El inicio del año político internacional vivió el impacto de la asunción presidencial de Donald Trump, quien se presenta ante el mundo como un cruzado del siglo XXI, en pos de recuperar la hegemonía perdida de la gran potencia capitalista. Su postura política ultraderechista recrea la del “gran garrote”, asumiendo y confesando su retroceso ante el avance de China, los BRICS en pleno crecimiento y las autonomías políticas, monetarias y comerciales de otros países.
La prédica trumpista expresa una voluntad política inficionada de expansionismo y autoritarismo, plagada de odio antiinmigrante, antifeminista, antiambientalista y peligrosamente neomacartista, como parte de una ideología que amenaza en forma descarnada a todas las naciones y pueblos del planeta. La nueva administración pone en ejecución un ataque a los intercambios comerciales, con el propósito deliberado de debilitar y mutilar sus sistemas productivos, y las relaciones laborales y sociales con el fin de que se subordinen a sus oligopolios capitalistas planetarios. Obviamente nuestro país será una víctima entre tantas del plan “América Primero”, a pesar de las genuflexiones de nuestro Presidente, quien se empeña en presentarse como un disruptivo amante de los grandes potentados del mundo, aunque no podrá sustraerse a ser visto como un neobananero.
Las amenazas neocoloniales del Presidente norteamericano no deben subestimarse. La historia del crecimiento de su país está plagada de agresiones y anexiones. El caso más notorio es el de México, despojado por vía de guerras y “compras” de una parte considerable de su territorio: Tejas (luego Texas), Nuevo México, California y Arizona, parte de Colorado, Nevada, Utah. La política de robo de territorio en busca de “espacio vital” tiene antecedentes históricos muy arraigados, que fueron naturalizados por discursos que justificaban el “destino manifiesto” de Estados Unidos, muy particularmente sobre nuestro continente.
En este escenario, la actitud de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha sido muy firme en la defensa de la soberanía de su Patria y de protección a sus ciudadanos. El presidente Petro de Colombia también sostuvo una postura en defensa de la dignidad de sus compatriotas.
Panamá debe enfrentar la amenaza brutal de Trump de “recuperar el canal que nosotros construimos”, desconociendo el tratado Torrijos-Carter, y la legitimidad que le reconoce el mundo civilizado.
Estas reacciones demuestran que Nuestra América no acepta sumisamente ser el “viejo patio trasero”. La mayoría de nuestros países son gobernados por presidentes/as progresistas, electos por sus pueblos, aunque la Argentina es un caso disonante, presidida por un ultraderechista que amenaza “con buscar hasta el último rincón del planeta” a los “zurdos hijos de puta”.
El discurso antidemocrático de Milei en contra de las diversidades generó en Argentina una reacción social espontánea, y luego, ya de forma organizada, una gran movilización comparable a las históricas de trabajadores y universitarios del 2024. En el Foro de Davos, el año pasado, bramó contra el colectivismo, el Estado y la justicia social, y contra una supuesta conflagración socialista que, según su visión reduccionista y fascista de la política y la historia, gobierna casi todo el mundo y maneja los organismos supranacionales. Esta vez decidió dedicar sus minutos en el estrado a atacar la agenda “woke”, o sea todo “despertar” popular y civilizatorio de los pueblos.
La “batalla cultural” mileista no sólo se propone convencer a la sociedad de que el plan económico de destrucción del Estado y de libertad de mercado traerá felicidad, sino también que los derechos sociales y culturales conquistados en décadas y los valores humanísticos que establecen lazos solidarios y de respeto a las diversidades son una rémora que debe ser eliminada. No trepida en plantear la persecución y eliminación del otro, por su carácter distintivo en términos identitarios, de clase social y por su pertenencia política, socialista, peronista o comunista, incluyendo a liberales democráticos a quienes considera tibios y claudicantes.
Lo cierto es que a su retorno de los alpes suizos, Milei se encontró con el pueblo en las calles de todo el país y también en otros puntos del globo, rechazando sus expresiones fascistas, racistas, y sus políticas de ajuste a la clase trabajadora, jubilados/as y clases medias. Presenta un esquema en defensa de la “libertad y del respeto irrestricto por la vida del prójimo”, sustentado en el concepto de que vivimos en un conflicto entre “el bien y el mal”. Más fascista no se consigue. El Presidente se irrita porque lo califican de pronazi. Debería asumir que sus discursos no sólo están inspirados en los ultraliberales austríacos y su admirada Margaret Thatcher, sino también en el decálogo goebbeliano.
Como apuntó Cristina Fernández Kirchner, Milei se pasó dos pueblos con sus dichos, tanto que tuvo que salir a decir que no dijo lo que dijo; e inclusive decidieron que resultaba imposible aplicar el protocolo represivo de la ministra Bullrich durante la marcha antifascista. El tiro salió por la culata. El Presidente de los grandes empresarios de la burguesía local y los financistas de Wall Street afronta un cuestionamiento fuerte e inesperado, con la perspectiva de que se catalicen otros malestares sociales.
Davos fue para Milei una apuesta para correr los márgenes ideológicos y democráticos que salió mal, producto de creerse su artificioso discurso triunfalista, comprado por los editorialistas de la derecha.
Esta nueva irrupción callejera, tan propia de la experiencia política argentina, demuestra que aquí no se pueden avasallar las conquistas sociales y culturales a los gritos y a las patadas, con represión a jubilados y delirios neofascistas reelaborados por “expertos” en discursos, confiados en que capturarán indefinidamente a la gente que está desesperanzada por los fracasos de gobiernos anteriores, y tiene miedo a que su ilusión del voto a Milei se extinga.
El gran tema de toda la sociedad democrática, popular y progresista es el de articular en el corto plazo una alternativa política y electoral superadora, sustentada en ideas y un programa que enfrente las políticas depredadoras en términos sociales, de las corporaciones, los políticos subordinados y sus amigables disfrazados, amalgamados por los medios hegemónicos.
* Secretario General del Partido Solidario. Director del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”