La psicoanalista Elizabeth Barral se pregunta por la cuestión del nombre estableciendo un recorrido personal que articula la escritura de Joyce y la lectura de Lacan sobre eso. Autora de ¿Qué hay en un nombre? La función del nombre propio en la obra de Joyce y en la teoría de Lacan (Editorial Letra Viva), Barral no llegó a Joyce para hacer este trabajo. Tiene una relación con la escritura desde hace mucho tiempo. Y participó de un taller en el que psicoanalistas leían autores literarios. "Y en ese trayecto leímos algunas cosas de Joyce, pero un poco motivados por el hecho de que Lacan se había dedicado a Joyce. Pero yo no había trabajado el Seminario 23 cuando empecé a leer a Joyce. Fue en conjunto", señala. Una vez que decidió meterse con esa parte de la obra de Lacan, empezó a estudiar a Joyce, leyó parte importante de su obra, el Ulises, pero su interés por la literatura estaba de antes; incluso, había escrito sobre Proust, hace varios años. "O sea que esto de escribir sobre un escritor ya estaba en mí", comenta la especialista.
-¿Y cómo nació la idea de este libro?
-A mí me gusta escribir, y un poco creo que nació cuando empecé a encontrar en la obra de Joyce algunos puntos que me parecían que respondían, de alguna manera, o daban cuenta de temáticas o preocupaciones que tenemos en el psicoanálisis, en relación al lenguaje, con el trabajo que hace Joyce con el lenguaje. Lo primero que diría que me llamó la atención de Joyce fue el tema de la epifanía. Pero eso también tiene un antecedente en Proust, porque mi primer encuentro con la cuestión epifánica fue con Proust. Y me lo volví a encontrar en Joyce. Otra cosa que me pasó que también tiene que ver con el interés en este libro fue que leyendo el Ulises encontré en la obra esta pregunta por la cuestión del nombre, otro tema que venía siendo de mi interés en mi formación psicoanalítica, como la temática del nombre del padre. Y encontré en el Ulises esta relación que que se establece entre en ese episodio del Ulises, donde él aborda el misterio de la paternidad y se pregunta qué hay en un nombre. Entonces, fue como un encuentro con Joyce en puntos de interés que yo tenía: la cuestión del nombre, la cuestión del nombre del padre, la pregunta que circuló mucho en relación a Joyce por su relación al padre, la famosa carencia del padre de la que habla Lacan. Y me empezaron a dar ganas de hacer una lectura propia de ciertas formulaciones que en el ámbito psicoanalítico circulaban como saberes ya establecidos. Y otra cosa que es importante agregar es que no me gusta el abordaje que se hace de Joyce en particular.
-¿Se refiere a que el psicoanálisis siempre suele pensar a Joyce como un psicótico?
-Claro, exactamente, o pensarlo desde un diagnóstico o hablar de la psicosis y traer la literatura de Joyce o preguntarse por la subjetividad del autor, en lugar de indagar lo que hay en la obra. Esto es otro antecedente que tenía yo en mi manera de abordar a los escritores: la verdad que poco me importaba la vida personal del escritor. Siempre me importaron mucho más los artificios de escritura, lo que hacen con la escritura. Es verdad que Joyce mismo entrama su vida en la obra. Eso sí está entramado. Entonces, inevitablemente tenés ahí algunas cosas, pero creo que hay una lectura en el ámbito del psicoanálisis que yo no comparto.
-¿Un poco el trabajo fue poner en relación el texto de Joyce y Lacan? No es un trabajo sobre una mirada lacaniana sobre Joyce, ¿no?
-Exactamente. Incluso hay una frase en el libro que un colega que lo leyó me dijo que quizás como un subtítulo hubiera estado mejor que el que le puse. Yo le puse "La función de nombre propio en la obra de Joyce y en la teoría de Lacan". Él me planteó que hay una frase en el libro que yo escribí que dice "Lo que aprendí con Joyce leyendo a Lacan". Justamente, no es un libro sobre Joyce, es un libro donde Joyce me acompaña a indagar cuestiones de la escritura, de la letra, de estas formaciones que él hace con el lenguaje. Y otras cosas que después encontré en la obra, un montón de sorpresas.
-¿Leer a Joyce le permitió interrogar a Lacan desde una nueva mirada?
-Sí, totalmente. Por ejemplo, respecto de esa famosa paliza que circula en el ámbito del psicoanálisis, de la que se ha postulado y lo dice un poco Lacan así: que Joyce "desprende su cuerpo como la piel de una fruta madura". Leyendo ese episodio en el contexto de la novela, uno ve que ahí un poco Lacan pecó de apresuramiento, o hizo su su lectura para hacer una puesta de él, pero sí me permitió mucho interrogar a Lacan. Esa es cuestión crítica y otra porque lo leí a Lacan de otro modo, preguntándome un poco , indagando las cosas que decía Lacan y pudiendo cuestionar. Digo leer en el buen sentido, que es un poco lo que me enseña Joyce. Joyce te enseña a leer descifrando, porque como no hay una comprensión inmediata de lo que él escribe, te enseña a leer, a descifrar. Y eso me sirvió para leer a Lacan también.
