“Consecuentemente con el movimiento socio – cultural que se da en algunas partes del mundo nació también una nueva manera de expresar sensaciones óptico – visuales mediante la creación de un clima en el cual el espectador llega a sentir una verdadera experiencia comunicativa y vivencial. Creemos que ésta es la manera, por eso lo intentamos”, anunciaba el programa del “1° Concierto Experimental Beat” realizado, el 4 de julio de 1969, en el Teatro Ópera de La Plata. El recital marcó el debut de una banda sin igual dentro del, entonces, incipiente rock vernáculo: Diplodocum Red & Brown. El grupo estaba integrado por Guillermo Beilinson en voz, Héctor “Topo” D’aloisio en guitarra, Eduardo Beilinson en bajo, Bernando Rubaja en teclados e Isa Portugheis en batería.

Portugheis nació en la ciudad de las diagonales, el 8 de febrero de 1949. Su madre, Catalina Feldman, era pianista y su hermano, Alberto, pasaba horas frente a las teclas interpretando música clásica. De pequeño, asistió a la Escuela 33 (donde tuvo de compañero de banco a Carlos “Indio” Solari) y al colegio Jaim Najman Bialik. En esa institución, formó parte del coro que animaba las celebraciones de Rosh Hashaná y Iom Kipur. En aquellos tiempos, se nutría de la variopinta discoteca familiar donde convivían placas de Nat King Cole y El Club del Clan. Días antes de su cumpleaños número quince, pasó frente al escaparate de una tienda de electrodomésticos y quedó fascinado ante una batería marca Osmar. “Se lo comenté a mi padre y él, que tenía debilidad conmigo, me la regaló”, recuerda hoy ante Página/12.

Por esa época, tomó clases de batería en el Conservatorio Musical Ricci. Luego, continuó su formación de manera autodidacta. “Pasaba horas en mi habitación, cuyas paredes estaban insonorizadas con chapadur, tocando sobre los vinilos que ponía en el tocadiscos”, cuenta. Su universo musical se conmocionó con la aparición de The Beatles. Bajo ese influjo, armó un conjunto cuyo nombre aludía a una de las gemas de los chicos de Liverpool: The Nowheremens Group. El combo se completaba con Bernardo Rubaja, en bajo, Héctor “Topo” D’aloisio en guitarra y voz, y Horacio Martínez en guitarra. La banda plasmó, en los estudios de una radio platense, un disco con cuatro temas: “The house of the rising sun”, “Yesterday”, “Wooly Bully” y Fever”. “Aquél día, grabamos en formato de trío porque Martínez faltó a la cita”, afirma. “Contamos con la ayuda del músico Eduardo Garbarini, quien se ocupó de los parches para que yo pudiera estar cerca del micrófono – el único disponible – y cantar ‘Yesterday’”, relata. Tras el registro de la placa - actualmente en manos de un coleccionista - el cuarteto se disolvió.

Tiempo después, también en La Plata, apareció otro conjunto: The Longfellows. Su alineación la conformaban Eduardo Beilinson, Raúl Mercer, Gustavo Cabarrou y el mencionado Rubaja. Portugheis concurría a sus ensayos y aporreaba la batería cuando se desataba una zapada. La experiencia fue breve, pero sentó las bases del siguiente proyecto. Antes de concretarlo, Eduardo (junto a su hermano Guillermo) realizó un viaje que lo llevó por Paris y Londres. En esta última ciudad presenció conciertos de Free, Family y Soft Machine. El punto culminante de la travesía fue cuando, en febrero de 1969, contempló a Jimi Hendrix en el Royal Albert Hall. De regreso al terruño, trajo consigo una guitarra Gretsch, el cabezal de un amplificador Marshall, un pedal wah wah y un distorsionador. Además, claro, de una pila de discos. Entre ellos Electric Ladyland, de Hendrix, y el denominado White Album de The Beatles. “Nos juntábamos en el piso de la familia Beilinson y allí, en un combinado, escuchábamos esas maravillas”, rememora Isa.

De esos encuentros, nació Diplodocum Red & Brown. “El nombre era una deformación de Diplodocus, un tipo de dinosaurio que vivió en el período Jurásico. La idea fue de Guillermo quien, en ese momento, tenía una novia antropóloga”, revela. “Lo de Red & Brown - agrega - surgió porque esos eran los colores de nuestros instrumentos”. El debut fue promocionado en el diario El Día. Los avisos publicitarios pagados por Casa Romers (sastrería propiedad de la familia Rubaja) explicaban el interés del periódico por el ignoto grupo. El recital fue divido en dos partes. En la primera, la banda interpretó obras de Cream (“Sunshine of your love” y “I’m so glad), The Beatles (“Help!”) y del repertorio de The Hollies (“Fifi, The Flea”). Mientras, detrás del conjunto, una pantalla mostraba imágenes caleidoscópicas disparadas por un proyector de aceite. En el segundo tramo, el combo ofreció piezas propias como “Cajita de cuerdas”, “Barroco I”, “Barroco II” y “Máquina”. “Algunas de ellas estaban influenciadas por Procol Harum. Desafortunadamente no quedaron registradas”, se lamenta.

El quinteto fue contactado por el productor Manuel Román, quien le propuso grabar un simple para el sello Trova. Los temas concebidos para la ocasión fueron registrados en los estudios ION en una consola de cuatro canales. El lado 1 traía “Blues del hombre de la cara azul”, una entrega monolítica en la línea de Led Zeppelin. “Eduardo hace una introducción vocal, el resto lo canto yo”, describe el baterista. La letra mencionaba a una capa de dicho color y no a un rostro. Sin embargo, por error, se alteró el nombre de la pieza en la etiqueta de la placa. El reverso presentaba “Blind sex”, obra con la impronta del Pink Floyd de Syd Barrett, donde Guillermo asumía la voz líder. 

Las canciones, como aún dictaba el mandato de la época, eran interpretadas en inglés. “La música más revolucionaria se hacía en ese idioma. Para nosotros, expresarse así era natural”, explica Isa. Luego de la publicación del disco, los recitales continuaron. El grupo actuó, entre otros sitios, en el Auditorio Kraft y en la primera edición del Festival B.A. Rock, el 11 de noviembre de 1970. Tras esa presentación, el rastro del dinosaurio platense se esfumó. Con el paso del tiempo, Eduardo (devenido “Skay” y ya como guitarrista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) se convertiría en el torbellino que aún suena en la radios.

A más de medio siglo de su aparición, el sello RP Music lanzó aquel simple inhallable en plataformas digitales y en un vinilo de 12 pulgadas. La edición física –con una tapa que exuda psicodelia y reemplaza al sobre genérico de la tirada original– cuenta con textos de Rubaja, Portugheis y el periodista Oscar Jalil. El baterista, a través de Gourmet Musical, publicó Adonde quiera que voy, libro donde evoca, además de la etapa con Diplodocum Red & Brown, su paso por La Pesada del Rock and Roll, Punch y Pedro y Pablo. Sus años de manager, productor, docente y hasta de corresponsal en Inglaterra para la revista Mordisco están retratados con precisión y calidez. El disco y el libro, en definitiva, son indispensables para los interesados en conocer los orígenes del rock argentino.