Los primeros acordes de Liebesfreud, de Fritz Kreisler, ya son una suerte de contraseña en la medianoche radial. El público fiel sabe que esa es la cortina de apertura de La venganza será terrible (LVST), el ciclo liderado por Alejandro Dolina junto a Patricio Barton, Marcelo "Gillespi" Rodríguez y El Trío Sin Nombre conformado por sus hijos Ale y Martín Dolina y Manuel Moreira. Este año el programa celebrará sus cuatro décadas al aire y ahora regresa a AM 750 como parte de la temporada 2025, en su horario habitual de 0 a 2.
LVST se caracteriza por la espontaneidad, el vértigo de la improvisación y su condición de estar permanentemente al acecho de las ideas. En diálogo con Página/12, Dolina confiesa que "esa estructura de acecho es central en el programa" y explica: "No es que tenemos ideas sino que las buscamos. Siempre buscamos algo para compartir con la gente, a veces lo encontramos y a veces no. La gente que ya tiene todo encontrado y va a la radio con los bolsillos llenos de ideas preconcebidas seguramente la tiene más fácil. No es que nosotros vayamos sin preparación, pero buscamos otra cosa. A veces me fastidio cuando alguien se trae cosas escritas de casa para abreviar la búsqueda. No hablo de forma literal sino metafórica: claro que traemos cosas escritas, claro que pensamos en casa, pero la actitud del tipo que se sienta a hacer este programa tiene que ser de alerta por si aparece algo que no habíamos previsto. En esa aparición reside lo mejor o lo único que el programa puede ofrecer".
Últimamente la programación de las emisoras tiende a cierta homogeneización, con ciclos enfocados exclusivamente en la editorialización de la actualidad. LVST, sin embargo, siempre fue un programa de radio poco convencional y ese es uno de sus rasgos distintivos. En La Venganza hay filosofía, historia, literatura, ciencia, música, humor, pequeñas ficciones, una dramaturgia espontánea y un público que alimenta esa sinergia. "La actualidad ya está ahí, no hay que buscarla. Yo no sé si como oyente o gestor de un programa estoy tan interesado en esta estructura común de las programaciones: los temas del programa que va de 8 a 10 se parecen mucho a los del programa que va de 10 a 12 y así. No sé si hay que apegarse tanto a esa agenda. Su diseño puede tener fines políticos o puede ser el mandato universal del que tanto se habla. A lo mejor, rebelarse contra la agenda es otra receta de nuestro programa".
Frente a la idea de LVST como "trinchera" del éter, Dolina propone otra metáfora, acaso más modesta: la de "escondrijo". "Quizás no es un lugar donde nos instalamos para luchar sino para escondernos, para ponernos a salvo de ciertas estructuras dominantes de las que parece imposible huir", advierte. "Yo creo que efectivamente es un programa no convencional, pero a veces eludir las convenciones conduce también al despropósito. No lo neguemos".
–La ficción es central en LVST: hay situaciones dramáticas, pequeñas historias, personajes. Esa dinámica tiene mucho que ver con el público. ¿Qué rol tienen los oyentes/espectadores?
–Bueno, como todos saben la aparición del público fue casual. Un día, en los comienzos de nuestra historia, apareció alguien que pidió permiso para ver el programa y se lo dimos. Después vinieron otros. Los directivos de la radio prohibieron que viniera gente a ver el programa, supongo que porque tenían miedo y también porque no había mucho lugar. Nosotros procedimos a desoír esa recomendación y escondimos a la gente porque los directivos llegaban de manera sorpresiva a la una de la mañana para asegurarse de que no hubiese nadie. La presencia del público fue, en principio, una contravención a órdenes expresamente recibidas. Después nos dimos cuenta (y la radio también) de que la presencia del público era beneficiosa porque le daba al programa unas características que no tenía en soledad. Empezamos a hacerlo en estudios más grandes y luego en teatros. Desde el punto de vista artístico, es obvio que el público le confiere una teatralidad que el estudio de radio apaga.
Pensar en la historia de LVST supone también hacer un repaso por los equipos: a lo largo de estos años pasaron por esas sillas partenaires muy diversos como Gabriel Rolón, Guillermo Stronati, Jorge Dorio, Coco Sily, Gabriel Schultz e incluso Elizabeth Vernaci en los inicios, entre otros. "Fuimos pocos porque hay que tener en cuenta que cumplimos 40 años. Los principales serán unos ocho tipos que han estado siempre, después hubo algunas presencias efímeras pero si contamos a todos creo que no llegamos a diez. Quienes están ahora, Barton y Gillespi, están desde hace mucho. Rolón, por ejemplo, vino un día porque Stronati no llegaba a Mar del Plata y se quedó 14 años", recuerda.
Cuando se le pregunta cuáles son los desafíos a la hora de armar equipos y pensar con otros, responde: "Creo que es algo poco frecuente. No estoy muy seguro de creer en la viabilidad del arte en colaboración. Siendo una cosa tan personal si es que uno es lo suficientemente romántico, parece dificultoso pensar de a dos o de a tres. Hay unas técnicas que tienen que ver con la improvisación colectiva; eso requiere de un cuidado especial por parte de nuestros compañeros. Podría ser que ciertas conductas arruinen todo: una de ellas es traer cosas preparadas de la casa como dije antes, insistir en ellas cuando el decurso de la improvisación va hacia otro lado, tratar de imponer un código propio cuando los demás tienen otro rumbo. El que improvisa nunca puede decir que no ni dificultar el andar del otro. Para eso hay que tener mucho oído y mucha generosidad, hay que saber pensar en forma coral. Eso lo saben los payadores cuando trabajan a media letra para formar un verso con otro. Hay muchos que no saben esto. Algunas veces hemos recibido visitas de humoristas o comediantes muy buenos, mucho mejores que nosotros, grandes actores que no han abierto la boca en La Venganza porque la improvisación tiene sus reglas y, si no las cumplís, deja de ser improvisación para transformarse en delirio. Por eso es una gran alegría cuando sale bien".
