El cuento por su autor

Escribí este cuento hará unos diez años. Lo recordé el año pasado, cuando tuve la desgracia de vivir la muerte súbita de una hermana, menor que yo. Mis mensajes no entraban a su celular y como vivíamos en el mismo edificio, decidí tocar el timbre de su puerta. Al tercer timbrazo sin respuesta un miedo enorme hizo que entrara a su casa con mi llave. La encontré muerta, con la taza del desayuno y su celular tirados en la pileta de la cocina, flotando. Todavía no hace un año. En estos días terribles, de calor y desgobierno, retomé este cuento y traté de reescribirlo como si fuera ella. Era una persona graciosa, observadora e irónica y creo que se hubiera burlado y fijado en todos los detalles posteriores a su muerte. Y desde luego, también le habría sacado el jugo a una reunión nefasta como la del cuento (a la que nunca ella habría ido, porque me mandaba a mí en representación). No hay un lugar donde una esté más aburrida y al pedo, salvo muerta, me dijo una vez.

Aunque el origen del cuento tiene más de una década, supongo que casi todos hablamos de vez en cuando con la parca. No entiendo el pánico que siente alguna gente por Ella. Es lo único que nos pasa en la vida cuando nosotros mismos no estamos presentes. Es lo único que sabemos con certidumbre absoluta que nos va a pasar, es lo único irremediable. La vida puede ser maravillosa y puede ser terrible. Bueno: “Os lo dije”.

Monólogo con la muerte

Ahora que te conozco en serio, me doy cuenta de que el lugar y la ocasión para que te aparecieras tienen mucha importancia. Pero no reparé en eso, no lo pensé, no lo tuve en cuenta. Lo hubiera incluido en mis pedidos durante el monólogo que mantuve con Vos ayer a la tarde. Todavía estoy tan humillada con mi última actividad vital (es un decir), tan sola en aquella reunión, a pesar de haber estado rodeada de personas. Mis últimos sentimientos fueron de vuelo bajo, bastante miserables y poco cristianos. Nada más lejano al amor al prójimo que lo que sobrevolaba esa reunión de anoche. ¡Esos temas, esos enconos personales entre gente que no se conoce! Y me agarraste ahí, donde nadie me quería ni conocía.

¿A Vos te parece?

¿Haber elegido ese lugar y ese momento para llevar a cabo tu faena? Podría haber sido peor, ya sé. Por ejemplo, en la caja de un supermercado. O una mañana, en una sala de Anses, mientras esperaba que apareciera mi turno en una pantalla. En casos como esos por lo menos habría salido en las noticias de la tele, a la noche: “Sexagenaria muere súbitamente en la vía pública”. ¿Pero en una reunión de consorcio? ¿Hay acaso una ocasión menos amable? Esa convocatoria, obligada, entre conocidos pero anónimos, con sus departamentos cercanos, pero ignorados, esa concurrencia medio autómata, desangelada, siempre tensa, desconfiada, aburrida hasta que duele. Un no lugar, como decimos ahora.

Se me escapó pedirte un lugar menos hostil para que llegaras. Una situación más personal, no sé… Tal vez al salir de la bañadera, agarrada al palo de mi escobillón, ya que nunca llegué a poner barrotes ni alfombrita antideslizante. Aunque creo que me equivoco, tampoco el baño hubiera sido un sitio muy digno. No sé… Un incendio por culpa de mi cigarrillo, una resbalada por exceso de alcohol, una copa rota y yo en caída libre por pisar la robe de chambre demasiado larga que me dejó mi tía Amanda. O en una marcha, rodeada de alegría propia y colectiva.

Pero Vos no, te deslizaste, no sé desde dónde, hasta la planta baja.

¿Cómo pudiste ser tan ruin?

Vos, la reina de las sorpresas, podrías haber elegido un encuentro menos deprimente, menos sombrío. Un lugar donde hubiera alguien que me quisiera, que supiera algo de mí, donde yo estuviera maquillada y peinada, y no esa reunión impuesta, de gente envilecida y rencorosa, que no sabe bien por qué, pero por las dudas, está indignada y alberga sentimientos malsanos hacia sus vecinos. ¿Podés creer que eso me siga importando después de varias horas? Espero que se me pase pronto, y que otras cosas más... poéticas... intelectuales o religiosas ocupen mi tiempo, mientras me deshago de mi cuerpo que ya está empezando a resultarme desagradable.

Decidiste una venganza despiadada, una burla. Conmigo, que te había estado hablando de buena manera, sugiriéndote que llegado el momento fueras tajante, cabal, benefactora.

¿Te acordás? Pero claro, Vos sos siempre la que manda. ¿Qué necesidad tenías de embocarme ahí? Para que más tarde, cuando todos fueran llegando a mi departamento, se enteraran de que un viernes a la noche, después de fregar una cacerola toda la tarde, hasta casi sacarme sangre de los dedos, yo estaba sentada en mi banquito en un gélido zaguán, formando parte de una reunión de consorcio.

Debo reconocer que tuviste muy en cuenta mis pedidos. Es cierto. Fuiste fulminante y gracias por eso. Pero pienso: hace apenas tres días yo estaba con los pies en el pasto, frente a un magnífico eucaliptus, oliéndolo, mascando sus hojas mientras veía caer la tarde. ¿No podías aparecer en ese momento? Claro que todavía no te había taladrado con mi monólogo insistente.

Ahora ya es tarde. Ya las dos sabemos todo, pero igual quiero contarles a los lectores.

Recuerdo bien mi conversación con Vos de ayer a la tarde. Fui sincera, pero cómo iba a pensar que con el trabajo incesante que tenés ibas a ser tan eficaz, tan presurosa y diligente.

