Los 12 collages que Rosana Schoijett (Buenos Aires, 1969) exhibe en Malba Puertos, forman parte de la exposición Ensayos naturales -con curaduría de Alejandra Aguado-, donde dialogan con 12 grandes piezas de la instalación pictórica Argentina (paisajes), de Mondongo. Ambos conjuntos están montados como anverso y reverso de evocaciones y construcciones ficcionales posibles sobre la naturaleza.

Los collages de Schoijett se componen de recortes de libros y publicaciones sobre pintura, naturaleza y moda, que en lugar de estar pegados, fueron cosidos capa sobre capa, hasta conformar una compleja trama de formas, citas, colores y sentidos imbricados.

En la presentación de la muestra, se cita al filósofo italiano, Emanuele Coccia -discípulo de Giorgio Agamben- quien caracteriza a las plantas como "divinidades inhumanas y materiales, titanes domésticos que no tienen necesidad de violencia para fundar nuevos mundos”.

En este mismo sendero, el propio Agamben, al final de su libro autobiográfico Autorretrato en el estudio, escribe: “Si ahora tuviera que decir en qué he depositado por fin mis esperanzas y mi fe, sólo podría confesar a media voz: no en el cielo, sino en la hierba. En la hierba, en todas sus formas…”, porque “en la hierba están todos aquellos a los que amé. Por la hierba y en la hierba y como la hierba, he vivido y viviré”.

Esta toma de partido por lo vegetal es el núcleo incandescente de la obra de Schoijett, en una compleja simbiosis con los humano, para reflexionar poéticamente sobre los ciclos de la vida y de la muerte.

Tres de los collages son retablos -realizados en 2014- y los nueve restantes son piezas hechas especialmente para esta exposición, que componen relatos en clave y configuran una suerte de espectro cromático.

Página12 conversó con la artista:

-¿Qué relación hay entre tu obra fotográfica y estos collages?

-Al trabajar a partir de algo de lo real pre-existente, puede haber cierta relación entre el acto de fotografiar y el del collage. Uno hace una toma directa, un recorte del mundo, convirtiéndolo en imagen. Y en el collage se recortan las publicaciones ilustradas que también forman parte del paisaje del mundo. Hay una cita de Rebecca Solnit -Una guía sobre el arte de perderse-, que puede pensarse en este mismo sentido: “Para mí la escritura de ensayos es como la fotografía: las dos plantean el mismo desafío de encontrar su forma y su estructura en aquello que ya existe y las mismas responsabilidades éticas de cara al tema”.

-¿Cómo surgió la idea de trabajar algunos de tus primeros collages a partir de la estructura del retablo?

-El formato retablo me gusta mucho como dispositivo narrativo. Los primeros que hice, eran de formato simple. Pero al estar descolgándolos a cada rato para mostrarlos, se me ocurrió que la costura pudiera quedar a la vista por detrás. Los retablos no solo permiten ver el dorso sino que las imágenes estáticas ofrecen una narración que se desarrolla. Por otra parte, cuando uno mueve los laterales para abrir y cerrar el retablo, me hace acordar a dar vuelta las páginas de un libro o una revista, que cuando hay una relación entre diseño e imagen, uno da vuelta la página y se encuentra con otro universo. Ese diálogo de un lado y del otro, esa interacción y dinamismo, siempre me fascinó. Entonces hay un poco de todo eso, combinado. En el caso de las perforaciones de algunos de los impresos incluidos en las obras, la luz atraviesa la superficie y se genera una tercera posibilidad que es la proyección del calado en la pared.

-Elegiste coser en lugar de pegar los recortes. Y las costuras se ven poco, o en el reverso. Hay una suerte de trama oculta.

-Mientras realizaba las obras y cosía los recortes pensaba en las raíces de los árboles o en las costuras de los vestidos. Son tramas que sostienen la imagen pero que permanecen generalmente invisibles. El haber elegido coser en lugar de pegar me generó dudas respecto de si estas obras podrían llamarse collages, porque la palabra implica que está ‘pegado’, pero como la técnica del collage también se usa en sentido ampliado para la música y la literatura, pienso que se pueden seguir llamando “collages”.

-Son obras donde se recupera el valor de lo manual, un poco a contrapelo de la época.

-Antes, cuando empecé, la fotografía era manual, artesanal. Venían las latas de treinta metros de película, que fraccionaba en el cuarto oscuro para armar los rollitos. Salía a tomar fotos, retiraba el rollo, copiaba las fotos, hacía las tiras de prueba, los exponía con distinta luz y después, al hacer la copia se podía variar la luz. Después había que apantallar y tapar. Cuando aparece la imagen de la foto revelada artesanalmente, siempre es mágico. Es un placer casi perdido. Todo ese trabajo manual, cuando se digitaliza, se pierde. Ahora, en cambio, se trata de mirar por el agujerito, para después editar en la computadora. Estos collages fueron un redescubrimiento del trabajo con las manos.

-El trabajo minucioso en cada una de estas obras supone una práctica casi reivindicatoria de la lentitud. Y en este sentido, hay un anacronismo respecto de estos tiempos veloces y ansiosos.

-La lentitud de la realización se volvió meditativa para mí y también terapéutica. Los cortes, recortes y costuras me hicieron pensar en algo quirúrgico y sanador, como de enmienda de tejidos.


-Hay un uso de elementos que provienen de lo religioso, pero por fuera de la religiosidad. También se alude a cierta mitología y a metamorfosis entre los vegetal y lo humano.

-Para mi resuena la idea de las imágenes propiciatorias, a las que se les piden cosas, como pasa en las creencias populares respecto de las estampitas: la gente hablándoles a las estampitas, tocándolas. Algo de eso se fue colando en estas obras y lo fui teniendo en cuenta, al punto que yo misma le iba pidiendo cosas a la imagen.

Si los primeros trabajos tienen que ver con la gestación y con la posibilidad de crear campos fértiles; los más reciente tienen que ver con los procesos de duelo, tanto personales -como cuando se pierde a alguien muy amado-, como en términos sociales, como por ejemplo lo que esta pasando ahora, con quienes de pronto pierden sus casas por los incendios de la Patagonia.

Las mutaciones y transformaciones entre lo humano y lo vegetal o las plantas que se regeneran, funcionan como el pasaje de la muerte a la vida.

* En Malba Puertos, Alisal 160, Bahía, Puertos, Escobar. De martes a domingos, de 12 a 19 (lunes cerrado), con entrada libre y gratuita. Sigue hasta el 9 de marzo.