Y la normalidad no sé muy bien qué es, va a decir la pianista y compositora Noelia Sinkunas, como si pronunciara un verso descartado de un tema de Sui Generis. Lo dirá en un rato, cuando esté en Costanera Sur rodeada de vendedores, ciclistas y carros de hamburguesas. Por el momento se concentra en otras cosas. Pero no necesitaría decirlo. Con su tango y folclore de espíritu actual ya sugiere que lo normal se parece mucho a mirar para atrás. Son casi las cuatro y media de la tarde de un viernes de noviembre, y Noelia está en Radio Nacional, a punto de salir al aire para difundir Unión y perseverancia, su cuarto disco solista. Llegó con el músico Lucas Marcelli para hacer un dúo de piano y guitarra en vivo. No es la primera vez que viene. Por las dudas, la producción le aclara que en este programa, Aire del Litoral, sólo suena chamamé. No hay problema. Si le dijeran que en este programa sólo suena heavy metal, ella tendría algo para ofrecer. Noelia está acostumbrada a cambiar y a adaptarse. A meterse en diferentes estilos. A mezclarlos y a apropiárselos.

“Suelo marear a la gente”, dice, ya en el aire de la radio. Luego cuenta que empezó a tocar a los cinco años, en 1993, cuando descubrió un teclado Casio Tone Bank que su papá había ganado en una rifa de la parroquia San Francisco de Asís de Berisso. Lo primero que aprendió fue “La tristecita”, de Ariel Ramírez. Desde entonces se multiplicó.

Es probable que muchas personas hayan escuchado a Noelia sin saberlo. Quizás junto a Nacha Guevara en Encuentro en el Estudio. O una vez en La peña de Morfi, cuando se la veía de fondo, sentada al piano mientras Cacho Castaña recordaba una de sus internaciones. O en los recitales del proyecto Piazzolla electrónico, de Nico Sorín. O en la versión que hizo junto a Ana Patané de “Tu eres su seguridad”, de Hermética. O con Cucuza Castiello en las noches del bar El Faro, en el límite entre Villa Urquiza, Parque Chas y Agronomía. O con Flamamé, el cuarteto de chamamé que comparte con Milagros Caliva, con quien también grabó el disco Costero criollo. O con Alto Bondi, un grupo que formó parte de la renovación tanguera de Buenos Aires. O haciendo trap con YSY A en el Lollapalooza. O con Natalia Oreiro en plena Marcha del Orgullo frente al Congreso.

Hasta ahora, Noelia tuvo el impulso y la ambición para estar en todos lados y la timidez para pasar desapercibida.

VIEJA ESCUELA

“Cuando era chica ella estudiaba en un piano vertical que tengo acá, en casa”, dice Juan Ramón Sinkunas, guitarrista de tango y folclore, padre de Noelia. “Yo venía al mediodía a comer y le tiraba ‘A ver si sabés acompañar esto’. Era un chamamé, viste. Ella no tenía ni idea y me acompañaba”, sigue. Juan, que en mayo va a cumplir 62 años, tiene un taller de chapa, pintura y herrería y siempre acompañó a diferentes cantantes. Desde consagrados como Alberto Morán o Cacho Castaña, hasta amateurs que todos los meses participan del micrófono abierto que organiza la Municipalidad de Ensenada.

En sus anécdotas y recuerdos, Juan muestra un clima de guitarreada hogareña constante que parece una característica de la familia. Una costumbre que empezó con su papá, Juan Pedro Sinkunas, abuelo de Noelia, fallecido en 2014 arriba de un escenario. “Mi viejo fue guitarrista estable de Radio Provincia durante quince años. Eran tres guitarras, a veces cuatro. Acompañaban a los cantantes que venían de Buenos Aires”, dice Juan. Eran músicos que pertenecían a familias de inmigrantes instalados en la zona. La primera vez, antes de salir al aire, un locutor leyó sus apellidos y decidió cambiarlos. A un guitarrista de origen ruso le puso “Estévez”. A Juan Pedro lo obligó a abandonar el lituano Sinkunas y lo comenzó a llamar Páez, Juan Páez. Su hijo, que se dedicó al mismo oficio, pasó a ser conocido como Juancito Páez. Todavía es su nombre artístico, aunque ya no usa el diminutivo.

