Apelar al azar para ganar es una característica muy humana, el hombre no es un ser programado, es el ser viviente más imprevisible, abierto a cambios y a encontrar soluciones nuevas, inesperadas. Por supuesto que tenemos muchos condicionamientos, debido a nuestra estructura psíquica y orgánica, a la familia en la que nacemos, al entorno social. Pero el azar puede proporcionar cambios, por eso las apuestas suelen ser tan excitantes. “El destino son los padres”, decía Freud. ¿Qué podemos hacer, como hijos indefensos ante tan poderoso adversario como es el destino que se nos ha asignado, que nos lleva a repetir automáticamente el mismo camino pese al esfuerzo por desviarnos? Salvo que de pronto nos encontremos con “un golpe de suerte”, el repentino azar que tuerce la fortuna. Y a eso apostamos. El jugador busca saltar los límites conocidos y ser el ganador, aquel que recibe placer sin condicionamientos. Ganar en casos así, no mediante el esfuerzo o la habilidad sino a través de la casualidad, puede despertar la fantasía de estar robando, o apropiándose de algo prohibido. El sujeto busca cumplir sus deseos, pero esto no resulta tan sencillo porque ganar lo enfrenta con sentimientos de culpa y temores al castigo.
El hombre necesita ser protegido de un exceso de goce, algo que resulta destructivo para él personalmente y para la sociedad en su conjunto y ser frenado en los intentos de que otros lo tomen como objeto, que ataquen su integridad física y psíquica, sus bienes, medios de supervivencia y seres queridos. Pero sabemos que esta es sólo una parte de la realidad. La regulación se ve afectada por la competencia entre los sectores poderosos, que desarrollan sus negocios en relación al juego. Existe competencia entre ellos y entre una sociedad que los censura, pero que muchas veces actúa como un competidor más.
La literatura de terror, los castillos góticos habitados por seres siniestros que atraen pasiones destructivas, se opone a los criterios racionales que buscan protección, cuidado por la vida y los bienes. Algunos lugares de juego son atractivos, lujosos, deslumbrantes y otros de baja categoría trasuntan sensualidad, violencia encubierta. La inmersión de los jugadores compulsivos en ambientes iluminados por lámparas brillantes fuera de la luz exterior o por anuncios en las pantallas de luces cibernéticas, parecen adecuadas a los elegantes vampiros que escapan de la luz diurna. La apuesta compulsiva ataca al juego y convierte al jugador en un prisionero en los laberintos que lo llevan al peligro. Busca escapar de la soledad, la frustración y las constricciones, pero la adicción termina esclavizándolo.
El que participa en los juegos se arriesga para obtener algo apreciado, esto genera una excitación que lo mueve a actuar, que despierta su entusiasmo y diversión. Pero frecuentemente sucede que la ganancia no resulta un encuentro con lo buscado, sino que lo lleva a volver a apostar lo ganado para renovar el desafío. Arriesgar en un juego donde existen tantas posibilidades de perder hace pensar que el jugador compulsivo, inconscientemente, busca la pérdida. Nos llama la atención que las advertencias no detienen a los ludópatas, sino que lo que atrae está más allá de palabras protectoras. La voz o la imagen que los atrapa encierra un dolor y un castigo hechizante, el sujeto responde a un Amo al que hay que complacer con la propia pérdida. El sitio de las apuestas, las máquinas tragamonedas, el dueño del Casino, el amigo que gana con su pérdida chupará su sangre y él obedecerá. La obsesión de “jugar y ganar” se transforma en seducción, en hipnosis que le succiona la subjetividad. Aunque al comienzo se busca el placer, luego se trata de recuperar la excitación de un goce masoquista que remite al sufrimiento.
Podríamos preguntarnos: ¿cuál es el motivo del éxito de la novela Drácula, cuyo protagonista resulta atraído hacia aquél que lo despojará de todo?, ¿qué es lo que genera el apasionamiento del film Entrevista al vampiro que pone sobre la mesa el conflicto entre hacer el corte o fundirse en un amor absorbente. ¿Cuál es el sentido de la gran audiencia de las series y películas acerca de la atracción hacia aquel que “chupa la sangre”? Es que, además de culpas, existe en el ser humano la peligrosa atracción del sufrimiento, de complacer a un dios poderoso del que se depende y se intenta ser amado, ofreciendo hasta la propia sangre. Al modo de restablecer la inicial relación que establece el feto con su madre y la madre con el feto, la unión sin corte, sin terceros, sin distancia. Es lo que repite la adicción, como un amor apasionado y posesivo. En este sentido, podríamos afirmar que se puede conservar el carácter de “juego” de los juegos por azar, si en un momento se puede cortar. Del mismo modo que puede amarse conservando la subjetividad si aceptamos la diferencia y la separación. O como decía el psicoanalista José Bleger: “podemos disfrutar de viajar si tenemos pasaje de vuelta”.
Diana Litvinoff es psicoanalista (Asociación Psicoanalítica Argentina).