La alemana Edith Stein (Breslavia, 1891-Auschwitz, 1942) fue una de las mujeres más notables del siglo XX y dejó una huella profunda en la historia de la filosofía moderna: legó una enorme producción escrita -que suma a sus obras filosóficas sus trabajos antropológicos, pedagógicos y espirituales, reunidos en los cinco tomos de sus obras completas-, y recorrió un camino sinuoso en su búsqueda incesante de la verdad, que la llevó del judaísmo al agnosticismo, y de allí al catolicismo. Tras vivir años confinada como monja, fue asesinada en la cámara de gas en Auschwitz, en 1942. Nunca, durante su intensa vida, cejó en su expectativa de conocimiento.

Su historia se revela ahora en toda su dimensión y con una potencia arrolladora en una nueva biografía que le dedica la autora argentina Irene Chikiar Bauer: allanando la complejidad de la teoría y apelando a un lenguaje comprensible, Edith Stein: Judía. Filósofa. Santa reconstruye y documenta el itinerario vital que ubica a Stein desde muy joven como una mujer de una sensibilidad e inteligencia fuera de serie, y estudiosa de sus contemporáneos tras emprender una decidida búsqueda de la verdad y el sentido a la que nunca opuso condiciones ni reparos.

Cuando Edith Stein, la última de once hermanos, nació en Breslau el 12 de octubre de 1891, la familia festejaba el Yom Kippur, la mayor fiesta hebrea, el día de la expiación. Esto hizo que su madre tuviera una especial predilección por la hija más pequeña. La figura de su madre Auguste es vital no sólo en el aspecto autobiográfico sino también como modelo para reflexionar acerca de la cultura judía en una encrucijada entre patriarcado y matriarcado.

En su juventud, Edith estudiaba con tanta dedicación que solo veía a su familia durante las comidas. Por esos mismos años, perdió la fe que profesaba en la niñez y progresivamente dejó de rezar: a los 14 años era atea -lo sería temporariamente-, aunque afianzaba, por otras vías, su genuino sentido de trascendencia.

Frecuentó la Universidad de su ciudad natal y las de Gotinga y Friburgo de Brisgovia, donde fue discípula del filósofo Edmund Husserl (1859-1938), padre de la fenomenología moderna, luego de haberse graduado en filosofía en 1916. Su otro gran maestro fue Max Scheler que, aunque nunca fue discípulo de Husserl, reivindicaba la paternidad de la fenomenología. El interés por la fenomenología era en gran medida una moda universitaria en Gotinga, Weimar, Jena y otros nudos del saber, pero fue una piedra de toque para Edith y muchos otros que voluntariamente o no, querían romper definitivamente el techo del omnipresente romanticismo alemán, con su idealismo inquebrantable herméticamente tejido tras la figura del Yo.

Una profunda crisis existencial y la vocación por descubrir las verdades definitivas del hombre, llevarían a Stein a sufrir un vuelco religioso después de tanta absorción de conocimientos "científicos" y una etapa de agnosticismo y de judaísmo más bien doméstico, de ceremonias y ritos asociados a la tradición familiar.

Durante la Primera Guerra Mundial, desde el arranque mismo de la contienda, asumió su genuina vocación de servicio ejerciendo como enfermera de los heridos en la Cruz Roja. Su actividad hospitalaria ocupa el capítulo más extenso de su autobiografía y es un testimonio excepcional de la guerra vista desde una perspectiva de retaguardia pero para nada sesgada ni menos vital y cruda que aquella que emanaría -al calor de testimonios posteriores como el de, por ejemplo, Ernst Junger-, desde el corazón mismo de las trincheras; e incluso rechazó licencias previstas para el personal de salud porque ante los más sufrientes no se sentía merecedora de descanso.

Su conversión religiosa se aceleró cuando vio a una mujer cargada de verduras que ingresaba sola a una Iglesia, casi, se diría, cumpliendo con una ceremonia íntima con Dios: le impactó esa imagen. Hasta que en 1921 se convirtió al catolicismo, inspirada en la lectura de la vida de Santa Teresa de Ávila.

