Lo maravilloso del ego es descubrir que podés masturbarte estando dentro de una persona. A veces podés estar con otro y en realidad estás teniendo sexo con vos mismo. Es un encuentro con tus propias fantasías, proyecciones, carencias y traumas. De afuera parece un encuentro sexual pero en tu mente sabés que es tu mejor sesión de terapia sin tener que hacer correcciones ni recibir regaños. Cuando lográs superar la presencia del otro y solo quedarte con tu necesidad de validación no hay malos encuentros.

El encuentro sexual no siempre necesita estar adherido a una trama novelesca. Mis amigas le decían a estas citas “el ansiolítico”, consistía en juntarse con esa persona que no te desagrada pero tampoco te genera nada demasiado pasional y que a fines prácticos te baja los nervios para poder encarar las demás cosas de la vida: trabajar, estudiar o tener una mirada menos desesperada a la hora de enamorarse de otro. Ellas me enseñaron que es una gran solución y casi tan buen calmante como la medicación recetada.

Hubo una época dónde el abordaje entre dos pretendientes supo ser analógico. Uno debía mirar a la otra persona, hablarle, llamarla por teléfono, invitarla a tomar algo o hasta saber su nombre. Por suerte la vida moderna solucionó esto con las aplicaciones y redes sociales. No importa si están llorando por la muerte de un pariente no tan cercano o si se quejan del gobierno, todo es oportunidad para irrumpir en su cotidiano digital con una reacción, emoji o “fueguito”. Todo es válido en esta jungla virtual para comenzar el cortejo

Así fuimos creados por la naturaleza, mientras a algunos animales la creación le dio pelajes vistosos, movimientos de plumas sensuales, sonidos y aromas, a la humanidad le resumió todo esto un dedo prensil y un celular con WiFi. La evolución de la fiaca es nuestro don, a veces ni siquiera necesitamos juntarnos o intercambiar fluidos, porque la mayor parte de las veces la satisfacción llega con el mero hecho de serlikeadas”.

Por suerte para todes nosotres la ciencia fue capaz de explicar por qué a veces podemos ser unos seres tan miserables y desaparecer a la mitad de un diálogo caliente. Es que no soy yo, ni sos vos: ¡es la dopamina! El Efecto Coolidge es un fenómeno biológico en el que sujetos masculinos (humanos y animales) demuestran un renovado interés cuando les cambian el estímulo sexual. Si varía el estímulo, vuelve la excitación mucho más rápido. Esto obviamente fue demostrado de manera heteronormada en animales heteros y desde una mirada macho, pero se puede pensar más allá de lo binario y saber que con la alternancia del objeto de deseo la pasión puede volver renovada y más potente.

Este efecto es atribuido a las descargas de dopamina que genera la novedad, un sistema de placer y recompensas que quienes diseñan apps y redes sociales conocen muy bien. Entonces ya ni necesito salir de casa para masturbarme mentalmente, me alcanza con subir una foto estereotipadamente hegemónica y cosechar los likes que me produzca. Habrá que luego llevar mi yo hecho píxeles a las apps de contactos para corroborar si aún soy hermoso. Ya no tengo que salir, ni hablar, ni vincularme, hasta podría dejar de tener sexo de esa manera tan primitiva y solo vivir de las cataratas de dopamina que confirmen que soy deseable.

Amo ser amado, necesito ser amado. El otro se convierte en una especie de eco, de frontón donde hacer rebotar mis esfuerzos y a más intensidad reciba mayor serán las descargas químicas que den satisfacción. Soy una fórmula química, matemática y social del goce. A veces me siento un yonki a punto de salir con un arma por la calle para obligar a la gente a que me dé likes.

Y es así que muchas veces nos convertimos en una mala copia de nuestro mejor posteo. En ese auto robo perdemos el placer de experimentar, de los procesos lentos, de disfrutar el aburrimiento. Convertimos una pareja en un consorcio de desconocidos masturbándose en nuestra neurosis, porque nadie se animará a innovar y correr el riesgo del escarnio público de las pocas reacciones. Cada vez es más difícil y menos rentable aventurarse a la incertidumbre de construir un afecto compartido. Pero lejos de preocuparme, me encanta. Nuestra versión mezquina es la que mejor puede sobrevivir en un mundo tan vacuo. No necesito que me ames, con que me digas lo fabuloso que soy me alcanza.