Cuando escucho la expresión contacto cero, pienso inevitablemente en alguna película de ciencia ficción en la que un módulo espacial está a punto de arribar a Júpiter o Saturno. En los bares también se usa la expresión, y en las reuniones, para definir a esas parejas que no terminan de encontrarse y que inmediatamente son nombradas como tóxicas. Para esos casos, se prescribe contacto cero. Sin embargo, cuando pienso en contacto cero, no necesito más que alzar la mirada, mirar alrededor y ver cómo en esos mismos bares las parejas constantes y consolidadas escudriñan sus celulares de manera solipsista sin dirigirse la mirada ni palabra alguna, devorando sus alimentos como autómatas, o cómo en las camas miran durante horas las series de moda en una maratón incontenible de silencio y espectáculo ¿Qué nos ha pasado con la piel intensa como superficie de contacto humano y como universo de la experiencia?

Entrar en el amor, además de un desencuentro estructural y maravilloso, es entrar en un vértigo fascinante, ficciones e ilusiones legítimas, debilidad del deseo, la más exquisita de las debilidades. Nadie muere de eso.

¿Qué está pasando con el mundo que pretende amores ordenados, pautados y dosificados? No dicen amo, dicen me da seguridad, estoy tranquila/o.

Por supuesto que el amor es cobijo y también resguardo, pero es más que un techo donde guarecernos. Tiene una dimensión creadora y multiplicadora. El amor con el otro tiene un pulso único, toca el alma y la transforma, nos transforma juntos.

¿Es este un retorno, de la mano de las terapias de la nueva ola, de esa impregnación con pretensiones del ser humano normativizado, el que vive para agraciarse con la normalidad del mundo? Por supuesto que hay experiencias extremas e irreversibles en el amor, de las cuales la última es la muerte. Y violencia explícita en los vínculos, que merecen y requieren la protección de la comunidad y los organismos destinados a esa función. Pero no siempre es el caso. El conflicto y la discusión, que no es la aberración de la violencia, forman parte de la construcción de los vínculos sociales. En el germen de lo humano hay, junto con la debilidad de su deseo y la voluntad de su proliferación, también una tensión que es propia de los espacios que se van fundando y de sus dialécticas. En las relaciones amorosas esos espacios se disputan, se estiran, se mezclan, se enroscan y desenroscan, se balancean como en el filo de un columpio, permutan y también cambian de piel, a veces se vuelven camaleónicos, otras sorprendentes y equívocos como los muchos camuflajes de la vida de los pulpos. En esos camuflajes hay temores y defensas de diversa índole, no toxicidad.

Una vez más escuchamos las terapias que ordenan el procesamiento del contacto cero después de una ruptura. Pienso en la dimensión semántica de esos empaques que nos terminan volviendo esclavos de fórmulas incorporadas e importadas, por lo general, del país anglosajón del norte, ellos, los que viven y son vividos en tiempos aplastantes, elixires del humano eficiente y automático. Ellos, precisamente, los que se provocan tantas matanzas cotidianas entre pares, locos y enajenados de furia y aislamiento, como el suceso aberrante que cuenta Bowling for Columbine de Michael Moore. Frikis, normales robóticos, nerds al borde del estallido, violentos en la mansedumbre, viviendo en contacto cero. Pensar que esta expresión conduce necesariamente a la restitución de vínculos sociales por el establecimiento de nuevos lazos es reducir la compleja experiencia que nos sostiene en nuestra práctica cotidiana a una estrecha cuerda de equilibrismo. Y si vamos a vérnosla con la cuerda de equilibrista --no es para todos ni para todo momento en una vida-- hay que desplegar un arte nuevo y singular, y para eso se necesitan ayudantes. No se trata solo del malestar sino del tiempo que es necesario, muchas veces, para despejar una incógnita relacionada al amor. Solemos llegar a los encuentros habiendo atravesado pesadas cargas en las historias personales, y es también nuestro trabajo, nuestra tarea junto con el paciente, soportar ahí la incomodidad de las preguntas alrededor de los vínculos y del amor.

El contacto cero de mi película de ciencia ficción que transcurre en el lejano planeta, a veces lleva a una cáscara social fastidiosa, errática y artificial alrededor de la humanidad. El contacto cero de mi película de ciencia ficción que transcurre en el lejano planeta que no es el planeta tierra. Estoy intentando contarles sin tanta teoría, porque cualquier fórmula nos empobrece y nos enajena con premisas que no son del deseo sino del teorema, el terapeuta, la corriente teórica, la nueva corriente de pensamiento., o la referencia en off que llega de las redes sociales y sus tendencias, que en realidad son las redes informáticas del algoritmo.

Nos mezclamos de maneras tan complejas y sutiles que bien valdría escuchar esas diversidades, llegan de las novelas y ficciones de las que están abrumadas las vidas humanas, su quintaesencia, sus tremendas vivencias, su diversidad, su trama intergeneracional.

Porque por alejado que parezca, es así como capitalizan esta desmesura de las fórmulas imaginarias infalibles, es así como operan las derechas en esta época, lo que también nombran como capitalismo tecnofeudal. Aquí mismo tenemos nuestro ejemplo local y actual.

El riesgo que conllevan estas poleas normativas es la de fraccionar y encerrar la angustia en una esfera de vidrio. Como si ese modo hegemónico de interpretar la experiencia humana no llevara tarde o temprano a una posible implosión y fragmentación de los cuerpos. Aun a riesgo de errar, por el valor de errar, tropezar tiene ese soplo divino que viene del deseo. Es preferible escuchar y darle tiempo al rumor contradictorio, propio del sufrimiento, que alza la voz y estruja los pañuelos en llanto, porque podemos confiarle una auténtica elaboración de la relación con el otro. Sin esta experiencia del lenguaje, donde cada quien toma su palabra, ¿qué quedaría para esta aventura singular que tantas invenciones “suelta a andar” por el mundo?

En la película Contacto cero estaríamos implantando un nuevo factor predisponente, una fórmula indeleble, y entonces el suceso traumático ya no entrará jamás en la relación conflictiva, ni se perderá tiempo en entender los tropiezos ni sus alrededores misteriosos, sino que se habrán domesticado para la vida gym de un modo tan intenso, que nos hará recordar al jumping u otros deportes extremos, o a los runners que tapizan las maratones y las ultramaratones, los triatlones, las cornisas de resistencia del cuerpo y de lo humano hasta el borde de la exhaustación y de la muerte.

Darle tiempo al dolor y a las contradicciones del amor tal vez no sólo llevan a mejores separaciones o más enriquecidas elaboraciones en los encuentros, sino que también dejan suave sedimento de palabra propia, de escritura genuina para encontrar los modos de vivir.

 

Cristian Rodríguez es psicoanalista y escritor.