 

Bautizada en 1922, vivió muchos años como carmelita: en el acto de la toma de hábito, en abril de 1934, le fue impuesto el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Aunque su condición religiosa no impediría que fuera deportada por los nazis a los campos y luego asesinada en Auschwitz, Polonia, en 1942: llevaron a un grupo, entre los que se encontraba Stein, a un barracón “para ducharse”, pero en realidad fueron gaseados con ácido cianhídrico. Tenía 51 años.

BUSCAR LA VERDAD, ENCONTRAR EMPATÍA

Edith Stein fue beatificada en 1987 y canonizada el 11 de octubre de 1998 por el papa Juan Pablo II, quien la definió como “una joven en búsqueda de la verdad” que “gracias al trabajo silencioso de la gracia divina llegó a ser santa y mártir”. Para el papa, ella merecía ser honrada, como “una hija de Israel, que durante las persecuciones de los nazis permaneció unida en la fe y el amor al Señor Crucificado, Jesucristo, como católica, y con su pueblo como una judía”.

Ella decía: “Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente, busca a Dios”. Mientras que en su autobiografía se percataba, no sin curiosidad ante su propia deriva, del “extraño recorrido en zigzag que ha seguido mi vida”.

Estos y otros muchos elementos hacen de la vida extraordinaria de Edith Stein una historia inédita, que merecía ser contada.

El valor de la monumental reconstrucción de Chikiar Bauer -doctora en Letras, magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural y en Literaturas Comparadas-, reside, no sólo en el nivel de detalle que alcanza el relato de casi 800 páginas, dividido en tres partes, con 23 capítulos y que suma casi tres mil citas bibliográficas, sino, sobre todo, en su capacidad para poner los episodios medulares de la vida de esta pensadora en diálogo con los grandes acontecimientos históricos e ideas de su tiempo.

Como en el caso de Simone Weil y de Hannah Arendt, también la obra de Stein es inseparable de los acontecimientos trágicos y luctuosos por los que atravesó Europa entre las dos grandes guerras -fascismo, totalitarismo, antisemitismo- y que signaron la existencia de todas ellas.

El resultado del trabajo de Chikiar Bauer resulta, entonces, monumental, no solo por su extensión -fruto de un “largo proceso de maduración”, que incluyó el estudio de la densa obra filosófica y teológica de Stein- sino porque demuestra hasta qué punto la figura de la filósofa alemana se anticipó a lo que vendría, por ejemplo, trabajando conceptos como el de la empatía, tema al que dedicó su tesis doctoral, y con la que se ganó el reconocimiento unánime: a sus 25 años ya era considerada una celebridad, en su ciudad natal y su fama sigue creciendo en el presente.

IRENE CHIKIAR BAUER, AUTORA DE LA BIOGRAFÍA DE EDITH STEIN
 

Entre los hitos que definen a “la buscadora del sentido”, se incluye el hecho de que Stein haya sido la primera mujer en doctorarse en Filosofía en Alemania -país que cuenta con una vastísima tradición filosófica- y que en Friburgo, en 1917, aprobaran con la calificación summa cum laude su tesis doctoral Sobre el problema de la empatía, uno de los conceptos centrales que rigieron su vida: allí se pregunta si mediante la empatía se puede llegar a lo trascendente, a Dios, y a la vez comprender lo humano.

En relación a este tema, Stein deja en claro que para ella, ni las ciencias naturales ni la psicología son capaces de dar cuenta de las expresiones espirituales. ¿Y ante qué empatizamos puntualmente, en su visión? Ante el mundo de valores de, por ejemplo los personajes históricos, o aquellos que las obras de arte reflejan, como parte de la vida espiritual de los artistas.

La personalidad propia se construye “en las vivencias del sentimiento” y los sentimientos tienen como correlato “los valores personales”. Sin valores comunes, se deduce, no hay entendimiento posible. Aunque cuando se refiere al amor argumenta que no amamos a otra persona “por su propia valía” o “por sus valores”, sino “por ella misma”.

Una de las ideas centrales que Edith Stein expone en su tesis sobre la empatía es que “mediante el encuentro intersubjetivo con los otros alcanzamos a conocernos a nosotros mismos”, escribe Chikiar Bauer. “Pero, además, la empatía permitiría captar las propiedades personales de los otros, su vida espiritual. Incluso, a través de la empatía se podrían vivenciar valores y descubrir rasgos de nuestra personalidad que aún no hemos desplegado”. Una reflexión que atañe también a la cultura, la literatura y el arte.

