Un disco de canciones. Canciones sin palabras. Piezas breves, trabajadas con paciencia y sensibilidad de artesano. Fragmentos que a través de las dinámica de las técnicas y las sensibilidades se convierten en piezas de un diseño mayor. Por ahí pasa el clima de New York Sessions, el disco que Mariano Otero y Leo Genovese presentarán este domingo en doble función, a las 20 y 22.30 en Bebop Club.

Hace varios años que Otero, bajista, músico omnívoro y figura central del jazz en Argentina, comparte música con Genovese, pianista nacido en Venado Tuerto y aquerenciado desde hace más de dos décadas en Nueva York, curtido en colaboraciones con Esperanza Spalding, Jack Dejhonette, Joe Lovano, Wayne Shorter y Herbie Hancock, entre otros, y que actualmente sale de gira con Residente (Calle 13) y The Mars Volta. De la amistad, la idea de grabar en dúo descendió naturalmente, de alguna manera como una alternativa dentro de la continuidad del Trío Sin Tiempo, la formación que Genovese y Otero integran junto a Sergio Verdinelli, que tiene ya dos discos editados.

“Grabamos algunas más, pero elegimos doce composiciones originales, seis de cada uno, en las que Leo (Genovese) toca el piano, un Yamaha C5, y yo alterno el contrabajo con un bajo P70’S que me prestó Francesco Marcocci –bajista de Nueva York–, que tiene un sonido bonito”, comenta Otero al comenzar la charla con Página/12. “En principio fue meternos en un estudio de Nueva York, cerca de mi casa, para hacer música propia. En realidad no sabíamos bien hacia dónde íbamos a ir. Lo único que sabíamos de antemano es que íbamos a estar codo a codo”, interviene Genovese. “Entre nosotros hay un nivel de entendimiento y de complicidad que es casi tan fuerte como la telepatía. Cuando empezamos a grabar, recordé lo que le decía Art Blakey a sus músicos, eso de no esconderse detrás del instrumento, y así nos salimos de la técnica y afinamos la sensibilidad. Fuimos jugando con las pausas, con los silencios, buscando la transparencia, escuchando el espacio del otro. Con esos recursos invitamos a bailar a esa bailarina tan experimentada que es la música”, agrega el pianista.

Suele haber distancias siderales entre la austeridad como elección y la pobreza como destino. En el caso de estas New York Sessions de Genovese y Otero esa distancia se magnifica con una musicalidad superlativa, administrada con mesura, buen gusto y el desprendimiento que da la experiencia. En este encuentro hay algo de los de Keith Jarrett con Charlie Haden o Carla Bley con Steve Swallow, por citar referencia ilustres, aunque a través de las composiciones logra también tener su marca propia. 

“Nos sentimos maduros, para elegir lo que no vamos a hacer, pero no como que estamos de vuelta ni mucho menos. Esa idea de 'estar de vuelta' no me seduce, me parece que tiene que ver con volver a un lugar conocido y cómodo, donde ya se sabe qué va a pasar, quiénes van a venir. A nosotros, en cambio, nos intriga y nos inspira caminar siempre de ida, hacia lugares nuevos y desconocidos. Por eso nos mandamos en esta aventura de tocar sin batería, construyendo la fragilidad de la música, por así decirlo”, asegura Genovese. 

El clima de himno sentimental de “Un aire a Jim”, cierto perfume folk de “Cuatro estrellas”, y la felicidad armónica que da la marca de Erik Satie en “Días perfectos”, por señalar algunos de los temas de Otero, se combinan con el sentimentalismo demorado de “Primero de julio”, las paráfrasis francesas de “Ravelian” o el acento afro de “Takamba”, entre la música de Genovese. “Grabamos la música que nos gustó escuchar en ese momento y lo hicimos en plena sintonía con nuestros deseos. Ninguno de los dos había hecho un disco tan al desnudo. De la fragilidad del momento quedó eso, pero fue sin plan, creo que fueron las canciones las que nos llevaron a ese estado de paz”, agrega Otero.

Aún si los contornos de cada tema están bien definidos, con el pasar del disco en el aire de la escucha se va configurando el espacio de una forma mayor. Como si cada tema se completase recién en el desarrollo del que le sigue, como páginas de un álbum, una suma de tiempos y climas que en sus transparencias deja entrever, sin terminar de defnirlo, que algo podría suceder. Y si no sucedió lo que valió fue la expectativa. Este es el gran atractivo, lo que hace de este trabajo un disco original. 

“Instintivamente no pensamos tanto en esa cosa del jazz, del solo, del despliegue instrumental. Más bien buscamos una estética que parta de la naturaleza de cada tema, que sea la composición la que nos diga lo que tiene que durar", continua el bajista. 

"Mientras grabábamos nos empezó a gustar el desafío de no poner nada de más. Seguimos esa idea de un espacio donde no sobre nada, que permita disfrutar mejor de lo que hay", destaca Genovese, que cuenta también que desde que los grabaron no volvieron a tocar los temas de este disco. "Ya estamos pensando en cómo será reencontrarnos con esa música, cómo nos dispondremos para volver a disfrutar de esa forma de tocar, que no se da tan seguido. Y también por ahí de lograr refundar esa transparencia en complicidad con el público, que juntos logremos enriquecer de silencio esta música. Estamos un poco queriendo comernos ese viaje, revivir un poco esa peli", asegura el pianista. "A mí me inquieta esto de la fragilidad. ¿Cómo se reproduce la fragilidad sin de alguna manera violentarla? Con esapregunta saldremos a tocar. Nos entusiasmamos pensando en que compartimos esa fragilidad y que volamos con ella, nos fortalecemos con ella. Al final de cuentas, grabar este disco con Leo fue como desaparecer juntos", concluye Otero.