Mientras haya un psicoanalista, un síntoma dirá algo de la verdad.

El psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente, nos enseñó Lacan. El invento del psicoanálisis conlleva el del psicoanalista y su discurso, que implica la pérdida. Si hay psicoanalista, no solo habrá psicoanálisis, sino que habrá inconsciente.

Para constituirse, el sujeto es afectado por el significante, que le da su lógica y lo divide del goce. En tanto el significante que lo representa, lo hace para otro significante, donde reside el saber. Cuando el sujeto quiere saber su verdad, resulta que debe buscar del lado del Otro, Otro que a su vez lo constituye.

Que esté del lado del Otro y que este sea un lugar no quiere decir que el neurótico no lo encarne en algún sitio.

Hoy, las redes, Google, la IA están cumpliendo en parte esa función. Ocurre que ese fárrago de información proveniente de diferentes desarrollos teóricos, o chamuyo, contribuye al torbellino, aumentando la inconsistencia en el sujeto que se interroga. Parece primar la desorientación respecto de la búsqueda de saber más que la falta de preguntas.

A falta de un carril cierto, confiable, que representaban los saberes constituidos que aplacaban los interrogantes del sujeto, ¿dónde se busca ese saber?

Durante mucho tiempo, ese saber residía en Dios, y las diferentes religiones lo trasmitían: el saber y la verdad coincidían. A partir de Descartes, ese saber fue a la ciencia, en tanto el sujeto podía construir saber respecto de su experiencia, y la verdad quedó en Dios. Con el psicoanálisis, Freud nos viene a decir que hay un saber que no se sabe, que contiene algo de la verdad del sujeto; y Lacan, que donde no pienso, soy, saber inconsciente que tiene eficacia sobre el sujeto, que queda así dividido y que, cuando habla, no sabe lo que dice.

Lo que también dice el psicoanálisis es que ese saber no sabido se inscribe con significantes, sueltos de su significado, que se articulan por condensación y desplazamiento, por el sonido, y tal vez lo amalgamen los sentidos, las emociones, produciendo significación. Esto, en un lugar que llamamos Otro; uno no lo posee, lo obtenemos de allí. Ese Otro, lugar de inscripción, no es un código, porque no tiene todos los significantes y porque la articulación de los significantes, separados de su significado, es infinita, da infinitos resultados. La búsqueda de certezas es la de significado, lo que nos alejaría del lenguaje humano, que se asienta en su pérdida.

Solo leyendo cada decir, escuchando ahí, podemos conseguir que el saber obtenido se vincule a la verdad. La búsqueda, entonces, de esa verdad que se hará saber, el psicoanálisis nos propone buscarla en el decir de quien se interroga, en transferencia. Creo que es necesario volver a colocar al psicoanálisis en el lugar al que se dirige la demanda de saber, que hoy está dirigida a diferentes espacios, con sus respectivos códigos: tarot, astrología, psicología, cirugías, endocrinología..., que no dan lugar a lo singular.

Como nos enseñó Freud en El malestar en la cultura, la cosa no anda; cuando la incomodidad afecta al cuerpo, la inquietante extrañeza hace que la angustia apure para salir de allí rápido, para que se solucione rápido. Allí aparecen innumerables “soluciones” que el discurso capitalista propone para alcanzar la felicidad, hoy muy de moda. Como sabemos, en el discurso capitalista no hay pérdida, por lo que el resultado estará más cerca de la psicosis, a lo sumo de la perversión, que de la neurosis. Ya no es a Dios a quien se le piden certezas, tampoco a la ciencia: se le pide a la tecnología, pero no creo que tenga mayor potencial de obturación de la falta.

La religión cristiana hace partir la humanidad de la pérdida del paraíso, pero lo promete al final para los buenos fieles. La ciencia se interesa por el saber, no por la verdad. La IA acumula saber y se desentiende de la verdad. El psicoanálisis desvincula la verdad de la realidad y se refiere a la verdad del sujeto que se interroga, no a La Verdad.

Si bien la búsqueda es de certezas que le aseguren al sujeto alguna estabilidad en el ser, la oferta no terminará con el malestar; la pregunta subsistirá, provocando graves ataques de angustia. La certeza solo anuda pagando el precio de la psicosis, y no cualquiera puede hacerlo.

Hay que dejar a la verdad hablar.

Adelfa Jozami es psicoanalista.