“Hemos perdido todo, la casa, los corrales, todo, ceniza son”. La frase pronunciada por un vecino del paraje rural Mallín Ahogado del municipio El Bolsón -Río Negro- se reproduce a la velocidad del viento entre los habitantes de la Comarca Andina. “Estábamos durmiendo la siesta y cuando me despierto, veo el fuego por una ventana, ahí nomás le dije a mi mujer; ´hay que evacuar´. Nos fuimos con lo puesto”, describe otro vecino que perdió su casa. “Yo estaba trabajando al mediodía cuando escuché la sirena y al ver el humo, me di cuenta que ¡tenía que salir ya!”, cuenta otro damnificado por los incendios que desde enero azotan la región.
En las chacras de Mallín Ahogado, desde donde crece el fuego azuzado por los fuertes vientos y la sequedad del ambiente, el infierno se esparce. Este viernes, las ráfagas de 80 kilómetros por hora llevaron las llamas hasta la entrada norte de la ciudad, el camino que conecta El Bolsón con Bariloche.
Nada alcanza, describen quienes enfrentan al fuego, aliados a los bomberos voluntarios, los brigadistas, la policía local. Aunque por tercera vez en una semana detuvieron a brigadistas y voluntarios, sin pruebas de ser provocadores de incendios, la sospecha no amordaza el ánimo solidario. La gente de la Comarca da la pelea contra el fuego y “contra los intereses que pretenden desalojarnos de acá”, afirman.
En alerta
En la estación de servicio Vicente carga nafta. Vive en un barrio en las afueras de El Bolsón y explica: “Estoy a minutos de evacuarme, tengo todo en el Fitito. El fuego está a diez cuadras de mi casa porque el viento del norte viene soplando para este lado y lleva el fuego para el lado de mi casa toda de madera -se angustia-, pero tengo esperanza de que no llegue porque otra parte del viento va hacia el Piltriquitrón. El fuego nunca estuvo tan cerca de la ciudad”.
En un pequeño aserradero, Fabián relata que él y su esposa ya perdieron todo, "ahora estamos viviendo precariamente en una casa prestada y parece que tenemos que evacuar también acá. Cuando habíamos recuperado un poco la calma, otra vez a salir, es un infierno”. Lo dice mientras guarda los gatos en sus jaulas para subirlos al auto y lamenta no haber podido siquiera tomar un café en la maquinita que compró por la mañana. Él y Bárbara, su mujer, que tenían dos cabañas en Mallin, ya lo perdieron todo. Ahora se ilusionan con estar algunas horas más en esta casa prestada. Les preocupa además, darle el alerta al dueño de esa casa “que está arriba, combatiendo el fuego”.
Así se vive este incendio forestal que ya consumió más de 200 casas en Mallin Ahogado y 76 en Epuyén. Además de llevarse la vida de Don Reyes, un poblador de Mallin que no quiso dejar su hogar.
Manuel perdió el 90 por ciento de su casa, sus panales de avejas y su taller de luthier. “Alrededor de mi casa quedaron los frutales quemados, los frambuesales, los tractores, los motocultivadores, los apiarios, las flores donde esas abejas pecoreaban, las frutas a punto de ser cosechadas… todo cenizas”, cuenta : "Me salvé de milagro". Mantiene el ánimo solidario y decidido. Y como muchos, comanda grupos de voluntarios que resisten al fuego. “Estamos juntando mangueras para el vecino que ya encontró 40 ovejas, no quiere encontrar a sus vacas por miedo a que estén quemadas”, comparte.
Las mangueras son esenciales, como el agua. Un maestro cuenta que una bicicletería que estaba cerrada “abrió para darnos las cámaras para parchar las mangueras, un montón dio”. También “subieron” 80 viandas, un cajón de fruta que donó un centro de salud y aceite para las motosierras. Otro poblador desliza: “Encima cuando subís llevando combustible para las motosierras, no sabes si te van a iniciar una causa”.