Durante su primer año de vida como carmelita, escribió La oración de la Iglesia y El misterio de Navidad, con genuino sentimiento religioso, y después, por consejo de sus superioras, compuso la monumental obra El ser finito y el ser eterno, una síntesis entre sus lecturas de Santo Tomás de Aquino y sus visiones sobre la filosofía moderna. Una investigación sobre el Estado, La ciencia de la Cruz, La filosofía existencial de Martin Heidegger y La mujer: su naturaleza y su misión son otras de sus obras claves.

En cuanto a Chikiar Bauer, que comenzó a interesarse en la figura de Stein en 1998, cuando escribió un artículo sobre ella tras su canonización, hay que decir que, tras haber escrito la biografía de Virginia Woolf más ambiciosa en idioma español, Virginia Woolf : La vida por escrito (2014), y de haber indagado profundamente en la vida de otras escritoras destacadas, como Victoria Ocampo y Eduarda Mansilla en libros como Eduarda Mansilla (2013), Victoria Ocampo (2021) y Virginia Woolf y Victoria Ocampo. Biografía de un encuentro (2023), presenta un relato no menos ambicioso, que reconstruye de manera minuciosa la vida de Stein, y además se lee al ritmo de una novela.

A diferencia de sus anteriores obras, inspiradas en personalidades sobre las que existe documentación fehaciente, en este caso la autora debió lanzarse a un trabajo exhaustivo de búsqueda de información, escritura y posterior edición que le exigió múltiples relecturas, incluso, de sus propios escritos, siempre bajo el efecto de fascinación que a ella misma le produce la personalidad de Stein y por eso mismo midiendo la necesaria distancia que le aporta objetividad. El resultado es una obra auténtica e inspiradora.


>Fragmentos de Edith Stein: Judía, filósofa, santa de Irene Chikiar Bauer

En sus memorias, Edith no solo describe a su familia como un paradigma de exitosa asimilación, sino que delinea su propio camino de predestinación a la vida religiosa. Tal vez por ello destaca los aspectos de la época estudiantil que le disgustaban. Dice que la falta de responsabilidad, “las desordenadas diversiones con sus insensatas borracheras y desviaciones morales correspondientes” le producían asco. Incluso la lectura de una novela costumbrista sobre una caótica vida estudiantil podía influir tanto en su ánimo que, luego de hojearla, le llevaba tiempo recuperarse de la penosa impresión. Para Moreno Sanz, el resultado de la constante tensión en que vivía era un oscilar entre sentirse una criatura rica y privilegiada y una “profunda depresión” luego de la lectura de esa novela, de la que no se puede recuperar durante semanas. Además, algo había sucedido en su entorno: “Había perdido toda la confianza en las personas, entre las cuales discurría diariamente mi vida, y me sentí agobiada por una pesada carga”. Esta actitud tan poco mundana llamaría la atención de algunos compañeros de estudio. En ese verano de 1912, le “parecía que el sol se apagaba”. Afortunadamente, encontró consuelo en el homenaje a Bach en Breslau, en el que destacaron los conciertos ejecutados en el órgano que la ciudad había hecho construir para el Salón del Centenario. Se trata de un magnífico instrumento con 16000 tubos y más de doscientos registros, que es uno de los mayores del mundo. Como Bach era su músico preferido, Edith había reservado entrada para todas las funciones que incluyeron conciertos de órgano, música de cámara, y una velada de orquesta y coral. En su memoria quedó grabado el momento en que pudo trascender el disgusto que le había producido la lectura de la novela mencionada. “En ese momento desapareció toda mi melancolía. Ciertamente, el mundo podía ser malo, pero si nosotros poníamos en pie todas nuestras fuerzas, el pequeño grupo de amigos en el que se podía confiar, y yo con ellos, entonces venceríamos a todos los demonios”.

