“Era como cuando se habla del cáncer, hermano. Vos ves que por ahí te dicen “la papa”, o “tiene otra cosa”, “algo malo”, pero el cangrejo, mi viejo, no te lo nombra nadie” A contramano de lo que escribiera Roberto Fontanarrosa en “19 de diciembre de 1971”, A muerte (reciente estreno de Apple TV+) suelta “la palabra maldita” a poco de comenzar: angiosarcoma. El diagnóstico de un tumor maligno mesenquimal, cáncer de corazón, bah, será el desencadenante de esta historia que incluye otro test médico en la balanza narrativa. Su contraparte acaba de enterarse que está embarazada. Los siete episodios de la entrega creada por el catalán Dani de la Orden pueden tomarse como una comedia negrísima o una romcom sobre dos almas con pocas chances de amarse o, directamente, de que una de ellas siga respirando.

Raúl (Joan Amargós) recibe el anuncio del doctor como si un rapero hiciera micdrop sobre su lápida. “Estos casos de cáncer cardíaco son extremadamente raros. Todo un desafío”, le dice el médico al sujeto que no bebe ni fuma, y que había ido a hacerse unos estudios por unos leves mareos. Ergo, el protagonista se verá obligado a revisar su pasado y horizonte cercanísimo antes de la intervención quirúrgica extrema pautada para tres semanas. Dicho sea de paso, la misma tiene un porcentaje de éxito bastante menor que el propuesto por la película 50/50 (Jonathan Levine; 2011), claro referente de la ficción ibérica. Por todo ello, este modelo del tipo aburrido según su novia (con la que termina la relación justo cuando estaban por mudarse juntos) siente que tiene que poner ese músculo enfermo en acción.

¿Qué necesita para despabilarse un trabajador del departamento de recursos humanos de un concesionario de autos? Alguien como Marta (Verónica Echegui). Una ex compañera de la secundaria, ácida creativa publicitaria, fóbica al compromiso y al filo del estereotipo de la “Manic Pixie Dream Girl”. No responde ciento por ciento al clisé de la chica rarita y querible porque es egocéntrica más que excéntrica, y tampoco está muy dispuesta a ayudar a Raúl. No es la alegría de vivir, ciertamente, sino una treintañera cuya estantería comienza a tambalear con la noticia de un feto en su vientre. “Yo soy esta mierda y tú la buena persona”, le dirá en algún momento consciente de que están en un momento bisagra. Raúl se hará pasar por el futuro padre de la criatura frente a la familia de Marta y, pequeño detalle, no le contará nada a ella sobre su historial clínico.

Como una versión barcelonísima de Love, por debajo de su carcaza argumental, la propuesta desarrolla las dificultades para encarar la monogamia o algún tipo de vínculo real entre los sub35. Y lo hace con una narrativa que se aleja tenuemente de la tradición. Sencilla y realista desde su puesta en escena, las mayores osadías pasan por su revisión de los paradigmas del género. El meet cute, por ejemplo, será en un velorio atestado de humor negro. “En las películas americanas en los velorios no paran de comer y aquí ni un puto Ferrero Rocher”, dirá el mejor amigo de Raúl (Cristian Valencia).

 Vaya aquí una mención para este auténtico roba escenas de la ficción y que parece querer vivir dentro de una. Como cuando decide pelarse porque así lo hacen en Instagram, aunque el protagonista no tenga ni la opción de hacerse quimio. Así y todo, el sujeto para quien jugar a la Super Nintendo es un planazo y la mujer que odia los Baby Shower podrían ser sus respectivas medias naranjas. A muerte, entonces, invita a repensar el existencialismo y compromiso para la generación que se niega a esto último.