La desolación
“Nosotros ya teníamos en mente que esto podía suceder porque en esta época siempre pasa” cuenta Fabián a Página/12, mientras su esposa Bárbara, nacida en Milán, busca fotos de “lo que fue” su cabaña de alquiler al borde del río Azul, pintoresca y con mucho reciclado. “Pero el fuego avanzaba a una velocidad descontrolada –repasa Fabián-, apenas nos dio tiempo para salvar a los cuatro perros, los tres gatos y nos fuimos en los dos vehículos, viendo las llamas atrás. Yo salí sin medias, lo que llevo puesto me lo regalaron estos días. Y cuando al día siguiente volví, ya no había nada, solo cenizas”.
“Es un desgarro tremendo” agrega Bárbara. Solo quedan en pie las estructuras de cemento de la cocina y los baños, y parte del galpón. La cocina que trajeron de Italia “es un montón de hierro retorcido”. “Una desolación, pero no me permito sufrir –explica Fabián- para mantenerme lucido porque sino, no funciono”. Y asegura que esta situación expresa intereses diversos, “sobre todo inmobiliarios”, aunque en su caso “no van a conseguir que les venda el terreno por dos pesos, mientras pueda, voy a resistir”.
Sobre esa desolación, algunos de los que perdieron todo en los primeros fuegos, ya comienzan a levantar los postes quemados para reutilizarlos. Como Noa –“una persona transgénero, nacido en Patagonia”, así se presenta- quien perdió su casa en el incendio de fines de enero en Epuyén. “Ahora vivo de prestado, en cada casa de amigas”.
La casa de Noa era de madera. “Solo quedaron unos fierros de la cama, las ollas y los cubiertos, la parte de una motosierra derretida, el vidrio derretido, eso nomás eran los restos de mi casa. Los frutales quemados, las manzanas colgando de los arboles quemadas también, todo ceniza…”, enumera con angustia.
Salir corriendo
Noa estaba trabajando en su casa, la quería a ampliar, cuando escuchó la sirena. “No le di mucha bola pero salí y ahí veo una columna gigantesca de humo a cien metros en línea recta. Empecé a mirar qué agarrar y la veo a mi mamá que había ido hacia donde empezó el fuego y salió entre las llamas para venir a buscarme. Salió con el auto por un callejón que tenía fuego por los dos lados”.
“En su auto cargué un par de cosas y la gata, tuve menos de diez minutos para salir antes de que llegue el fuego. Agarré la garrafa para que no explote, por si había gente trabajando cerca, mi guitarra, una mochila y una bolsa de dormir” recuerda Noa. “Y lo fui a buscar a mi vecino –agrega-, un hombre de 85 años que se quería quedar. Yo me tuve que ir porque mi mamá estaba muy mal. Era un día de mucho viento arremolinado y ella había salido de entre las llamas, sabía lo que se venía y quería irse ya… así que empecé a llamar al hijo de este vecino que por suerte ya lo estaba yendo a buscar”.
“Con mi mamá –describe Noa- nos fuimos a su casa, a 6 kilómetros de la mía. Pero a los 10 minutos nos avisa la policía que nos teníamos que ir también de ahí porque iba el fuego para ese lado, y salimos corriendo de nuevo. Solo pudimos volver a buscar a los perros”.
La chacra de los padres de Noa “es fruto de 30 años de laburo y de cuidar el bosque nativo, y tenía dos casas. Se quemaron por completo. Pero lo loco es que los cultivos quedaron en pie: un símbolo. Son espacios que uno riega, les tira el agua todo el tiempo, son limpios de vegetación alrededor, la huerta que hice con mi papá y el frambuesal que está ahí hace muchos años, es lo único que se salvó y quedó verde".
La red comunitaria
“Lo de mi casa fue una defensa de primer ataque –detalla Manuel-, con amigos, parientes, los chicos nacidos y criados acá que conocen la chacra, yo había preparado un equipo de primer ataque con la Pelopincho y los elementos que nos dejó el SPLIF (Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales, de Río Negro), lo dejaron los brigadistas y estaba preparado, al lado de la casa, porque sabíamos que iba a pasar”.
La red de apoyo es la base. “Eso me sostiene –apunta Manuel-, también los pajaritos, los teros, las bandurrias que vienen al verde que quedó alrededor de la casa”, en el corazón de la chacra Arco Iris, su lugar en el mundo. “Llegue en el 2008, mi compañera es nacida y criada en esta tierra” repasa. Aquí todos lo conocen aunque su vecino más cercano está a un kilómetro. Aquí “tenía mi apiario” y todavía hay una huerta de habas, papa, tomate, lechuga. “Tenemos una potranca, hay gallinas y tenemos huevos, lo que una huerta familiar produce en la cordillera”.