“Yo les llevaba los instrumentos, iba con ellos a todos lados. Después de tocar se venían a la casa, se tomaban un té y se iban a trabajar al frigorífico. Otros trabajaban en el puerto”, sigue Juan, que le enseñó a Noelia lo que aprendió con su papá y su experiencia posterior en conciertos propios. Le dijo, por ejemplo, que “el cantor transmite” y que el músico que acompaña debe estar “atento a todo”.

También recuerda el debut de Noelia con el tango: “Ella tenía una banda de rock y venía al taller y me decía ‘¿Me das plata, que tengo que ir a tocar?’. ‘¿Para qué querés plata?’, ‘Tenemos que pagar el sonido’. Entonces le digo ‘Mirá, el sábado tengo que acompañar a un cantor de tangos. ¿Querés venir conmigo? Te pagan’. Fuimos y salió fenómeno. Después la acompañamos a María Garay con mi viejo. Los tres. De ahí no paró más. La gente empezaba a llamar a mi casa y preguntaba por ella”.

Noelia Sinkunas (Foto: Nora Lezano)

ME DUELE LA TRADICIÓN

Una hora después de la entrevista en Radio Nacional, Noelia, que jamás aceptó llamarse Páez, está sentada sobre una baranda de Costanera Sur. El viento mueve su pelo teñido de rojo anaranjado. Es su color actual, pero suele cambiarlo. En la tapa de su disco Salve (2022) aparece con el pelo verde. En su foto de Bandcamp lo tiene largo y celeste. Esto ha provocado algunos comentarios que la pusieron de mal humor, como el de un presentador, que antes de un concierto dijo “Así como la ven, no saben lo bien que toca el piano”. Está vestida con una remera con la imagen de Beetlejuice, sandalias y un pantalón corto que deja ver un tatuaje en su pierna derecha que podría pasar por el logo de una banda de black metal. No lo es, aunque Noelia tiene un pasado metalero. Primero como fan de grupos como Cannibal Corpse y después como tecladista de Innato, banda platense que integró en la adolescencia. El presente va por otro carril. Noelia tiene un par de horas libres antes de ir a El Faro para acompañar a Cucuza en una noche tanguera que promete extenderse hasta la madrugada, como suele suceder.

Noelia no para nunca, siempre tiene algo programado. Sola o como parte de otros proyectos. En octubre estuvo en Uruguay, España y Países Bajos. Tocó en Capital y el Conurbano. Antes estuvo en Francia, Alemania, Suiza y Austria. Pero para este verano no tiene fechas solistas en los clásicos festivales de las provincias. No la convocan para esos eventos. Como si su música tuviera mejor recepción por fuera del circuito al que se supone que pertenece. “Es loco, no sé. No sé qué decirte. Porque lo de viajar y tocar en un festival en Ámsterdam para mí es algo súper nuevo, no es parte de mi normalidad. Y la normalidad no sé muy bien qué es. Los espacios de los que siempre fui parte son de tango. Peñas de cantores, lugares de folclore, lugares donde se baila. Ese siento que es mi hábitat natural. No Ámsterdam”, dice.

Pero no se engaña. Noelia sabe que su propuesta choca con lo que suele esperarse en esos lugares de tradición explícita: “La gente que escucha tango quiere escuchar tangos de antes. La gente que escucha chamamé quiere escuchar los chamamés de antes. A veces, el lugar donde uno quiere innovar es un reflejo de otra época. Y yo quiero reflejar mi época. Calculo que hay gente que espera más representantes de música folclórica de hoy, pero en general, o de un tiempo a esta parte, siempre sentí que es más difícil”.

