vista y referenciada era evidente que el recuerdo minucioso de sus acciones podía poner a la obra en un estado de competencia permanente con la película. Actuar sus personajes era someterse al examen de ser comparado con el actor o la actriz del film y la posibilidad de salir perdiendo estaba casi garantizada.

Pero el primer acierto de esta versión que puede verse en el teatro Broadway fue convocar al frente de la puesta a Ciro Zorzoli, un director que sabe trabajar la dimensión grupal de la escena. Lo que sucede es que el material, que una vez más expone su consistencia como comedia, es tan preciso, cada personaje responde a una estructura tan definida y ocupa un lugar exacto para que la comedia funcione, que el elenco se siente sumamente contenido por la dramaturgia y cualquier desnivel actoral es compensado por esa mecánica de la puesta que armoniza e integra cada desempeño.

Pero hay otra decisión clave: esta obra no sería posible sin el trabajo de Paola Barrientos en el rol de Elvira (interpretado en la película por China Zorrilla) un personaje que lleva el ritmo narrativo. Barrientos demuestra que es una comediante virtuosa porque sabe trabajar los niveles de precisión que el personaje requiere. Elvira no para un minuto, es un radar, está atenta a todo lo que dicen y tiene una réplica para cada comentario. No solo es ingeniosa, demuele al resto de los personajes. En la versión teatral casi toda la obra transcurre en su casa y esto hace que ella sea la dueña de la escena. Quienes mejor logran acompañar su desempeño son Valeria Lois en el personaje de Nora, la cuñada adinerada, el prototipo de la nueva rica que interpretaba Betina Blum y Milva Leonardi en el rol de su hija que en la película estaba a cargo de Andrea Tenuta

Las tres actrices consiguen con registros variados sostener la acción. La hija es un personaje que observa y que no se involucra tanto en el conflicto, lo que hace Milva es jugar con esa mirada de alguien que no participa de la contienda y Valeria Lois es también alguien que se siente un tanto ajena (o pretende serlo) pero que funciona como la contraparte del personaje de Elvira, como si fuera una segunda voz frente a ese protagónico donde Paola Barrientos se convierte en una directora en el nivel argumental.

El otro personaje esencial de la obra es Mamá Cora (Martín Campilongo) que, en la propuesta escénica, se desempeña en otro plano, ya que es justamente su ausencia, la huida momentánea de la casa de Jorge, su hijo mayor (en la película a cargo de Julio de Grazia y aquí interpretado por David Masajnnik) después de una discusión con Susana, su nuera (Mónica Villa en el film y aquí representado por Ana Katz) lo que genera el conflicto y el malentendido que hace a la calidad de la comedia. Campi tiene que vérselas con un personaje que está totalmente identificado con Antonio Gasalla (de hecho es una de sus creaciones) y consigue una performance casi idéntica demostrando que más allá de ser un capo cómico es alguien que sabe ceñirse a un texto y alcanzar un nivel de minuciosidad en la composición.

Hay un trabajo mimético que resulta efectivo y muy inteligente tanto de parte de la dirección como de la actuación. Los cuatro intérpretes que mejor entienden lo que se está contando: una comedia que no desestima los conflictos sociales, la decadencia económica y una frustración de la que es bastante difícil escapar donde la crueldad en el interior de la familia es mostrada sin pudores, asumen el modelo sobre el que están trabajando. La copia o imitación no es aquí un recurso que desdibuja la propuesta sino la base sobre la cual crear sin negar en ningún momento que hay un material de referencia al que no conviene olvidar. Si los intérpretes logran conquistar al público (que repite parte de los textos en el disfrute de una escena compartida) es porque capitalizan la actuación original, se la apropian y desde allí consiguen establecer ciertos rasgos particulares. La creación existe en ese diálogo con los actores y actrices que los precedieron pero disfrutando de la audacia de volver a contar esta historia en un contexto diferente.

Esperando la carroza se presenta los jueves a las 20:30, los viernes a las 21, los sábados a las 20 y 22:15 y los domingos a las 20:30 en el Teatro Broadway.