Words of the Winds, editado por el sello portugués Habitable Records, es el tercer álbum solista de Luciana Morelli. Se trata de un trabajo en el que la cantante, compositora, arregladora y productora argentina radicada en Suiza asume la poesía para proyectarla en una abierta imaginería sonora. Alejandra Pizarnik, Emily Brontë, Anne Carson y Robin Myers son las voces poéticas que Morelli toma como punto de partida para originales viajes musicales. Este viernes, a las 21, presentará los temas del disco en Prez, el club de jazz de Anchorena 1347. Estará al frente de su quinteto, que se completa con por Philipp Hillebrand en clarinete y clarinete bajo, Paz Villahoz en piano, Julia Subatin en contrabajo y Juan Clemente en batería. El próximo viernes 21 de febrero, con un plan parecido y la misma banda, actuará en el Centro Cultural Nueva Uriarte (Uriarte 1289) y antes, el domingo 16, lo hará en Montevideo.
“Abordé cada poema de maneras muy distintas. Este fue un poco el concepto del álbum”, comenta Morelli a Página/12. “Me dejé llevar por el universo de cada autora, cada una con un estilo muy distinto, y explorar distintas instrumentaciones, buscar otros colores, texturas y, por ende, también distintas maneras de decir, maneras de cantar. Fue un proceso muy transformador, en el tuve que liberarme de ciertos prejuicios y olvidarme un poco de las etiquetas, para priorizar el proceso sin juzgar a dónde me estaba llevando”, continua Morelli. “Por ejemplo, hay dos temas que grabé con cuarteto de cuerdas, algo completamente nuevo para mí. Y cantar con cuerdas requiere una escucha y una afinación distintas a las que estaba acostumbrada. Fue un trabajo de ensamblaje muy fino. Y me permitió descubrir esa textura de cuerdas y voz, que no sabía que me gustaba tanto”, agrega la cantante.
Morelli, porteña clase 1990, comenzó su formación en Buenos Aires. Estudió una tecnicatura en Jazz Vocal y un profesorado en Artes Combinadas en la UBA y desde 2019 vive en Basilea. Ahí abordó una maestría en Jazz Performance y otra en Composición en el Jazzcampus de la Musik Akademie Basel. Como tantos músicos de la diáspora sonora argentina articula influencias de las más variadas, acaso más como memoria que como territorio. La pluralidad de estilos que conviven en su música –que entre otras cosas incluye rasgos del folklore y la música clásica– se traducen en texturas que entre el cuarteto de cuerdas, el quinteto de jazz y el ensamble vocal configuran ideas muy personales, plasmadas en una discografía que está en las plataformas y que vale la pena profundizar.
“Este es un álbum que, del mismo modo que para hacerlo me pidió liberarme de mis etiquetas, a quien lo reciba le pide una escucha libre de prejuicios, atenta e inmersiva, para poder meterse en cada uno de estos paisajes”, asegura Morelli.
– ¿Qué relación hay entre este disco y tus trabajos anteriores?
– Hay continuación y ruptura, especialmente en relación a mi anteúltimo disco Lo abismal, el agua (ears&eyes records, 2021). Es una profundización del trabajo con textos que yo ya venía haciendo, pero muy distinta. Yo venía trabajando con textos como disparadores para componer o usando textos como parte de sesiones de improvisación libre, pero de manera fragmentada: abrir un libro al azar y leer en cierta parte de la impro, o elegir palabras y repetirlas, cantarlas, cortarlas, invertir el orden, todas operaciones en las que estaba tratando de deconstruir el texto, si se quiere, y ver qué otros sentidos se armaban de manera azarosa. En el caso de Words of the Wind, no hay nada azaroso. Si bien hay secciones de improvisación, está todo escrito, el trabajo compositivo está muy presente. Aunque esta veta de fragmentación de los textos en contexto de la improvisación libre no dejó de interesarme y, finalmente, se convirtió en otro disco que salió el año pasado por Neue Numeral. Se llama Conflations; está disponible en la página de Bandcamp del sello.
– Vivís en Suiza desde hace algunos años. ¿De qué manera influye la distancia y la idea de viaje en tu música y cómo fue cambiando esa idea con el tiempo?
– La distancia me ayudó a poner las cosas en perspectiva, a rescatar los valores que importan y a cambiar el punto de vista. El viaje significa un cambio en cómo miro el mundo. Esto influye en la música de múltiples maneras, algunas más conscientes que otras. Me ayudó a abrirme a nuevas sonoridades, animarme a explorar otras facetas de mí como compositora e intérprete. Aunque tengo que decir que siempre fui muy curiosa y me gusta probar cosas nuevas, a veces en tu ciudad la gente te puede encasillar o una misma se puede estancar en un mismo rol. Ir a otro país te obliga a reinventarte, con lo bueno y con lo malo que eso puede implicar. Conocí facetas mías que no sabía que tenía o que no se habían expresado antes con tanta claridad.
– ¿Qué te gusta y qué no te gusta de ser música en Europa?
– En Basel hay una combinación de ciudad y naturaleza que me hace muy bien, es muy pequeña comparada con Buenos Aires, pero tiene mucha movida cultural y a la vez en pocos minutos podés estar en un bosque, en la montaña, o sentarte a leer a la orilla del río Rin, que es el alma de esta ciudad. Además es muy multicultural, estás en contacto permanente con gente de todo el mundo, en una práctica de tolerancia y comunicación humana constante, aunque a veces siento la distancia cultural que me hace extrañar la complicidad argentina. Lo que no me gusta es que hay un nivel de perfeccionismo que a veces me aburre. A la vez que hay mucho capital para hacer posible todo lo que se te ocurra, faltan ideas más rebeldes. Veo pocas producciones que me dejen con la boca abierta. En cambio en Buenos Aires hay mucho arte del bueno, del que te deja con miles de preguntas.