Edith estudió en la Universidad de Breslau durante cuatro semestres y participó de la vida de su “alma Mater” “como pocos estudiantes lo hacen”, pero al igual que en otras etapas de su vida, llegada la ocasión, pudo, como dice en sus memorias, “romper los lazos tan aparentemente fuertes con un simple movimiento, y volar libre como un pájaro que rompe su atadura". ¿No recuerdan esas palabras al lenguaje místico? En estas líneas se percibe nuevamente cuán mediada está su escritura autobiográfica por el momento de su redacción.

En 1912, Edith podría haber hecho realidad el deseo acariciado con su hermana Erna de estudiar en Heidelberg, “cuyo encanto pregonaban de modo fascinante las antiguas canciones estudiantiles”. Pero cuando, a causa de su noviazgo, Erna decidió no alejarse de Breslau, para Edith fue tiempo de marcharse. No fueron las canciones de estudiante las que decidieron el cambio de universidad, sino una lectura que habría de definir el curso de su vida.

En el cuarto semestre comprendió que Breslau ya no tenía que ofrecerle “y que necesitaba nuevos estímulos”. Mientras preparaba una ponencia para los estudios de Psicología, encontró citadas las Investigaciones lógicas de Edmund Husserl, un libro que desconocía, y que se había publicado entre 1900 y 1901. Al verla enfrascada en esos temas, un conocido suyo, el doctor Moskiewicz, que había cursado un seminario con Husserl en la Universidad de Gotinga y que añoraba volver allá, le alcanzó el grueso volumen del segundo tomo de las Investigaciones y le dijo: “Lea esto: los otros no han hecho otra cosa que tomar de aquí”. Sin caer por lo pronto en la tentación, con todavía mucho trabajo antes de terminar el semestre, Edith se prometió leer a Husserl durante las vacaciones. Con pasión, Moskiewicz le aseguró: “En Gotinga no se hace otra cosa sino filosofar día y noche, en la comida y por la calle. En todas partes. Solo se habla de ‘fenómenos’”. Lo importante que fue esta conversación se deduce de lo que dice en su obra Ser finito y ser eterno para ilustrar la idea de providencia divina o, dicho en otras palabras, “el nexo que une todo” en el Logos y afirma que tal vez es “el nexo de nuestra propia vida” el que mejor puede ilustrar esa idea. Edith explica:

"Yo me propongo hacer unos estudios y con ese fin selecciono una universidad que responde a mi especialidad; el hecho de conocer ‘por casualidad’ a un hombre que hace allí igualmente sus estudios y establecer conversación con él un día por casualidad, a propósito de cuestiones sobre la concepción del mundo, esto no me parece en el primer lugar como un nexo comprensible. Pero cuando yo repienso mi vida después de años, entonces yo comprendo que esta conversación fue de una importancia capital para mí, tal vez ‘más esencial’ que todos mis estudios. Lo que no estaba en mi plan, se encontraba en el plan de Dios”.

Lo cierto es que el entusiasmo de Mos fue contagioso. Además, Edith sabía que una brillante estudiante de Husserl, Hedwig Martius, había sido distinguida por la publicación de un trabajo filosófico. Los hilos del destino confluían, pero lo que finalmente decidió su traslado a Gotinga fue la intermediación de su primo, el matemático Richard Courant, quien, casado con una joven de Breslau conocida de la familia, se encargó de escribirle a la madre de Edith preguntándole si no le gustaría enviar a estudiar allí a sus hijas menores, Erna y Edith. “Esto -recuerda Edith- era la última gota que me faltaba. Al día siguiente comenté a mi asombrada familia que el próximo semestre de verano me iba a Gotinga”.

 

La noticia sorprendió a todos menos a Auguste. Es probable que sintiera la distancia desde hacía tiempo. “Se va porque no está a gusto con nosotros” fue su triste comentario a una sobrina pequeña. Pero no hizo reclamos ni interpuso inconvenientes, y madre e hija convinieron en que se le facilitarían los medios para estudiar un semestre en Gotinga. Entusiasmada al contar con la autorización materna, Edith le escribió a su primo solicitando información sobre el programa de las clases de Husserl. Es posible imaginársela leyendo los folletos informativos. En esa época, más en serio que en broma, sus amigas le dedicaron una rima: “Muchas chicas sueñan con un besito (Busserl) / pero Edith solo con Husserl…”.