En 2019 estuvo nominada a los Premios Gardel. Integró la categoría mejor artista nuevo junto a Louta, Conociendo Rusia, Bandalos Chinos, Paulo Londra y otros. Fue por su debut, Escenas de la nada mirar (2018), un disco de piano solo grabado en su casa que tenía una influencia muy fuerte de su paso por la carrera de composición, que abandonó cuando le faltaba un año para recibirse. En 2020 volvió a estar nominada. Fue por New York Sessions (2019), otro disco instrumental. Allí incluyó una versión de “Baby One More Time”, de Britney Spears, con influencias de Bach y Beethoven para molestar a los puristas. Y como no quería ser encasillada, lo postuló como mejor álbum de jazz. En 2023, con Salve, ganó en la categoría folclore alternativo. Hoy se pregunta: ¿Qué es alternativo? ¿Qué es música de verdad? “Yo siento que lo que no es tradicional supongo que es alternativo. Pero bueno, yo me considero parte del mundo tradicional con un pie afuera siempre”, dice.

“Me parece que el confort de Noe es estar en los bordes”, dice Lucy Patané, una de las artistas con las que Noelia ha colaborado en distintos proyectos. “Los bordes como una especie de cornisa. Tocar cosas que quizás son de otro estilo, probarse. La veo muy en esa cuestión y me parece que tiene un brillo muy particular. Ella podría haberse quedado en el tango y ya. Creo que está hace tiempo tratando de pegar una vuelta por afuera del tango y volver”, dice. Lucy escuchó por primera vez a Noelia durante un recital de Julieta Laso. Todavía se acuerda del impacto que le causó: “Con Paula Maffía habíamos pegado mucha buena onda con Juli, entonces un día la fuimos a ver. Y al tercer tema las dos nos miramos y dijimos ‘¿Quién es esa freak pianista que está tocando?’. Me acuerdo que Noe incluso estaba de espaldas, casi no se la veía. Pero tenía una presencia muy fuerte en el escenario”.

Para Lucy, el piano es el escudo de Noelia. Su arma y su lenguaje. “Es muy zarpado verla porque es muy hermoso lo que sale de ahí. Además de que su virtuosismo es muy animal. Esa cosa medio Martha Argerich, que son virtuosas pero a la vez muy fuertes para tocar. Un toque súper fuerte y pasional. Es una jugadora de toda la cancha”, dice.

EN LA ESQUINA DE MI BARRIO

Cada disco solista de Noelia muestra un rasgo de su personalidad, de su momento. Mientras Escenas de la nada mirar marca el peso de los años de estudio de piano, composición y música clásica, New York Sessions es la rebelión a esos mandatos. En Salve aparecen sus primeras letras publicadas. Noelia se anima a decir lo suyo pero usa a cantantes invitados como máscaras que la protegen de exponerse por completo.

“La gente me ve súper resuelta y no siempre fui así. Tuve que atravesar un montón de cosas para sentirme segura. Y tampoco me siento cien por ciento segura. Me siento bien, le encontré más sentido a una cosa que a otras. Cuando hice Salve sentí que se me ponía la piel de gallina. Tocar las canciones me emocionaba, eso cobró un sentido. Y otras dejaron de tener tanto sentido. Hace un tiempo ya dejé de acompañar a muchos cantantes. Solamente trabajo con Cucuza. Y nada, me encanta ese espacio, pero no es un lugar donde se tocan mis temas. Me encanta sostener la idea del tango vuelve al barrio, que venga toda la gente. Soy parte de esa ideología. Pero lo otro es otra cosa”, dice.

