Tres veces se bajó la llave de la silla electrica en las cuatro fechas que van del Torneo Apertura. Y otros tantos directores técnicos fueron despedidos. Por los malos resultados, Marcelo Méndez en Gimnasia y Esgrima La Plata, Walter Erviti en Belgrano de Córdoba y Facundo Sava en Atlético Tucuman fueron empujados de sus cargos por los mismos dirigentes que antes les dieron el tiempo que ahora les negaron del peor modo. Los tres ya tienen reemplazantes: Diego Flores dirigirá en Gimnasia y Ricardo Zielinski y Lucas Pusineri volverán a Belgrano y Atlético, respectivamente  

Desde que a mediados de los años 80, el resultadismo más exaltado se hizo una mala costumbre del fútbol argentino, la impaciencia y en ciertos casos la desesperación por los rendimientos no deseados son cada vez mayores. Pero en los últimos tiempos se han visto potenciadas por la presión constante que los hinchas ejercen desde las redes sociales y por la multiplicación de los partidos que se juegan cada tres o cuatro días. Antes, los hinchas expresaban su disgusto sólo los domingos en las canchas y apenas un pùñado de los más fanáticos llegaba a las sedes durante la semana para ejercer su derecho a la protesta.

Ahora es muy diferente: además de hacerse sentir con las silbatinas y los estribillos en los estadios, los hinchas, interconectados todo el día y todos los días a traves de las redes, se organizan y se quejan a cada momento. El cada más breve intervalo entre partido y partido se transforma así en un tormento para los dirigentes expuestos a los insultos y señalamientos de una generación de hinchas tan fervorosa y apasionada como impaciente cuando no se cumple con el único proyecto posible en el fútbol argentino: ganar el próximo partido.

Cuatro fechas disputadas en apenas quince días parecen un lapso demasiado breve como para medir el destino de un equipo. O la calidad del trabajo y el compromiso de un cuerpo técnico. Mucho más cuando los planteles se arman y desarman cada seis meses. Pero no hay pretexto que valga cuando la pelota no entra. Nadie quiere esperar nada, truena el escarmiento en las tribunas, las redes y en ciertas terminales periodísticas y se activa entonces el protocolo para que la silla eléctrica ejecute la próxima condena. El ambiente se torna irrespirable y el fusible salta si o si. Mucho más, si como le sucedió a Erviti en Belgrano, es un técnico resistido por la gente que, desde el mismo comienzo del torneo, hizo todo lo posible para sacárselo de encima como un cuerpo extraño que no debía estar en el sitio que estaba.

El resultadismo extremo ha provocado daños irreparables en el fútbol argentino. Los dirigentes y los hinchas están convencidos hace rato de que ganar es lo único que importa y sobre la base de esa creencia es que se crean los climas y se toman las decisiones. Como no hay tiempo de parar una pelota que rueda cada vez más acelerada, sólo queda sentarse y esperar el nombre de la próxima víctima. No falta tanto. Ser director técnico es un oficio cada vez más ingrato e inestable cuando se piensa de esa manera.