Manuel cuida el entorno sano “y este fuego no me mató de casualidad”, afirma mientras organiza un pedido de agua a los bomberos. Hoy, ante “el abandono del Estado, estoy donde hay que estar” razona, ya que el área natural Río Azul-Lago Escondido es una de las 14 de ese tipo en Río Negro. El área abarca 65.000 hectáreas y sólo tiene seis guardias ambientales. “Esto trae consecuencias nefastas, es como querer atar un elefante con un hilo de coser” puntualiza Manuel, quien vive en esta zona de casas en medio del bosque, por lo que el equipo de primer ataque preventivo, está a la mano. Y lamenta: “Con el aumento desmedido del turismo, esta catástrofe era previsible”.
La reconstrucción
Noa expresa fortaleza, se reconstruye sobre el drama y detalla: “Sobre el piso caliente estás caminando y cortando el palo quemado y entre las cenizas haces el pozo para enterrarlo y levantar la casa de nuevo. Lo estoy haciendo gracias a la solidaridad de la gente, familia, amigos y la comunidad LGBT que me sostiene. El Estado aun no me dio nada, va a llegar ayuda en algún momento, pero hasta ahora todo es autogestión y estoy agradecido por el acompañamiento para empezar la reconstrucción porque emocionalmente no es fácil, y mentalmente tampoco. Es todo un horror porque al fuego lo prenden dos personas, pero se frena con el apoyo de la comunidad: el que no apaga un foco, hace viandas para el que está arriba, otros colectan materiales de construcción, ropa, comida, agua, dan contención y cuidado a las personas afectadas, o da atención veterinaria a los animales quemados. Otros ayudan a construir. Toda la sociedad de la Comarca se puso a disposición, y eso es maravilloso. La gente otorga lo mejor de sí y no porque el municipio lo diga”.
“Hoy toda la disidencia de la Comarca está apagando fuegos -afirma Noa- y cocinando para toda la sociedad, porque entendemos las situaciones de vulnerabilidad y sabemos acompañar esos momentos, porque así sobrevivimos, resistimos, preexistimos y seguiremos estando. En este momento político nacional es importante resaltarlo, por todo lo que se viene diciendo acerca de nosotres”.
Intereses enfrentados
Las causas de estos incendios son múltiples. Al calentamiento global se suma la ausencia del Estado para proteger al bosque y la vida de las personas. La Nación desestima las políticas ambientales y las provincias no pueden financiarlas. Quienes habitan la Comarca sostienen que este año, además, el foco del mal llegó con el turismo desmedido, junto con los intereses inmobiliarios. “La angurria” de las corporaciones inmobiliarias que aspiran a quedarse con espacios verdes para sus emprendimientos.
“No veo a Joe Lewis en estos inicios del fuego”, apresura a marcar un lugareño, al bajar "de la espalda del cerro Saturnino” donde estaba haciendo “guardia de cenizas”. "Pero todos sabemos que las patotas que meten miedo son de (Bruno) Pogliano” acusa, refiriéndose al intendente. Y agrega: “Además hay un liberalismo insólito y suicida, algunos son capaces de meter mil personas haciendo senderismo en este caos”. Los últimos 40 fueron evacuados rodeados por el fuego y tardaron 5 largas horas en bajar.
Las acusaciones de “terrorismo” se combinan con la delación entre vecinos. “Una guerra de pobres contra pobres” custodiada por “la línea de Bullrich y Milei”, para quienes “los problemas se resuelven metiendo gente en cana”, asegura otro poblador. Y Fabián que perdió todo allí, en Mallín Ahogado agrega: "lo que quieren es echarnos de acá". Luego completa: “Nosotros teníamos una cabaña hecha de fardos con techo vivo, con mucha onda y mucho amor como mucha gente que de acá, eso es lo que te mantiene en pie y es lo que quieren destruir: la idiosincrasia del lugar. Quieren que la gente se disgregue y se vaya. Pero no lo van a lograr”.