En Unión y perseverancia, Noelia vuelve a convocar cantantes, pero ahora hay voces que se alejan aún más del tango y el chamamé que propone. Es otro intento de hablar de su época sin olvidar de dónde viene. La grupalidad, el encuentro, las mezclas. La colaboración entre todos y todas. Así aparecen Ricardo Mollo, Leo García o Daniela Herrero. El nuevo álbum, que también cuenta con una cuota de improvisación que a Noelia le interesa desarrollar en vivo y en estudio, fue bautizado con el nombre de las calles que forman la esquina de su casa paterna en Berisso. Noelia recoge sus orígenes y también los cuestiona.

La primera canción se llama “Tradición”. Dice: “Me duele la tradición/ Porque la llevo en el pecho/ La música no tiene techo/ Ni derecho ni revés/ Y aunque no sé bien cuál es/ Mi destino ni mi casa/ A veces me siento tango/ Y otra veces chamamé”. La letra es de Noelia y del cantante trans uruguayo Mocchi. Fue escrita en el verano de 2023, durante las Sesiones Serranas organizadas por Andrés Mayo en el estudio Sonorámica de Córdoba. Cuatro días en los que compartieron música con Milagros Caliva, Tomi Llancafil, Lucy Patané, Flor Bobadilla, Manu Sija y Nadia Larcher. “La música ya existía y la idea de ponerle letra surgió ahí”, cuenta Mocchi, que se encarga de la voz del tema. “Todo se hizo en media hora. Yo me puse a escribir y le fui cantando arriba. A mí me cuesta mucho componer con gente porque es muy difícil salirme de mi diccionario si el otro no tiene muy claro por dónde va a ir. Noe tenía todo muy claro. Entonces, si me preguntás, para mí la letra es de Noe. Fue una sesión de terapia”, agrega.

Mocchi actualmente vive en Buenos Aires y continúa con su trabajo cancionista que mezcla con activismo LGBTIQ+. En 2024 publicó El frío que nos convoca, un disco que, según cuenta, resume desde el título la necesidad de reunirse para combatir medidas como las del gobierno de La Libertad Avanza. “Mi disco existe, en parte, gracias a Noe”, cuenta. “Yo no tenía pensado grabarlo, pero tenía un montón de canciones. Y le escribí a Noe y le digo ‘Estoy para grabar un disco el lunes’. Era viernes. ‘Necesito que hagas los arreglos de cuerdas. ¿Vos podrías?’. ‘Mirá, tengo un par de cosas que hacer, pero de última las paso para el martes’. El lunes grabamos el disco. Y son arreglos complejos, no hizo un colchón de cuerdas. Nunca me dijo ‘¿Cuánto me pagás?’, ‘¿Qué presupuesto tenés?’. Antes de poner el palo en la rueda, la hizo rodar”.

“Yo soy muy fan de Noe, de lo que es capaz de dar”, sigue Mocchi. “Pero no desde el punto de vista musical, que es una bestia, de otro planeta. Lo que más me conecta con ella no es eso, sino lo humano, su generosidad con todo eso que sabe, con todo lo que es. Y con la capacidad de diálogo para encontrarnos en la música. La chabona está tocando pero nunca deja de escuchar nada de lo que está pasando. Yo soy un alma muy libre, de repente te cambio la letra, te agrego un estribillo. Poder tocar con alguien que va a ir adonde vos vayas es increíble”.

Noelia Sinkunas (Foto: Nora Lezano)

NO ES PARA CUALQUIERA

Es el atardecer de un sábado de diciembre y la Feria Edita de La Plata no está concurrida como en años anteriores. En medio de los stands está Noelia, que en un rato va a tocar con Mocchi en Casa Suiza y mañana, domingo, va a cerrar la feria con Cachitas Now!, la banda de cumbia disidente de la que forma parte. Un grupo que surgió junto a otras bandas feministas como Sudor Marika y tiene letras como “Si besarte es lo prohibido/ ¿Qué será lo inmoral?/ Si mi cuerpo no es propiedad de tu norma patriarcal”.

