La capacidad de dormir se torna frágil en nuestras noches de mosquitos, calor, incertidumbres y latigazos de odio emanando desde el poder. Bordeamos el insomnio y suele atacarnos. ¿Cómo borrar la suciedad del día si el sueño se niega a abrazarnos consu esponja borradora de agravios? Y, ¿cómo dormir si el mundo se torna aciago anuestro alrededor?

Sueño designa tanto al acto de dormir como la actividad de la mente durante ese acto. Es decir que esa segundad acción -una especie de hacedora de fantasías- necesita que se dé la primera. De modo que no dormir nos perjudica doblemente: no logramos descansar lo indispensable y no podemos acceder a mundos irreales que descarguen tensiones reales, ya sea en modo de pesadillas o de sueños agradables o neutros.

Soñar es nuestro reservorio contra las afecciones que nos produce la realidad y es la condición de posibilidad para regresar con más energía a la vigilia. El acto de dormir nos arroja a un estado inconsciente en el que se suspenden las funciones sensoriales y los movimientos voluntarios. Se atraviesa el espejo, se accede al mundo de las maravillas y de las pesadillas. Es una actividad imprescindible para vivir en la que los residuos de las células cerebrales se eliminan con eficacia. 

Es fisiológicamente necesario y humanamente imprescindible. Los nazis hacían un uso sacrificial de la falta de sueño. Enloquecían personas impidiéndoles dormir durante días. Ese es un extremo, pero hay matices para enloquecer a la gente de manera más lenta y aparentemente menos compulsiva: dejarla a la intemperie, sin derechos, ¿quién puede conciliar el sueño si le tiembla el piso?, ¿o si ve cómo se lo hacen temblar a otras personas y a otros colectivos cuando no al propio?

No conciliar el sueño no solo intoxica fisiológica y psicológicamente (daño personal), produce también daño económico y social. El déficit de sueño reduce la productividad y aumenta el consumo de fármacos, incluso genera dependencia. Las estadísticas son imprecisas porque abunda la automedicación. Además, recetar hipnóticos o ansiolíticos no es privativo de la psiquiatría, la clínica en general los receta. 

El aumento de la deficiencia en el sueño actual es una consecuencia, entre otras, de la inquietud social. La filosofía desde sus orígenes se ocupó del sueño, sin embargo, únicamente a algunos grupos filosóficos que desarrollaban tecnologías del yo en busca de una vida armónica les interesó el acto de dormir. El resto, en general, se ha ocupado de la capacidad de representarnos fantasías de manera inconsciente, de esa especie de mundo paralelo, el de los sueños.

Los estoicos consideran que los sueños se forman con restos diurnos -acciones y pensamientos- cuyo recuerdo se mezcla durante el reposo. Descartes construyó su hipótesis sobre la certeza de la existencia de lo real (refutando que el mundo fuera una ilusión) justamente a partir del sueño porque, aunque esté soñando, si pienso, existo. Pero las interpretaciones originarias sobre el sueño refieren a las percepciones oníricas, no al dormir.

El desasosiego al que nos está arrojando un gobierno totalitario, fascista, misógino, xenofóbico, aporofóbica, homo odiante y transfóbico no solo precariza el día a día, sino que quita el sueño en los dos sentidos del término: dificultad para dormir y bloqueo para soñar, así como apneas intempestivas, micro y macro pesadillas.

El romano Lucrecio escribió en versos, en "De la naturaleza de las cosas", sus investigaciones sobre los sueños. Seguía las ideas de los atomistas griegos, en especial de Epicuro quien pensó los sueños como simulacros. Esta corriente materialista antigua fue rescatada por Marx cuya tesis doctoral se titula “Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro”. Al joven Marx le interesa esa concepción materialista que lucha contra quienes consideran que el mundo de las ideas es el único real y el resto es descartable falsedad, pura apariencia.

El hecho de que en sueños se nos representen irrealidades o incongruencias que no manejamos con la consciencia no significa -para estos pensadores críticos- más que el surgimiento de retazos de simulacros que se producen, como en la vigilia, por azar más que por necesidad. 

Pero milenariamente han sido utilizados por el poder como formas de amendrentar, como si fueran manifestaciones de fuerzas exteriores. Las “fuerzas del cielo” son una chapucera imitación de esos simulacros. Una genealogía del contenido de los sueños -de ese acto inconsciente de imaginar-requeriría un amplio recorrido desde los mitos hasta la ciencia pasando por la filosofía y las artes. 

El insomnio también ha preocupado desde antiguo, pero recién en el último decenio la medicina va logrando paliativos eficaces, aunque no exentos de consecuencias secundarias no deseadas. No dormir logra lo contrario de reposar: perturba y aniquila poco a poco. Los sistemas de poder antipueblo arrojan al oprobio del insomnio. Sigmund Freud le otorga estatus científico a la interpretación de los sueños, la medicina positivista le da ese estatus al acto de dormir o velar. La industria farmacéutica y la autoayuda también se involucran en el tema. 

Resulta curiosa la coincidencia de que tres siglos antes de las teorías de Freud, otro Segismundo -personaje de Calderón de la Barca que fue contemporáneo de Descartes (quien le otorgó entidad filosófica al sueño)- no distinguiera entre vigilia y sueño, ya que “en la vida todo es sueño y los sueños, sueños son”. Faltaba poco para que el insomnio comenzara a ser estructural. Avanzaba el desarrollo tecnológico y la gente abandonaba el campo y se amontonaba en burgos.

La revolución industrial produjo hacinamientos, inseguridades, exceso de trabajo y malestar social. Se acentuó la medicalización del sueño. Hemos involucionado a ese estadio, las inseguridades y las vejaciones a las que nos somete un régimen fascista libertario se ha metido entre nuestras sábanas, perturba nuestro descanso.Este insomnio es político, por lo tanto, antes que con armas médicas se lo combate conmovilizaciones colectivas para que, una vez recuperada la justicia social, podamos retomar el reposo onírico en el que nos desconectamos del mundo exterior y yacemos en los amigables brazos de la divinidad del sueño que nos purifica, nos sume en el olvido y nos potencia para volver a empezar.