A poco más de una semana de la marcha antifascista y antirracista, Milei acusó recibo de la masividad de la protesta. La reacción del presidente fue un predecible llorisqueo en una pseudoentrevista armada por una señal de cable socia y cómplice de su gobierno. Entre balbuceos y modismos adolescentes, descalificó la movilización de más de un millón de personas en todo el país e intentó victimizarse diciendo que lo habían sacado de contexto, que lo persiguen, que hay un aparato del odio en su contra.

La movilización del 1° de febrero no fue resultado de la especulación electoral ni por la apertura del calendario de campaña; surgió como respuesta inmediata ante las aberraciones que había pronunciado Milei en su discurso en el Foro de Davos pero, por sobre todo, fue una demostración de hastío de un amplio sector de nuestra sociedad. Su originalidad radicó en su espontaneidad, en su masividad, su pluralidad y en sus definiciones políticas; vino a poner sobre la mesa que lo que está en disputa es algo profundo: el proyecto de sociedad en el que queremos vivir, donde el fascismo y el racismo no tienen cabida.

El fascismo ha sido y es conservador, autoritario y racista. El elemento antifascista y de orgullo LGTBIQ+ de la convocatoria fue rápidamente asimilado por medios de comunicación, que difundieron y/o analizaron el evento, y vastos sectores de la sociedad políticamente organizados, no tanto así el componente antirracista. Sin embargo, comprender la centralidad del antirracismo en las luchas populares es crucial porque el proyecto de los hermanos Milei y compañía no solo atenta contra las minorías. A no equivocarse, el proyecto libertario atenta, fundamentalmente, contra las grandes mayorías racializadas.

Cuando en su discurso Milei dice que Occidente inventó “el capitalismo a base de ahorro, inversión, trabajo, reinversión”, comenzando “un proceso de generación de riqueza nunca antes visto”, niega la agencia histórica y económica de las mayorías populares. En Argentina la riqueza se hizo a base del “ahorro” generado por la hiperexplotación de los afroargentinos a través del trabajo esclavo, de la reducción a la servidumbre y del robo de tierras a los pueblos originarios y de la explotación de las masas obreras. Hoy se nos sigue explotando y la riqueza que generamos no derrama. Como dijo Don Atahualpa Yupanqui, “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.

Cuando Milei se queja de que la “izquierda woke” exige “una cantidad artificialmente infinita de derechos positivos” como a “la educación y la vivienda", muestra su desprecio por los derechos de las mayorías. Porque lo que está diciendo es que no debería existir el derecho a la educación o a la vivienda sino libertad de educarte (si lo podés pagar), libertad de acceder a una vivienda (si la podés pagar). Le faltó decir “Y si no podés pagarte la vida, morite”. 

Cuando Milei elogia el supremacismo blanco de los Trump o Musk (la verdadera casta) al referirse a Occidente como “el pico de la especie humana” y habla de supuestas “hordas de inmigrantes que abusan, violan o matan a ciudadanos europeos”, vuelve a la vieja y conocida antinomia racista de civilización y barbarie. Para Sarmiento la barbarie éramos los indios, los negros y los gauchos. Para Milei también. Los indios, los gauchos, los negros, somos los laburantes que no llegamos a fin de mes, los que nos atendemos en la salud pública, los que defendemos la educación pública, los jubilados a los que nos saca los remedios, los trabajadores organizados que peleamos por salarios dignos, los que sostenemos la economía popular, las cocineras que bancamos la olla, los que por portación de rostro nos mata la policía, los que nos caímos del mapa pero la seguimos remando. En definitiva, todos los que creemos y luchamos por la justicia social.

El desafío que enfrentamos ahora es pasar del adjetivo al verbo, que el antirracismo tome cuerpo, se haga carne, que marque un horizonte político en sí mismo. El desafío es unirnos en la acción con un horizonte común y con protagonismos definidos. No hay transformación sin que los sectores populares y sus liderazgos emergentes sean los protagonistas de la disputa por el futuro. Porque el hambre, la exclusión, la marginación y la muerte tienen color en Argentina. Y si eso no forma parte del debate, si seguimos postergando esa discusión, la seguiremos pateando afuera.

La llegada de Milei al gobierno no fue un accidente ni una anomalía. Es el resultado de décadas de rosca de espaldas al pueblo, de poner gente a dedo, de corrupción, de ajuste, de desigualdad y pactos de élites que profundizaron el saqueo. En ese escenario, la respuesta no puede ser una mera defensa del pasado reciente ni una apelación devocional a la institucionalidad democrática, cuando sabemos que tiene una enorme deuda con las mayorías racializadas.

Es tiempo de hablar de un futuro donde otros no nos marquen el rumbo. Un futuro donde la unidad no sea la excusa para la moderación, sino la plataforma para la radicalidad de lo necesario. Es con el pueblo, para el pueblo, liderado por el pueblo. En criollo, antirracismo es unidad con los negros a la cabeza.