Creo que te dije exactamente que nunca antes me había pasado algo así, de no poder dejar de hablarte. Estuve insubordinada, tenaz como una matraca. Por eso, te dije que a duras penas pude terminar de leer el diario. Ya sé que lo sabés, pero necesito contárselo a los lectores. Eran como las cuatro de la tarde. Yo estaba sentada en el sillón del living leyendo y de pronto empecé a recorrerlo con la mirada. Mis ojos entraron en la cocina y se detuvieron en la cacerola, pegoteada y con el fondo negro. Recuerdo que pensé: hace un mes que la esquivo y paso de largo, como si no existiera. Yo sabía que hacía rato me esperaba. Me levanté y encaré la cocina. Y fue ahí que me dio por conversarte.

Te recuerdo, porque ahora te conozco y sé que andabas cerca, que empecé a fregar la cacerola con un pedazo de virulana y ahí nomás te pregunté si vendrías directa o solapada. Y te consulté ¿te asomarás apenas por la puerta o la abrirás de golpe?

La cacerola se me resbalaba, se me escurría. Y yo en lugar de aprovechar y abandonarla, dale que dale, con ella y con Vos. Te advertí que no te mostraras si no pensabas ser íntegra, porque mientras yo esté, te dije, el espacio será para mí y cuando lo ocupes Vos yo me habré ido.

Me gustaría que llegaras en invierno, te pedí, un día frío y gris que fuera corto, y me salpiqué con detergente los ojos. No me vengas con ensayos torpes, se me ocurrió decirte, nada de maniobras dilatorias. Por Vos y la cacerola estoy perdiendo la tarde entera, casi te grito, aunque por suerte no dejé de oír en el balcón el canto de una calandria. Bueno, que seas refrescante, te insistí. Eso me gustó, lo de refrescante.

Un ruido leve hizo que volviera al living y vi que habían dejado una nota por debajo de la puerta de entrada. Ya sabés el final. Lo sé, pero igual necesito dejar una constancia. La nota era el aviso de la abyecta reunión de consorcio urgente para las ocho en punto de esa misma tarde.

Volví maldiciendo a la cocina, me arremangué y raspé costras del fondo de la cacerola con un cuchillo. Le quería sacar la parte negra, pero ella resistía. Y otra vez te dije que no me gustabas oscura, que no te insinuaras en cuotas, que irrumpieras luminosa. Nada de anticipos ni señales. Fue ayer, pero me acuerdo como si fuera hoy: te dije quiero que seas brutal, rotunda, sin escalas. Porque si no es así, yo sé que estas palabras serán negadas por mí, desconocidas, cuando otra vez el apego por la vida me embrutezca y me haga decir que no son mías. ¿Te acordás?

Y en un momento me sorprendí cuando escuché que casi te retaba: a ver si me entendés, te grité, yo quiero algo total, completo, reemplazante.

Lo último que recuerdo, ya sentada en la reunión, mientras saludaba con la cabeza esas caras apenas conocidas, es que al rato de estar esas caras se me alejaban casi sonrientes y empezaban, muy de a poco, a resultarme por completo extrañas. Desde mi banquito, aunque no podía dejar de mirar unos zoquetes violetas que no le permitían encajar los dedos en sus ojotas al señor que me quedaba en frente (juraría que era el del 4 C), llegué a balbucearte en voz baja: Conmigo sé medieval, no seas moderna.

Con mis llaves, que era lo único que había llevado a la reunión de consorcio, además del banquito, pudieron abrir la puerta de mi departamento, ver la cocina inmunda, los azulejos salpicados con pedacitos de costras negras de la cacerola, la cacerola escorada flotando en la pileta con agua grasienta, ya fría, la cama sin hacer, todo un desastre, y pedirle al portero que llamara a mi familia para que organizara mi velorio.

Y en mi velorio, que como bien sabés está ocurriendo ahora, tengo que soportar lágrimas del atorrante de mi ex esposo, cuchicheos de los del consorcio, miradas codiciosas de primas que creía amigas. Por acá anda Carola tratando de sacarme un anillo con un poco de jabón blanco. A mi reloj se lo llevó el médico del SAME, lo vi clarito. El del 1 A acaba de decir que yo fui la que vandalicé el ascensor y Eduardo, el plomero de la administración, con quien tomábamos café y conversábamos animadamente, dice que le debo el arreglo de una termocupla desde el año pasado. Nadie se ha preocupado por el nacimiento de mis canas, cuando con apenitas una pasada de tintura lo habrían solucionado. Por suerte se alejan a tomar café bastante seguido, comprobarán que ninguna taza tiene su plato compañero y que el repasador parece un trapo de piso. Es decir que no solo anoche me cagaste, sino que el asunto sigue y Vos ya te fuiste. Te aviso, aunque a Vos no te interesa pero a los lectores supongo que sí, que por ahora no veo ninguna luz. Me siento como si estuviera acostada en el piso del subte y la gente me observara. Muchos alientos se suman y consiguen conformar uno solo, feísimo. Me divierte un poco que no sepan que yo también los observo.

Sé que debo reconciliarme con Vos, si no, estoy lista, porque también sé que esto va para largo. Pero ¿para cuándo la transmutación, la trascendencia? Si esto va a ser eterno, tenerte miedito está más que justificado y me invade el sentimiento de que lo Tuyo fue abuso de confianza.

Por último, reconozco que anoche me hiciste caso, que escuchaste mis pedidos, sobre todo en eso de ser tajante. Pero ahora me siento esperando, como en una escala de aeropuerto.