La imagen dio la vuelta al mundo, y no podía ser de otra manera. Hacía apenas dos años que Bill Wyman había renunciado a la banda, pero de pronto The Rolling Stones eran cinco otra vez. Allí estaban Keith Richards, Charlie Watts, Mick Jagger y Ron Wood. Y en el medio, el único sonriente, en su salsa, un inopinado Quinto Stone de traje amarillo patito: Carlos Saúl Menem. La escena tuvo lugar el 10 de febrero de 1995 en la Quinta de Olivos: una de tantas razones para fundamentar la clásica frase Argentina, no podrías entenderlo.

Más allá del protocolo para visitas ilustres, ¿qué llevó a comportarse como estrella de rock al mismo Presidente que dos años y medio antes tachaba de "forajidos" a otros músicos que también llenaron River, al punto de amenazar con una prohibición? Los Guns N'Roses podían venir generando escandaletes que se sumaban a la campaña sucia emprendida por Crónica, Mauro Viale y Samuel Gelblung -la bandera quemada, las botas con mierda y otros inventos-, pero esos ingleses llevaban décadas portando orgullosos el mote de Sus Majestades Satánicas. Pero el riojano estaba buscando su reelección, y Juan Bautista Yofre, asesor con rango de Secretario de Estado, le señaló que una foto con los tipos que iban a atestar cinco veces el Monumental era una gran idea. Y de paso le explicó quiénes eran los Stones, porque Menem no había sido precisamente un habitué de Halley en las proyecciones de Let's spend the night together.

La foto, al cabo, fue una más en la galería de famosos con los que Carlo quiso retratarse, de Claudia Schiffer a Michael Jackson. Una anécdota de resonancia planetaria, pero anécdota al fin (bueno, quizás no tanto: tres meses después, el Presidente obtuvo su reelección con el 49,95 por ciento de los votos, frente al escuálido 29 por ciento de José Octavio Bordón y el Frepaso). Pero lo verdaderamente importante sucedió a pocos kilómetros de Olivos, en Figueroa Alcorta y Udaondo. Los días 9, 11, 12, 14 y 16 de febrero, el Voodoo Lounge Tour y su impactante escenario con una "cobra" gigante que disparaba fuego convocaron a 300 mil personas e iniciaron un romance inquebrantable entre la banda y el público argentino que tuvo continuaciones en 1998, 2006 y 2016, quince conciertos sold out. 

Aunque decir que "iniciaron" es inexacto: en realidad lo multiplicaron, lo convirtieron en leyenda. Lo supo Richards el 7 de noviembre de 1992, cuando subió al escenario de Vélez con los X-Pensive Winos y recibió una ráfaga cerrada de amor rolinga ("Mire mire qué locura / Mire mire qué emoción / Esta noche toca Richards y el año que viene tocan los Stones") que lo llevó a porfiarle a sus compañeros que la próxima gira debía atreverse por primera vez al sur del continente americano. Los pesos convertibles de Cavallo-Menem hicieron el resto, pero también el trabajo de Daniel Grinbank, que a esa altura ya había producido suficientes shows de alto octanaje con la eficacia necesaria para que los Stones confiaran en él.

Los buenos resultados de la experiencia garantizaron la continuidad. Tres años después, otro quinteto de shows trajo el plus de Bob Dylan de "telonero" y una versión conjunta de "Like a Rolling Stone". En 2006, la crisis dio para apenas un doblete en River, con esa noche cinematográfica bajo un diluvio. En 2016, el Estadio Unico de La Plata escenificó una deliciosa paradoja: a diferencia de las bandas que se van desgajando con el tiempo, los Stones dieron tres shows demoledores, mejores que aquel debut porteño. Aún más curiosa es la comprobación de lo relativo que a veces resulta el concepto del tiempo. Porque a comienzos de 1995 hubo un suspiro de alivio porque al fin vinieran, porque ya estaban veteranos y quién podía asegurar que hubiera una nueva oportunidad.

¿Veteranos? Quizá de acuerdo al axioma de Pete Townshend ("Prefiero morir antes que volverme viejo"), pero es casi risible comprobar que entonces Jagger y Richards tenían 51 años, y Watts 53 y Wood 47. Veteranos de verdad eran en 2016, y hasta el año pasado seguían girando con sus ocho décadas a cuestas. Ya sin el querido Charlie (que se llevó las mayores ovaciones en River '95, y su cara de incredulidad era un poema), con el mismo Steve Jordan que batió los parches en aquel show de los Winos en Vélez.

Ahí comienzan los enigmas, la sensación de que quizá haya que empezar a hablar de un cierre de la era Stone iniciada hace treinta años. La banda confirmó hace poco que este año no saldrá a la ruta. No había existido ningún anuncio que convirtiera la novedad en una "cancelación de gira", aunque algunos medios lo presentaran así. La leyenda es monolítica y los Stones cantan que "el tiempo está de mi lado", pero la realidad es algo más cruel. Hasta el rolinga más irreductible sufre la ausencia de Charlie Watts. Y el mismo Grinbank explicó en un posteo algo que el público no suele tener tan presente, la burocracia que rodea a la concreción de una gira, que incluye complejas negociaciones con las aseguradoras

En su tour de regreso tras la pandemia, los músicos tenían prohibido salir de sus camarines a deambular por ahí (sí, un ejecutivo de traje se atrevió a prohibirle algo a Sus Majestades Satánicas). Jagger es un atleta, pero el episodio cardíaco sufrido hace algunos años pesa mucho en los seguros de cancelación. Richards parece inmune a todo, cocotero incluido, y se repite una y otra vez el chiste del fin del mundo que deja solo en pie a las cucarachas y a Keef (bueno, y Mirtha), pero acaba de cumplir 81 años. Mal que nos pese, aun con las buenas sensaciones de sus últimos discos de estudio Blue & Lonesome y Hackney Diamonds, aun fantaseando con el pacto fáustico, The Rolling Stones no son eternos. Y a la vez sí, lo son: hace treinta años, el culo del mundo, la cabeza de playa rolinga, pudo comprobarlo en vivo y en directo.