Hace poco volví a ver el video de aquel Milei que, roto en llanto, decía que Moisés era en realidad su hermana, y que él era Aarón, su divulgador. Lo había visto en su momento y quedé estupefacta, pero ahora, después de que en un año el falso divulgador de Davos arrasara con el Estado argentino, arruinara millones de vidas y diera muestras ininterrumpidas de desorden mental, me aterró.
Me puse a ver un documental ficcionado que encontré en Netflix, El legado de Moisés. Quería tener algún detalle más que la historia del bebé hebreo abandonado en el Nilo para salvar su vida, y adoptado por la hermana del faraón. Moisés aparece en la Biblia, en la Torá y en el Corán. Sus jerarquías son diferentes, pero es una figura vertebral en las tres grandes religiones. Es el profeta. El que habla con Dios. El relato lo iban hilando historiadores hebreos, musulmanes y católicos.
Miré ese documental, que en su parte ficcionada fallaba bastante, como quien lee Wikipedia, como una fuente de información rápida y una disposición permeable, para ver si algo me hacía algún sentido en el medio de este desquicio en el que nos vamos enterrando, a medida que se aceleran los dichos brutales y las desmentidas terminantes antes de la repetición de los agravios.
Y ahora, desde que asumió Trump y el brutalismo anabolizado está acelerando todavía más un proceso de destrucción simbólica y material sin antecedentes, y preanunciando una catástrofe global, todo se resignifica en otra dimensión.
Estamos ante un tipo de pasión negativa que azora en Trump, en Milei, en Musk, en lo que algunos llaman la “broligarquía” (la oligarquía de los brothers). Es un fanatismo de ricos, megalómano y bulímico: pasión por demostrar poder. Los machos --que vaya que son raritos para machos-- ya tienen el poder y el dinero: su pasión es viciosa, y su proyecto es de demostración de poder en un mundo rediseñado por ellos. Son hombres de acción, no de conceptos, que se les confunden todos. Son los adoradores del becerro de oro.
La irracionalidad, el abuso, la cosificación escandalosa de seres vivos, el vaho hediondo de este brutalismo de clase, de esta gente que hace de la mentira su principal arma discursiva y presume de su incultura y de su vulgaridad, es abrazada por masas chatas y despreciadas que no difieren de las turbas que miraban como quemabas a las brujas.
Es inútil intentar seguirles el ritmo o refutarlos. Nunca, pero nunca escuchan. No hay a quién. Lu suyo no es la comunicación, sino la incomunicación.
Volviendo al documental, finalmente me bajó una ficha cuando la primera dificultad que tuvo Moisés fue convencer a los hebreos esclavizados en Egipto de que la libertad valía la pena. Ya no había recuerdos de qué significaba ser libre. Habían normalizado la esclavitud.
La segunda ficha me cayó cuando, después de varios milagros apabullantes, como las aguas del mar abriéndose a su paso, o la caída del maná para su supervivencia, Moisés se va al Sinaí para encontrarse con Dios, se demora con el temita de las tablas y cuando vuelve, encuentra a su pueblo rezándole al becerro de oro. La ficha, en realidad, bajó cuando, como castigo, Dios decide que la marcha durará cuarenta años, hasta que una nueva generación sin la experiencia de la esclavitud fuera la que llegara a la tierra prometida. Los que caminaban en el desierto estaban malogrados.
Inmediatamente, al llegar a esa parte, me vino a la cabeza Milei hablando confusamente de su primer ciclo, segundo ciclo, tercer ciclo, etc. Y me acordé de la fábrica Tres Arroyos, de Gualeguaychú, que está implementando los privilegios del capital por sobre el trabajo que obtuvo gracias al conglomerado de apátridas que acompañaron la Ley Bases de Milei.
Es simple y se repetirá en todo el país: empezaron a usar la Ley Bases para pedir concursos preventivos de crisis que no existen, como en el caso de la venta de pollo, para empezar a contratar por tres o cuatro meses a otras personas por la mitad de sueldo, echar a ochenta trabajadores y presionar a otros cuatrocientos para que firmen un retiro voluntario o acepten el hachazo de salario. Aparecieron empresarios argumentando que los “verdaderos problemas del país se arreglan con una rebaja salarial".
Esto conduce a la tercera ficha: Milei es el divulgador de un Moisés invertido, que manda al pueblo a dar vueltas en círculos de dolor y falsas promesas, mientras ataca en mil frentes juntos que no se pueden abordar. Lo de los ciclos --que ya no menciona porque ahora lo putearían en arameo-- tenían que ver con esa marcha de 40 años en el desierto, pero al revés: el proyecto de los broligarcas es deshacerse de la historia y de quienes la recuerdan; que el pueblo vaya perdiendo la memoria de la libertad. Elon Musk dice que la IA mantendrá pronto varias guerras, y la primera será contra los docentes. No son necesarios, cree. “La IA es un Einstein disponible para cada alumno”. Imagínense una generación educada por IA. Serán los esclavos listos para esta nueva tierra prometida.
Estamos frente a un fenómeno nuevo, sanguinario, no dialéctico, con el que es imposible cualquier tipo de diálogo. Trump dialoga. Milei, que es el vasallo chupamedias, no. Se lo pasa dicéndole “le pertenecen” (nosotros).
Ha llegado la hora de dimensionar el horror que nos rodea, de superar otra instancia de malestar entre tribus afines y obstinadas en una pelea que en este contexto no tiene sentido: Cristina advertía hace un par de años que entre los riesgos que se avecinaban uno de los peores era la fragmentación política. La ultraderecha se fragmenta pero sigue junta por supervivencia. ¿Nos tocará otra vez ser los patos de la boda porque nos partimos en cuatro? Ficha limpia salió en Diputados con apoyo peronista. El colmo de la traición, porque saben que es poner el país en manos de un poder del Estado putrefacto. De la fragmentación, de los matices, de una lógica política ilógica y de nuestras neurosis se alimenta el monstruo.