En la partitura de LVST la música ocupa un rol importante: hay canciones que funcionan como intermezzo entre secciones y un segmento final protagonizado por el Sordo Gancé junto al Trío Sin Nombre, con un repertorio que va del tango a los Beatles pasando por la bossa nova o el Indio Solari. "Mi trabajo en la música es muy esporádico. Yo disfruto mucho haciendo música, estudio, me gusta trabajar en grupo y muy cada tanto preparo alguna cosa con mayor prolijidad: algún disco (Tangos del Bar del Infierno), la opereta (Lo que me costó el amor de Laura) o números con artistas amigos. En el programa hay un ejercicio diario al que le damos trabajo y cariño. Gillespi toca, canturreamos un poco con el trío y algunas cosas tienen arreglos interesantes que prepara mi hijo Alejandro. Lo hacemos con alegría. Para el músico, tocar es un motivo de felicidad, y como grupo nos hace más fuertes porque fomenta la amistad. Los tipos que hacen un acorde son amigos", subraya.
–¿Qué vínculo tenías con la radio en tu infancia? ¿Era otra radio?
–Sí, cuando yo era chico la radio era distinta. Después, fue más o menos igual a lo que conocemos ahora. En aquel momento era más familiar, no tan individual. El aparato de radio estaba pensado para ser oído en grupo y estaba ubicado en un lugar fijo de la casa. Había ciertas costumbres y acuerdos para elegir qué radio escuchar o qué programas. Y había un mayor vínculo con el arte porque contenía teatro, música de varios géneros, entretenimiento, programas humorísticos. Era más variada. Todo aquello desapareció de la radio, pero yo pienso mucho en esa radio cuando tratamos de hacer esta radio. Nuestro programa tiene algunos anacronismos: en algún momento hacíamos radioteatros, escribíamos libretos e invitábamos artistas consagrados.
En relación a su rol como escritor, Dolina confiesa que actualmente se encuentra en "un período de pereza pero de ensoñación": "No me siento a escribir, pero a veces me siento a pensar como hacía cuando era chico. No estoy en un período muy creativo pero sí registro que mis textos se han vuelto más complejos y, a veces por complejos, más oscuros. Cuando uno busca complejidad, por torpeza propia, encuentra sombra". El autor de libros como Cartas marcadas o Notas al pie describe el arte como "una mezcla de ocultaciones y revelaciones", por lo tanto, algunas veces conviene ser "claro, preciso y nítido en lo que uno escribe y otras veces, brumoso". "En algún momento, uno se da cuenta de que las cosas sencillas ya las dijeron otros, entonces es mejor buscar en terrenos desconocidos, pasar por los agujeros de algunos alambrados y tratar de eludir los lugares comunes", reflexiona.
–Últimamente surgieron debates en torno al rol de la cultura, que suele ser pensada desde varios sectores en términos de mercado y desde una perspectiva utilitarista. ¿Qué opinás sobre esto?
–Me parece que es necesario decir algo sobre cómo funciona el pensamiento. Hay mecanismos para inducir a las personas a pensar en un sentido: el pensamiento está muy influido por el poder real y tienen cada vez más herramientas para influir sobre el funcionamiento de nuestras mentes, para modificar nuestras percepciones a tal punto que es muy fácil convertir lo falso en verdadero. El problema de la cultura se ve perjudicado en su resolución: cuando uno piensa en cultura encuentra vallas, alambrados, falacias, tal como pasa en la política. Si hay toda una maquinaria para convertir en falso lo verdadero y viceversa, la manera en que uno discurre se perjudica. Esto es central para entender la discusión política actual pero también para entender para qué sirve la cultura. Los poderosos del mundo están muy interesados en que la cultura tenga un significado utilitario, hoy todo tiene que servir para algo. En ese marco, la cultura aparece como algo inútil, como un gasto. Yo creo que la cultura sí sirve: sirve para seguir vivo, para descubrir los secretos del entorno y de nosotros mismos. Sin poesía, sin el estímulo de lo bello, del pensamiento, del descubrimiento, de la paradoja y del juego, nos moriríamos.
–Hace poco dijiste una frase que resulta muy esperanzadora en tiempos de crueldad donde ganan terreno los discursos de odio: "Hay que descongelar los corazones de la gente".
–Creo que son nuestras últimas y únicas esperanzas en lo que podríamos llamar el debate ideológico. La habilidad de convertir lo falso en verdadero ha teñido el debate de un color raro, pero la crueldad, el odio y el desprecio le han dado un matiz todavía más trágico. Algunos argumentos no funcionan, por ejemplo, aquellos en relación al alcance del Estado. Sin la existencia del Estado no podríamos vivir, lo digo en un sentido político pero también filosófico (Popper explicaba muy bien esas regularidades). Estos argumentos son buenos pero no funcionan porque el odio los destruye fácilmente; el mejor argumento que nos queda, entonces, es el del amor, el de la amistad, el de la piedad, el de condolerse por el sufrimiento ajeno, el de tratar de ayudar y encontrar en esa ayuda que uno presta la felicidad propia, tratar de comunicarse y crear vínculos entre la gente, aunque sepamos que duran poco. Esa es nuestra última esperanza.
* LVST se presentará el 27 de febrero a las 21 en el Auditorio Nacional Adela Reta del SODRE (Andes 1455, Montevideo) y el 7, 14, 21 y 28 de marzo a las 21 en el Chacarerean Teatre (Nicaragua 5565, CABA). Las entradas están disponibles en la web (lavenganzaseraterrible.com).