-En relación con lo que venimos hablando, ¿cambió en algo su mirada sobre el psicoanálisis lacaniano tras este exhaustivo trabajo?
-Yo diría que me hizo un poco más hereje (risas). Me hizo un poco más hereje que es algo que Lacan dice a partir de Joyce. Y me parece que la valentía del trabajo enorme que hace Joyce con la literatura y a lo que se anima, creo que me animó a mí también a ser un poco más hereje respecto al psicoanálisis. Y también al hacer una lectura propia o personal de Joyce y también de Lacan, creo que cambió mi posición. Sí.
-¿Cree que cree que se puede resignificar el seminario de Lacan sobre Joyce en esta época?
-Es un seminario que ha hecho correr ríos de tinta, digamos. Es uno de los más complejos de Lacan porque hay una torsión en esta puesta topológica de lectura que hace él. Y hay divisoria de aguas en el ámbito del psicoanálisis, en la manera de leer ese seminario. Esa pregunta no sé contestarla. Lo que me sirve más es leerla en el contexto de la obra de Lacan, no leerla como punto de partida. Hay muchos psicoanalistas que la leen como un punto de partida. En ese sentido, para muchos creo que sí ha resignificado el psicoanálisis. Incluso, hay desarrollos sobre el nudo, donde se lee la clínica de otro modo. Eso no me pasó a mí.
-¿Se podía decir que la primera parte del libro y la segunda son abordajes diferentes desde lo conceptual?
-Si tuviéramos que ser esquemáticos te diría que la primera parte del libro es sobre el nombre y la segunda parte es sobre el objeto. Uno podría decir que la primera parte es sobre el significante y el nombre, aunque yo llego a la cuestión de la topología nodal, y la segunda parte sí creo que está más marcada por algo que descubrí en la obra de Joyce: el trabajo que hace con la voz. Y en el abordaje que hago ahí de la voz trabajo más en profundidad el tema de la fonación. Están conectadas, claramente, no podría ser una sin la otra, pero sí creo que son distintas. Incluso, mi escritura es distinta. Eso lo digo en el libro.
-¿Por qué el tema del nombre atraviesa su interés desde hace mucho, como decía hace un rato?
-Es un tema que creo que nos toca a todos. No es cualquier cosa el nombre, ¿no? Nos toca a todos. El nombre siempre nos toca en el sentido de que no lo elegimos. Nos toca el nombre que nos pusieron y evidentemente encarna algo que, como digo en el libro, es el enraizamiento del sujeto. No es un dato menor. Incluso vuelvo al trabajo sobre Proust, que ya me había llamado la atención porque Proust también, de alguna manera, se mete con el tema del nombre. Hay ahí algunas cosas para leer en los nombres que crea, que inventa. Después hay otra cosa, que lo digo en el libro: la enseñanza de Norberto Rabinovich me marcó como psicoanalista. El encuentro con él y con su manera de leer psicoanálisis me marcó y su temática, su leitmotiv es el nombre del padre. Y creo que eso se encontró con algo que estaba en mí porque podría decir un montón de cosas personales mías por las cuales entiendo que había algo de eso que me indagaba, que me tocaba.
-¿Y qué encarna el nombre? ¿Qué encarna la importancia del nombre?
-En principio, el título del libro es "¿Qué hay en un nombre?", como para abrir precisamente esa pregunta. Es un poco amplia la respuesta, obviamente, para eso está todo el desarrollo del libro, pero podríamos decir que no alcanza con el nombre que nos han dado, ¿no? Y cuando yo decía que encarna el enraizamiento del sujeto, todo el trabajo que hago sobre el nombre es para mostrar qué relación hay entre el nombre propio y el nacimiento del sujeto del inconsciente. Más allá de la persona, la importancia que tiene el nombre en la fundación del sujeto. Algo que está desarrollado en el libro es que los nombres propios tienen en la lengua un tratamiento especial, lo cual habilita la pregunta: ¿qué hay en un nombre que ese significante de la lengua sea tratado de un modo particular? Y lo que desarrollo en el libro es que el nombre está íntimamente ligado a la letra y a la escritura. Tiene algo de la marca fundante de un sujeto.
-En ese sentido, ¿qué le permitió la escritura a Joyce?
-En principio, era algo que le era absolutamente necesario. En eso coincido con Lacan en llamarlo síntoma porque le es necesaria la escritura. Un recorrido del libro es que lo que encontré en la escritura es cómo trata la palabra hablada con escritura para deshacer los efectos parasitarios que tiene la palabra sobre nosotros. Creo que eso le permito la escritura: deshacer el efecto parasitario del lenguaje sobre él, lo cual no es un dato para nada menor. Para nada menor.
-Se puede decir, entonces, que hay en Joyce la marca de un nombre, ¿no?
Sí, sí, claramente. Y, además, que él logró que su nombre marque, que él haga con su nombre una marca en el campo del otro y en la cultura, en la literatura. La escritura le permitió hacerse un nombre. Su nombre marcó; en realidad, su escritura marca el campo del otro, de la cultura, de la literatura, de la lengua. Y eso hace que el nombre de Joyce marque, se haga un tajo, como digo yo ahí, tanto en la literatura como en la lengua.