En la feria se comprueba que la industria editorial independiente no es la única que está en crisis. Noelia reconoce que una parte de la letra de “Tradición”, la que dice que no sabe cuál es su casa, no es algo metafórico. Volvió a Berisso después de doce años en Buenos Aires y todavía piensa qué hacer con su vida y su carrera. Sueña con viajar por las provincias. Le encantaría tener una orquesta propia en Francia para tocar sus canciones. También trabaja en una versión sinfónica de su disco Salve y no descarta, por fin, empezar a cantar. Todo es parte de un proceso. Ocultarse menos, permitir que la encuentren.

También tiene ganas de reflotar el Almacén Cuyano, la peña que organizó con su padre en su propia casa. Allí, hace quince años, se ofrecían conciertos a precios populares, con venta de vino de productores de la zona y empanadas cocinadas por su familia. Noelia ya dio el primer paso: instaló en la casa el piano que compró en septiembre gracias a un crowdfunding que le permitió reunir la plata en tres días. Es un Bechstein que perteneció a Sebastián Piana, compositor de “Tinta roja” y “Milonga sentimental”. “Un sonidista me escribe y me dice ‘Noe, una señora tiene un piano que lo vende a un precio barato para lo que es, pero necesitan saber a quién se lo venden’. No era a cualquiera”, cuenta Noelia, que hasta ese momento sólo tenía un piano eléctrico Kawai S6.

“Dije ‘Lo voy a ver, no pierdo nada’. Era en Flores, una casona espectacular. Lo toco y me pongo a llorar, porque yo no lo iba a comprar. Yo solamente iba a verlo. Y ahí dije ‘Ay no, lo tengo que comprar’. Y la señora se puso a llorar, porque le re gustó lo que yo toqué y me vio a mí emocionada. Y estaba su abogada y se pone a llorar. Estábamos todos llorando”.

¿Qué tocaste?

–“Adiós Nonino”.

Noelia Sinkunas (Foto: Nora Lezano)

LA HORA DE BRINDAR

Es fin de año, justo antes de la medianoche. Los argentinos se concentran alrededor de las mesas o en los patios. En todas las casas esperan el momento de alzar las copas y desear que la nueva temporada sea mejor que la anterior. Las familias cuentan los segundos que faltan. Algunos piden poner Crónica TV. Otros confían en sus relojes o miran las pantallas de los smartphones. No falta quienes encierran a las mascotas para que la pirotecnia no las altere. Se supone que a esta hora, en las ciudades y en los pueblos, en las guardias y en las calles, todos están pendientes de la llegada del nuevo año. Todos menos Noelia y su papá, que están enfrascados en una versión de teclado y guitarra de “Canaro en París”.

Juan Sinkunas, camisa abierta, lentes en la frente, la guitarra levantada y apenas apoyada en su muslo derecho, responde con una afirmación de cabeza casi imperceptible cuando su hijo Rodrigo les dice que ya son las doce. Noelia no levanta la vista. Luego de unos segundos sólo atina a contestar a su hermano con un distraído “Ya va”, mientras sus manos se acercan y se alejan sobre el teclado como en este momento lo hacen las copas en todo el país. Ninguno deja de tocar. El tiempo pasa. “¡Son las doce!”, repite Rodrigo, que también toca piano y guitarra y ya sabe que en esta casa la música no para.

Juan se da vuelta y se pone casi de frente a Noelia. Se encierran aún más en sí mismos para encarar el final vertiginoso y enrevesado de este tango que está por cumplir cien años. Lo alcanzan. Entonces sonríen. Volvieron de donde sea que hayan estado en estos minutos en los que la música se apropió de ellos. Ya son las doce pasadas. En el resto de los hogares debe estar sonando un compilado de canciones de Gilda en Spotify. Acá recién es la hora de brindar.

Noelia Sinkunas presentará Unión y perseverancia el viernes 21 de marzo, en Galpón B, Cochabamba 2536. A las 21.