A veces pasa. Leo que se murió Tom Robbins, el autor de una novela indispensable como Even Cowgirls Get The Blues y lo primero que pienso es: ¿todavía estaba vivo? Lejos de sentir tristeza por saber que ya no compartimos el mismo mundo, en realidad la noticia me hace evocar las veces que su obra iluminó el mío, y cuando pienso en su libro insignia no hago mas que evocar un verano en Praia da Pipa, en el norte de Brasil, donde lo disfruté en una castigada edición de bolsillo editada por Grijalbo. 

Mi posición habitual durante aquel verano fue tirado en una hamaca al atardecer, bajo unas palmeras, frente al mar: caía el sol, con la llegada de las sombras se comenzaba a escuchar el ir y venir de lo que más tarde entendí que eran murciélagos, y yo me perdía en las historias de la chica de los pulgares largos, ideales para hacer dedo, que encarnó tan bien Uma Thurman en la fallida versión cinematográfica dirigida por Gus Van Sant. De hecho, creo que escuché más el disco con la banda de sonido de k. d. Lang que lo que vi la película. Leo que Robbins fue un escritor muy particular, una suerte de filósofo bromista, que incluso formó parte de la lista del FBI de los sospechosos de ser el Unabomber, y el que mejor encarnó los años ’60 y a la generación que supo hacer dedo por el mundo, una aventura tras otra, y entonces pienso que mis recuerdos en Pipa son un buen homenaje. 

Uma Thurman, protagonista de la película de Gus Van Sant

Playa de surfistas, destino de mochileros de todo el mundo, para llegar a ella hay que volar al aeropuerto de Natal, la capital de Rio Grande del Norte, bien en la punta de esa nariz que es Brasil. No hace falta entrar a la ciudad para ir a Pipa, pero mi gran anécdota de esas vacaciones, que bien podría estar en un libro de ese vagabundo internacional que fue Robbins, es la que me condujo una mañana directamente hacia ella, a la que llegué en micro, solo, sin anteojos para mi miopía y teniendo que comunicarme en un idioma que apenas balbuceo, confiando en que podria sobrevivir el tiempo suficiente como para encontrar cómo reemplazar los lentes que se había llevado el mar y volver para contarlo. No solo lo conseguí –la gente del micro fue muy amable, y me informó que en Natal los barrios comerciales estan divididos por oficios y, oh sí, había uno dedicado a las ópticas– sino que hasta encontré una librería donde curiosear antes de volver a la playa. 

No compré ahí el libro de Robbins, sino que lo había traído conmigo, un descubrimiento que heredé de mi biblioteca familiar, entre libros de Peanuts, y una hermosa edición de Losada de En el camino, de Kerouac. En la dedicatoria para mis padres que inaugura mi libro sobre Piso 93, les agradezco que nunca supieran muy bien lo que hacía pero que me dejaran hacerlo, pero siempre que repaso sus consumos culturales, o los rastros que dejaron en casa, pienso que algo tenían que saber. Lástima que nunca me hayan hablado de todo eso, salvo mi madre para decirme al pasar, cuando yo estaba deslumbrado viendo Los 400 golpes ante el televisor, que había ido a verla en el estreno. Recuerdo haber pensado, mientras leía en la playa el gastado ejemplar de la novela de Robbins, que no podía creer que mis padres (mi madre nuevamente, el libro era de ella) hubiesen leído eso. Ah, los abismos generacionales. Ah, la juventud que piensa que inventa el mundo. 

Portada de la edición de bolsillo de Grijalbo

Robbins ciertamente no inventó el suyo, sino que lo retrató con los elementos que tuvo a su disposición, y se convirtió en un ícono de su generación. Entre las anécdotas de las que se enorgullecía, según leo en el obituario de la Associated Press, estaba la velada de los Oscar a los que concurrió como pareja de Debra Winger, la noche en que casi se muere al beber un frasco de perfume intentando impresionar a Al Pacino, y la vez que al ingresar a un hotel la empleada que debía hacer su check-in se confesó como fanática, ignorando al tipo que seguía en la fila, un tal Neil Young. “Faulkner tenía su innato freakshow gótico sureño, Hemingway sus campos de batalla y cafés europeos, Melville su Nueva Inglaterra con sus grandes barcos”, escribió en sus memorias, publicadas en 2014. “Me di cuenta de que lo que yo tenía era un fenómeno cultural como el mundo no había visto antes ni ha visto desde entonces; un trastorno psíquico, un cambio de paradigma, un salto igualitario en la conciencia generalizado, aunque en última instancia insostenible. Y todo era muy cercano y personal”. 

Esas fueron las armas como escritor de un tipo llamado Tom Robbins, que dicen las noticias murió el domingo, a los 92 años. Pero que sigue vivo cada vez que que abro un libro que invito a que busquen todos los que quieran sentirse vivos entre toda esta muerte que lleva el nombre de siglo XXI. Se llama Even Cowgirls Get The Blues, o, según su traducción castiza, También las vaqueras sienten melancolía

Vengan conmigo, busquemos una ruta, dejemos salir ese pulgar, y veamos hasta donde nos lleva. Ojalá sea bien, bien lejos de acá.